Alan Garcia, líder aprista

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El autor es diplomático. Reside en Santo Domingo

La insospechada y abrupta caída de Alan García nos invita a reflexionar sobre los abusos y los excesos del poder en perjuicio de la libertad individual. Confiesan las partes que hasta el momento de su fatal desplome no había pruebas algunas de su culpabilidad en los hechos que se le imputaban. Siendo así, el afán de privación de libertad de un ex presidente no debió ser tarea prioritaria para el ministerio público. Toda vez que la presunción de inocencia es una piedra angular del sistema de justicia, y tratándose de un ex mandatario con mayor acierto debió ponderarse.

Todos comprendemos la importancia de un ministerio público independiente. Sin embargo, hay muchas dudas sobre la transparencia en el ejercicio de hacer justicia. En ocasiones el exceso de autogestión le facilita ser presa de grupos de intereses nacionales y foráneos ajenos a La Paz y al sosiego de las sociedades que están llamados a representar con la mayor imparcialidad, objetividad y con apego al principio de legalidad y dignidad.

De igual manera, pero con un desenlace menos desafortunado fue el apresamiento del ex presidente que liberó a 50 millones de brasileños de la pobreza, Luiz Inácio Lula da Silva, quien sin ningunas pruebas fue condenado y encarcelado; impidiendo que volviese a ser el presidente del gigante del sur.

Todo ello, nos convoca a la imperiosa necesidad de pensar en reinventar el ministerio público como auxiliar fundamental del sistema de justicia, donde en muchas ocasiones todo opera menos la propia justicia.

Alan García fue un paradigmático líder político regional, con extraordinarios aportes a la lucha por la libertad y la democracia en su natal tierra peruana. En la década perdida de los 80 fue un paladín que se erigió en contra de la usura del gran capital, que estrangulaba las magras economías de los países en vías de desarrollo, particularmente Latinoamericanos y Caribeños.
Su pérdida es altamente sensible, para una región en crisis y por igual para su viva tierra Inca de la belleza planetaria del Machu Picchu, inmerso en una crisis política y moral de gran trascendencia que toca a cinco ex mandatarios en las últimas tres décadas de gobiernos democráticos.

Alan García que en los procesos electorales mantenía su slogan: «Mi compromiso es con todos los peruanos», fue el discípulo más aventajado de Víctor Raúl Haya de la Torre fundador del Partido Aprista Peruano (PAP), en 1924, cuando estaba exiliado en México, que se proponía cambiar la historia. García erigiéndose como el primer político aprista en llegar al poder en el Perú, en 1985, cuando apenas contaba con 36 años de edad, siendo el mandatario más joven del mundo, y que fuera elegido democráticamente, al igual que su mentol político, sufrió el exilio en 1992 a raíz del auto golpe fujimorista.

Como demócrata populista le tocó llegar al poder cuando su país atravesaba por una de sus peores crisis de inseguridad, de una guerrilla de exterminio liderada por una organización calificada como terrorista, Sendero Luminoso. Un Perú que en la región latinoamericana contaba con uno de los mayores índices de pobreza, con niveles de inflación que alcanzaban más de un 200%. Todo ello sumado a la crisis de la deuda externa, generaba un cuadro altamente desalentador, para el futuro de la nación peruana. Es en ese contexto que el ex presidente García, contando con un apoyo mayoritario en todos los estratos sociales asume el poder.

Ante la galopante inflación heredada defendió el derecho de los consumidores a mejorar su poder adquisitivo. A través de diversas medidas económicas, como la introducción de una nueva moneda, para sustituir el devaluado sol, la congelación de precios básicos y otras iniciativas con el propósito de prevenir el proceso inflacionario y, a mediano y largo plazo posibilitar mayor poder adquisitivo, para el consumidor.
Mecanismo que fue emulado por algunos países de la región, cómo Argentina en su objetivo de frenar la inflación; categoría que el gran maestro de la política Juan Bosch, calificará como el principal ladrón de los trabajadores.

Frente a la gravedad de la escabrosa y triste partida de Alan García, el pueblo peruano apostado en la casa del pueblo, alude que la persecución política y el abuso de poder manifestado en la amenaza de una prisión preventiva (36 meses), que rompen con el equilibrio de la justicia y el respeto del debido proceso, empujó a su líder al suicidio.

Acosado por lo que calificó como una “maquinaria de mentiras, rumores y odios amparados en procedimientos que lo que persiguen es humillar y vejar”, resistiéndose a sufrir injusticias el líder aprista se arranca de un disparo la vida.

No caben dudas, que la práctica de pretender culpar a los presidentes de las potenciales violaciones a la ley por parte de funcionarios de sus gobiernos, no es de justicia y en esencia persigue criminalizar la política, para liquidar adversarios; y lejos de contribuir a combatir la atrocidad de la corrupción, obra como un manto que encubre a quienes deben responder directamente por sus hechos.

El ex mandatario Alan García partió habiendo sido uno de los primeros presidentes latinoamericanos en el poder que se enfrentó al FMI y la usura del gran capital, cuando en 1986, en su alocución a la nación expresó: “De ahora en adelante, el pago de la deuda externa se limitaría al valor equivalente al 10 % de las exportaciones peruanas”.

Paz a su alma, para el extinto mandatario que se resistiera a ser como él lo confesará un “trofeo”, para los persecutores de la libertad individual. “Que Dios, al que voy con dignidad, proteja a los de buen corazón y a los más humildes”, fueron sus últimos deseos.

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