Adriano Vs Rangel

NUEVA
YORK.-Acaba de cortar la torta de su 84 cumpleaños en condiciones físicas y mentales privilegiadas,
y todos los días se une en oraciones a su esposa para solicitar la compasión y
ayuda del Altísimo, ¿pero qué más le puede proporcionar el Señor en la vida
terrena que no lo haya recibido con
creces?

Aunque herido,
lo sacó con vida de la guerra de Estados Unidos y sus aliados contra Corea, a
la que había concurrido como voluntario y de allí emergió como héroe, por haber
tenido oportunidad de salvar a otros compañeros heridos y ponerlos fuera del
alcance del fuego enemigo, honor que reivindica el corazón púrpura y una
estrella de bronce que legará a sus hijos, nietos y bisnietos como merecido
reconocimiento de su país a sus servicios militares.

Muchos han tenido solo con eso y han sido
felices, pero para Charles Bernard Rangel había más, porque hizo provecho de
facilidades de estudios creadas para los veteranos de la Segunda Guerra Mundial
y adquirió la formación que le permitió situarse fuera del montón y alimentó la
sensibilidad social, que lo llevaría a entregarse en cuerpo y alma a la
actividad política.

Desde 1971
conserva un asiento en la Cámara de
Representantes de los Estados Unidos, que ha tenido que refrendar en cada dos
años en elección popular, lo que solo se logra con mucho trabajo y grandes
méritos, y solo pecando de mezquindad se podrían desconocer sus aportes para
las comunidades afroamericanas e hispanas, él ha sido el impulsor de líderes de
relevo como Adriano Espaillat que hoy también acumulan aportes muy importantes
para los pobladores de las barriadas céntricas de Nueva York.

Pero lo que
Rangel no entiende es que después que un hombre ha entregado 43 años de su vida
al desempeño de un cargo, que después que ha dado todo lo mejor que podía dar,
tiene una puerta grande para demostrar que confía en el desarrollo de las
instituciones y que no se siente el único superdotado para el ejercicio de una
representación.

Que la nación en
la que él nació y ha tenido la oportunidad de hacer carrera política es grande
porque quienes la forjaron nunca se consideraron amos y señores, que George
Washington no encabezó la independencia de un país, para apropiárselo.

La idea de que
hay que morir con las botas puestas y de que debe hacerse hasta lo imposible
para conservar un cargo electivo hasta que lo saquen con la chaqueta de madera
es totalmente anacrónica en una democracia real.

La derrota no
debería ser la que hiciera entender que los electores no son ingratos cuando
aun reconociendo los aportes de una persona, optan por sustituirla, porque cada
tiempo y cada época tienen sus requerimientos, y el que aportó ya lo hizo, y no
hay que esperar que se muera para sustituirlo por otro que puede hacer cosas
mejores.

Es
contradictorio que un sistema que propicia la renovación del liderazgo en el
cargo principal, la presidencia de la
nación, no instaure reglas similares en su congreso federal, que goza cada vez
de menor crédito porque la gente sospecha, y lo hace saber en todas las
encuestas, que esos puestos se
momifican para proteger los intereses de
las grandes empresas que aportan el dinero para la elección de los
congresistas.

Ojalá que el
voto mayoritario de los electores demócratas
del distrito trece de Nueva York, en favor de Adriano Espaillat, paute
el despertar.

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