¿ADN africano, ADN europeo?
Por REYNALDO VARGAS
Fuerzas aún sin conocer del Universo, junto con la materia oscura, la energía oscura, la gravedad y la energía nuclear, han hecho posible que minerales –producto del estallido de las estrellas– como el hierro y el níquel –juntos– formaran un Núcleo, que del silicio y del magnesio apareciera el Manto y que el silicio más aluminio formaran la Corteza; y que se constituyeran así las tres capas básicas de lo que hoy llamamos planeta Tierra. Una gigantezca estructura rocosa a la que estudios geocronológicos, paleomagnéticos y radiométricos sitúan su formación en unos 4.567 millones de años (m.a.). Se postula que cada 400-500 m.a. todo el volumen de tierra emergido sobre la Corteza, se desplaza y se une como consecuencia de la acción de las placas tectónicas. El resultado del choque y posterior fusión de las diversas masas continentales es la formación de un supercontinente que se fragmenta en cada ciclo, a la vez que las cuencas oceánicas se crean, se modifican y desaparecen. El primero de ellos fue Vaalbara que nació hace unos 3,800-3,600 m.a. a partir de dos cratones arcaicos llamados Kaapvaal –provincia de la hoy República Sudafricana– y el Pilbara en la hoy Australia occidental. Le siguieron los supercontinentes de Columbia, Rodinia, Pannotia y el último, Pangea, formado hace 280 m.a. y cuya desintegración continúa en nuestros días. El próximo, con nombre de Amasia –unión de América y Asia–, se localizará en unos 100 m.a. alrededor de donde se encuentra el polo norte.
Terminado el nicho, la vida en nuestro mundo –tal cual la conocemos– surge de lo que llamamos el CHON, esto es, carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, elementos que son la fuente común para todo tipo de vida vegetal y animal; así como del agua. Ante condiciones ambientales amigables, se formaron organismos unicelulares que –con el tiempo– dieron lugar a los organismos pluricelulares, presentes en cada rincón de este planeta. Ahora bien, si tenemos un inicio común, ¿cómo es posible la existencia de especies diferentes en puntos tan distintos como separados? Vemos solo dos posibilidades: o nacimos en un supercontinente que, una vez separado, las condiciones climáticas y geográficas esculpieron en millones de años las características externas y genéticas de los Homínidos o hemos surgido del mar y, al colonizar las tierras, terminamos desarrollando el bipedismo y demás adaptaciones a las circunstancias, que, al ser tan definitivas, se hicieron transmisibles a toda descendencia. Lo que acabo de describir –lo sé– va en dirección opuesta a lo que está aceptado por la comunidad científica; pero, de lo que se trata es de compartir la opinión acerca de lo que se está convencido. Así que, el tema para ”filosofar” está servido.
Hasta hoy, todo parecía confirmar que la evolución del linaje de la humanidad –desde el australopithecus hasta Homo Sapiens Sapiens (H.S.S.)– se había gestado exclusivamente en el territorio de lo que hoy se llama África, y que fueron aquellos hominóideos los primeros en abandonar el continente para extenderse por otros territorios. Cuando el H.S. llegó a lo que hoy se llama Europa, se encontró con una especie distinta –el Homo Neanderthalensis– y, por los estudios de Svante Pääbo –director de Genética del Instituto Max Plank de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania–, sabemos que se mezclaron. Su peregrinaje lo llevó al norte y allí se encontró con el Hombre de Denísova –otra especie diferente conocida como el Hombre ruso al que estudios de termoluminiscencia y datación por radiocarbono sitúan en unos 180,000 años atrás–; y con él, también, tuvo descendencia. Ya en territorio de lo que hoy es Asia, se entrecruza con otro bípedo que –miles de años más tarde– se convertiría en el detonante de una de las disyuntivas científicas más difíciles de la actualidad. Por lo que ya sabemos, su periplo ahí no se detuvo, pues, hace poco se descubrió en los 400 miembros de la tribu nómada Järawa, en las islas Andamán –al sur de Myanmar y Este de India– que poseían el ADN del H.S. y el de otra especie completamente desconocida para los paleoantropólogos y genetistas.
Investigaciones en años recientes han hecho tambalear las teorías sobre el origen del H.S. y apuntan a que estos primeros humanos evolucionaron a partir de un grupo de primates de origen pre-asiático. El hallazgo, en excavaciones realizadas en China y Myanmar, de varios restos de dientes de un primate ancestral (Afrasia djijidae) apoyan esta teoría al calcular su existencia en unos 45 m.a. Un estudio más reciente publicado en PNAS Journal (Proceedings of National Academy of Sciences de EEUU) revela que estos restos son similares en forma y tamaño a otro primate fósil de unos 38 m.a (Afrotarsius lybicus) encontrado en Libia, y cuya relación entre unos y otros ha sido formulada por científicos del Carnegie Natural History Museum de Pennsylvania, EEUU. Estas nuevas evidencias sugieren que el H.S. no viene de África; pero –afirmo yo–, sugieren, también, que tampoco viene de Asia, como de ningún otro lugar de nombre conocido, porque, sencillamente, de dónde haya podido proceder, lo ha hecho de territorios innominados. Por ello, quien quiera hablar sobre el origen y de dónde proviene el Hombre debe tener en cuenta que los registros fósiles nos enseñan que la historia biológica de la especie humana se interpreta solo por la coexistencia en el tiempo y no con la geografía moderna. En este punto, se hace necesario recordar que África fue bautizada con ese nombre por Roma tras conquistar a Cartago –su nueva provincia del sur– en el año 146 a.c.; o sea que, cuando nace África como tal, el H.S. –que nació, quién sabe cuántos millones de años atrás– ya había conquistado al mundo entero. Y para ver la magnitud del absurdo antropológico de la africanidad del H.S., bastaría con hacerse la idea de que en 1492 Cristóbal Colón llegó a la República Dominicana, que nació en 1844.
El grado de ignorancia que se muestra cuando se insiste en apelar al ADN africano, al ADN europeo y –el mayor engendro de todos– al ADN dominicano, ruborizaría a cualquier académico que, ante tantas evidencias científicas que se refieren al ADN del Homo Sapiens, al ADN del Neanderthalensis, al ADN del Denísova, etc., continúe reivindicando un ADN de corte “geográfico”. De modo que, otros –y no hacer Ciencia– serán los objetivos de un seudoestudio llamado Genetic Evolution of Dominican population que es parte de un tal Genographic Project, patrocinado –dicen– por la National Geographric Society, North American Regional Center of the Genographic Project, Universidad de Pensilvania, Unibe, Museo del Hombre Dominicano, Academia de Ciencias, Academia Dominicana de Historia. Si es así, da pena y vergüenza, porque el seudoestudio parece diseñado y realizado por semianalfabetos y, peor aún, manoseado por individuos sin conocimiento alguno sobre el tema. A ver, según el seudoestudio el dominicano posee un 49 % de ADN africano, un 39% de ADN europeo y un 4% de ADN precolombino, léase, indígena; sin hacer referencia creíble alguna al 8% restante, insinuando –talvez– que los dominicanos son los únicos habitantes del planeta que tienen una buena dosis de ADN tipo “alienígena”; y como los extraterrestres son más avanzados y mucho más inteligentes que los terrícolas, ya lo saben: este país está lleno de genios. Hay que destacar –con júbilo incluído– la importancia del histórico descubrimiento hecho durante la realización del seudoestudio del Genoraphic Project, que –con un 49% de ADN africano– los dominicanos somos más africanos que los mismos africanos al tener ellos el ADN del H.S que, según ya sabemos, no es africano; o sea, que nosotros tenemos un ADN africano que los africanos no tienen; genial el hallazgo. Se conoce –también– que el actual homosapiens oriundo del norte de África, como el de Europa central y del sur, y el de América –lo cual nos incluye, por supuesto–, tiene –de acuerdo al estudio de Svante Pääbo– un 95-99% de ADN de H.S. y de 1-5% de ADN del Neanderthalensis, que es al que se le podría catalogar como ADN europeo. Con estos datos, fácil resulta, pues, determinar que somos más europeos que los europeos que solo tienen el 1-5% del Neandertalensis, contra un 39% de ADN europeo que nosotros tenemos. Ya con estas dos características que nos supone el seudoestudio, se puede concluir que el dominicano es una especie única en el mundo, un Frankstein genético en pleno siglo XXI. Después de esto, no vale –ni siquiera– la pena, referirme al ADN “precolombino” y al ADN que no es una cosa ni otra, sino todo lo contrario, pillado en el 8% de nuestra población. ¿Quién puede estar de acuerdo con semejante disparate?
Pero, lo peor de esta historia es que individuos que no tiene nada que ver con Paleoantropología, mucho menos con la Genética, se pongan interpretar datos a todas luces incompletos e incorrectos. De todas maneras, quiero significar que para hablar del ADN hay que saber que este no viene solo, que viene inseparablemente unido otros componentes fundamentales para la vida. Para empezar, el ADN –siglas del ácido desoxirribonucleico– es un ácido nucleico (llamado así por su descubridor al aislarlo en el núcleo de una célula) que contiene las instrucciones para el funcionamiento de todos los organismos vivos conocidos y lo compartimos con los demás primates en un 99%. Su principal función es el almacenamiento de la información que determina la composición y producción de las proteínas. Se vale del ácido ribonucleico (ARN), molécula que, además de regular la expresión génica y reacciones catalíticas, es la responsable de dirigir la transferencia de la información durante las etapas intermedias de la síntesis proteica, fundamentales para las actividades y el desarrollo celular. Si hablamos de expresión génica, es necesario conocer que los genes son las unidades de almacenamiento del ADN que contiene toda la información a transmitir a la descendencia mediante los cromosomas, que, a su vez, son unas estructuras localizadas en el núcleo de la célula que contienen los genes que llevan el ADN. En resumen, toda la información hereditaria se encuentra en 46 cromosomas que –en pares de 23– recibe todo ser humano de cada progenitor. Tenemos, entonces, que el conjunto de genes –con todo el ADN contenido en el núcleo organizado en los cromosomas que tiene una especie en particular– es lo que se conoce como Genoma. Como vemos, es tal la interrelación de un elemento con otro, que no se puede separar el ADN del resto, solo porque, por algún motivo, le interese a alguien ponerle apellido al estilo ADN africano o europeo, etc. Si este capricho fuera científicamente sustentable, se tendría que hablar de genes, de cromosomas y de genomas africanos, europeos, etc., y esto sería una locura. De cualquier manera, ¿qué tiene que ver un conjunto de elementos ligados al origen mismo de la vida con África, Europa y República Dominicana? Absolutamente nada; por lo que ese seudoestudio carece totalmente de relevancia científica. Finalmente, quiero recalcar que, aún se haya completado el círculo de la emigración de la especie humana, el dilema de su origen y de quién emigró hacia dónde, apenas ha comenzado, por lo que el tema está muy lejos de estar dilucidado. Insistir en lo contrario es, más bien, una terapia para los necios.