Crónica de un viaje al edén dominicano

«Los muertos no alaban a Dios, ninguno de los que bajan al sepulcro. Nosotros los vivos bendecimos a Dios, desde ahora y por siempre.» David, el dulce cantor de Israel.

 

CONSTANZA, EDÉN DOMINICANO.- No es tarea fácil escribir una crónica cuando el peso y el eje central es un hermano. Un hermano que en verdad es más que hermano. ¡Cuán difícil es! Es un reto para la posteridad. Un encuentro del ayer que siempre ha sido un eterno hoy dominicano.

 

La autopista estaba llena de enseres arrojados en el recuerdo de la mente delQuisqueyano. En medio de la autopista Duarte correteaban sus conejos, las carriolas, los sancos. Los piñones cubanos del recuerdo de la Era de Trujillo se hacían presentes en la mente del Quisqueyano. La autopista Duarte que tanto recuerdo le traía no era suficiente para aguantar su emoción. Una fotografía iba y otra venía como para que no se escapara ninguno de los detalles y minucias  en un viaje que tanto anhelaba realizar. Suerte que la brisa y el viento se llevaba el recuerdo momentáneo como el humo y la pavesa. Nadie hablaba; se oía solamente el bramido de la velocidad en los heniles y, de cuando en cuando, una voz que recordaba algún detalle de esas praderas dominicanas en los tiempos de su niñez y juventud. El Quisqueyano había decidido regresar al pueblo de Constanza luego de una ausencia de cincuenta y nueve años.

 

Pasando por Bonao capital del la Provincia Monseñor Nouel, el Quisqueyanovio de nuevo el undoso Yuna. Con sus corrientes todavía cristalinas casi borrado por la inclemencia de los años y la desforestación en las cimas banilejas donde nace el rio mas «caudaloso» del país. En lontananza alcanza a divisar la tierra donde vivía Don Francisco Sosa el padre de Elías, Abraham, Nurys, Samuel, Phoebe, Raquel a quien la familia del Quisqueyano está agradecida de por vida por tantos favores que esa familia dispensó. Ya subiendo Casabito en el patio del vehículo las conversaciones continuaban. Ahora los recuerdos afloraban bajo los coposos pinos subiendo la Cordillera Central. En la lejanía comienza a mirarse el grandioso Valle del Cibao Central adornado por la Presa de Hatillo que parece un mapa. Hermoso mapa. El Quisqueyano con gusto recorría esa carretera que para él era un fenómeno, porque la última vez que caminó por ella estaba convertido en un terraplén. Gustoso con su mirada recorría el bosque, mirando los árboles y sus ramas, los transeúntes las cosas rotas y revueltas; reconstruidas y deformadas en un ayer presente que se compactaba. Al llegar a la Virgen del Camino, finalmente, había comprendido que las caras avinagradas, el espanto, el ansia de aquella gente iban más allá de la Estancia, eran miradas vidriosas de reproches, cominerías de mala sangre de esos eternos vendedores de jengibre, café trasnochado donde los tinacos los han abandonado, para pedir dinero, porque dicen que han tenido que limpiar el lugar, ya que las autoridades no han tomado su responsabilidad y no han nombrado a nadie que cuide ese lugar. Miró el Santuario pero no entró. Siguió hacia los bancos que están en la caseta posterior al Santuario y comenzó a tomar fotografías del recuerdo. Desde ese pináculo de gloria cual si fuese una reja de cocina se venían los pinos viejos caer y los nuevos crecer hundidos en el fondo de aquel paisaje inigualable. En la clorofila de los arboles quedaban las señales de aquellas ramas que aun colgaban los festones de un verdor mágico. En el lateral varios niños pidiendo dinero. Perseguían todas las tórtolas y cotorras que se posaban para descansar un rato para seguir su largo viaje. Una mujer casi descalza que entró de corrida en la caseta, llegó diciendo que el baño estaba limpio y que lo podían usar.

 

Entonces a un tiro de la carretera quedamos por casi media hora, en medio de aquella elegancia natural. La casa de los pinos y los geranios estaba en el recodo del camino, a unos cien pies. La tarde no había oscurecido. Comenzamos el descenso como si por aquella carretera no hubiésemos pasado nunca. ElQuisqueyano estaba algo sentimental. Bajaba la cordillera hacia el pueblo que siempre nos enseña que por Constanza no se pasa… a Constanza se llega. Quizás musitaba uno de esos salmos milagrosos del Rey David en el descenso: «Te doy gracias, Rey y Señor; te alabo, oh Dios mi salvador; a tu nombre doy gracias.»

 

El recuerdo añoraba incesantemente. Arroyo Frio, Arroyo Toro, La Palma, La Cotorra, El Río, el cruce hacia Jarabacoa, tierra bendita donde nació su abuela, páramos antiguos y cruces llenos de agricultores y trabajadores haitianos. En una curva angosta y casi de semilunio el Quisqueyano mira el valle de Tireo y de repente comienza recordar. Recuerda al Viejo Zenón donde mi padre iba con Magdaleno Capellán a predicar el Evangelio. El Quisqueyano comienza apretarse emocionalmente. Ya en la entrada de Constanza donde se ve desde la explanada todo el valle tomó varias fotografías y solamente dijo: «La pista del aeropuerto está en muy malas condiciones.» Al entrar ya por donde la inolvidable Venza me susurra al oído y me dice, «Constanza está arrabalizada» y asentí con mi cabeza afirmativamente.

 

EL ENCUENTRO CON MIGUEL REMIGIO DE LOS SANTOS

 

El profesor Miguel Remigio de los Santos recibió en el calor de su hogar la visita de su ex alumno, David Raimundo. Desde 1961 Profesor y alumno no se habían visto. Dentro del marco del diálogo, David le recordó al profesor Remigio que gracias a él fue profesor secundario. «De niño lo vi actuar y usted me inspiró a ser profesor y hoy vengo a darle las gracias» le recordó el hijo de un misionero evangélico que llegó al Edén dominicano a finales de la década de los 40, llamado Efraín Raimundo. Publico algunas de las fotografías tomadas en ese encuentro histórico que fue escenificado por estos dos colosos y la inigualable, doña Petra, la esposa de Remigio el pastor David Rosario y un servidor. Para los que toman apuntes el nombre del profesor es Miguel y sus apellidos Remigio y de los Santos.

 

SONARÁN TROMPETAS, SONARÁN TROMPETAS Y AL FINAL DE LA TROMPETA EL SEÑOR JESÚS VENDRÁ…

 

En el Templo Evangélico de la ciudad de Constanza anclado en la calle Luperón, David Raimundo entona la trompeta melódica. A la edad de ocho años había tocado allí en el mismo lugar en 1958. En el 2017 la tocó en aquel lugar por última vez. Una ausencia de cincuenta y nueve años. Algunas veces las ausencias son peligrosas cuando están cargadas de emociones tan profundas y grandiosas.

 

El resumen de mi hermano David…

 

«Hace algún tiempo que estaba pensando en ir otra vez a mi país con el fin de hacer ciertas cosas que soñaba algunas y que deseaba otras. Y que hice: bueno pues fui a Rep. Dominicana después de casi 5 años sin volver y la verdad es que la pasé. Fue interesante porque pude hacer las principales cosas que deseaba hacer, como visitar de nuevo a Constanza, para encontrarme con entrañables amigos de desde la infancia, como lo es mi tocayo David con quien me di el gusto de abrazarnos y tomarnos un café con su esposa y recordar, recordar, recordar. Me sorprendió que su hermana Loida, después de no vernos por más de 30 años, me dijo: ¡David pero cuanto tiempo! Otros que quise ver no los vi y otros que ni soñaba en verlos de nuevo, los vi, fue emocionante de verdad. Lo otro que deseaba hacer y lo hice fue tocar mi trompeta por última vez en el mismo lugar que la toqué por primera vez y eso lo logré gracias a la colaboración de buenos hermanos y amigos. Pero al final de todo esto logré realizar mi deseo de donarle mi trompeta a alguien que la sepa aprovechar y que ojalá la use para darle Gloria a Dios con ella. Se la doné a la academia de música que se está formando, a través Del templo Evangélico.»

 

Mi hermano ha de recordar tantas cosas de ese pueblo… Recordar ese Valle encantado de tantas hermosuras. ¡Estrofas del tiempo de Navidad, aromadas e ingenuas como campanillas de los campos! Noches decembrinas en que el frio se hace calor de corazón, y en las casas hay jengibre y manzanillas, pino, hojas de laurel, refrescos de zanahorias y remolacha; tamales calientes y buñuelos con miel… Casabito y caimitos en el Gajo, también. Ya vienen los reyes de Oriente por las montañas constanceras, sobre las que se riega el azulado y misterioso resplandor de la Estrella. Ya hay presagios de hosannas en los altos cielos, y tiemblan Herodes y los príncipes de los sacerdotes en sus Palacios de Jerusalén… Esa estirpe era la de Constanza.

 

Como un recuerdo amoroso y como el canto de un ruiseñor recuerdo ese maravillo viaje con mi Hermano David a quien mi abuelo Manuel María Raimundo Sánchez le puso de niño en Cuba, El Quisqueyano realizó a Constanza luego de una ausencia de tantos años.

 

EL VUELO DE UN RUISEÑOR

 

Dedicado a David Eliezer Raimundo Vargas

 

Volaba rumbo hacia las alturas irreconocibles,
para ver el arrullo de su ayer en carne viva
en el atardecer de una vida casi invencible
ascendía al pico más alto y observaba toda su gloria.

 

Sus pasos por esas praderas y de recuerdos tantos
retomaban en la añoranza y tejía como manecillas
de un reloj en la ventana policromática de su recuerdo triste
aquel ayer que jamás pudo olvidar en lontananza.

 

Pensó que en su despedida encontraría a compañeros
robustos, fuertes, saludables, llenos de vida y candor.
Encontró un cementerio de rostros tétricos, moribundos;
cadáveres que se retorcían entre el cielo y el infierno.

 

El «Quisqueyano» para irse a mundos siderales más hermosos,
prefirió que su hermana cocinara un sancocho dominicano
en aquella visita de despedida triste ante sus amigos hermanos
que en vez de irse él, escribió seis panegíricos hermosos.

 

La vida nos da sorpresa, sorpresa nos da la vida de aquellos
que aún no saben nada y de aquellos  que todo lo saben;
flor de saludo a la vida, y flor de adiós a ella en medio
de éste valle de tristezas que como rosario cuelga.

 

Regresaba a su pueblo de niño tratando de descubrir
niños viejos para darle un definitivo adiós tras tantos años.
Guardián de la amistad infantil y centinela de la senil;

Buscaba la sonrisa sincera y bella en la boca de aquellos niños
que se convirtieron en ancianos de la sonrisa añeja en el
pórtico taciturno de la muerte antes de partir hacia el Atril.

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