A la izquierda castrochavista, la historia no la absolverá

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El autor es economista. Reside en Suiza

Érase una vez, a principios de este siglo, una izquierda radical, anticapitalista y admiradora del castrismo, a la que todo parecía sonreírle. Tiempos de euforia revolucionaria, en que los altermundialistas ocupaban las metrópolis de Europa y Estados Unidos, unos autoproclamándose “Indignados”, otros cantando “Occupy Wall Street”. Tiempos, también, en que el capitalismo atravesaba una crisis financiera (la “Gran Recesión”) que indujo al “teólogo de la liberación” Leonardo Boff a transformarse en profeta y anunciar (como otros ya habían pregonado en el momento de la Gran Depresión de los años 30 y en el de la estanflación de los 70) que el mundo había entrado, eureka, en la crisis final del capitalismo.

            En América Latina, no fueron pocos los países que en ese entonces apostaron por la izquierda pro castrista. Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Uruguay, y más que todos Venezuela, tomaron esos rumbos.

En Europa, el partido de izquierda anticapitalista Syriza alcanzaba el poder en Grecia, mientras que, en España, nada parecía detener el avance político y electoral de Podemos, movimiento igualmente anticapitalista, y chavista por añadidura.

            De aquella euforia, hoy sólo queda un balance amargo y doloroso, plagado de luto, sangre, decepciones y mentiras. El espejismo se esfumó. Veamos qué ocurrió.

            Con Uruguay como excepción que confirma la regla, los gobiernos latinoamericanos de izquierda procastrista no han cesado de perder elecciones o, como ocurrió en Bolivia en febrero de 2016 y anteriormente en Venezuela, referendos organizados para tratar de legitimar espurios designios continuistas. Y aquellos que se mantienen en el poder en Venezuela y Nicaragua no logran su objetivo sino destruyendo la independencia de los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y la imparcialidad de la junta electoral, amordazando la prensa independiente y, sobre todo, recurriendo a una brutal represión, cuyo saldo se cifra en centenares de muertos y en millares de prisioneros y torturados.

En lo que respecta a Europa, Syriza ha dejado de ser un movimiento antisistema: con tal de mantenerse en el poder, se muestra dispuesto a transigir con los principales acreedores de Grecia, los mismos que hasta ayer Syriza vilipendiaba, es decir, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Podemos, por su parte, está sumido en luchas intestinas y confronta una pérdida significativa de popularidad.

Los Indignados y los abanderados de Occupy Wall Street han desaparecido de la arena pública. Los “chalecos amarillos” de Francia, un nuevo movimiento de protesta sin ideología clara aún, ha tomado el relevo. Y por más que la izquierda haya tratado de controlar ese movimiento, le ha resultado imposible lograrlo, debiendo competir en esos menesteres con una derecha populista, xenófoba que le lleva amplia ventaja en las encuestas de opinión.

            Por otra parte, nuestros revolucionarios debieron ver con asombro al Ministro de Comercio Exterior de la Cuba comunista, Rodrigo Malmierca, acudir a principios de este año, no a un foro altermundialista, sino al Foro Económico de Davos, antro de la globalización “ultraliberal”. Objetivo de ese viaje: buscar sucedáneos a la ayuda que Cuba recibe de la hoy exangüe economía venezolana y, con ese propósito en mente, brindarles a las sociedades transnacionales oportunidades de inversión que el castrismo les niega a los cubanos de a pie. Ironía del destino, hace menos de un año que el diario oficialista cubano Granma calificaba dicho foro de “show mediático, donde vivir del cuento es el único de sus aportes.

            En cuanto a la famosa crisis final del capitalismo, las pitonisas de la izquierda radical han tenido que regresar a casita con el rabo entre las piernas. La economía mundial, halada por el dinamismo de la economía de EEUU, logró recuperarse de la Gran Recesión. Para la crisis final del capitalismo, habrá de nuevo que esperar.

            Todos esos acontecimientos le asestan una humillante bofetada a la sempiterna, e infundada, arrogancia intelectual y moral de la izquierda radical. Pero por contundentes que sean, los mismos se quedan cortos en comparación con el golpe más duro que ha sufrido dicha izquierda en lo que va de siglo, a saber: el aparatoso descalabro del “socialismo del siglo XXI” instaurado en Venezuela por Hugo Chávez bajo la inspiración y guía de Fidel Castro.

            La responsabilidad del castrismo en la catástrofe económica venezolana queda de manifiesto en las recientes declaraciones formuladas por el padre teórico del “socialismo del siglo XXI”, es decir, el sociólogo alemán Heinz Dieterich, quien critica sin tapujos el giro tomado por la revolución bolivariana que él ayudó a articular. En efecto, en sus recientes declaraciones a la cadena alemana Deutsche Welle, Dieterich afirma que fue Fidel Castro en persona quien, delante de un Chávez moribundo, indujo a Nicolás Maduro a “radicalizar la revolución”. Y ello, en contra de los consejos del brasileño Luis Inacio Lula, quien sugería “hacer alianzas con la burguesía nacional para desarrollar el país y con un éxito económico poder hacer reformas más profundas para la revolución”.

Ante las críticas del ideólogo del “socialismo del siglo XXI”, ¿qué valor puede tener la cantilena de los trolls del castrochavismo, que eximen de culpa al presidente usurpador Nicolás Maduro y su camarilla y atribuyen el desastre venezolano a las sanciones del “imperio”? Esa cantilena no vale nada, amigo lector: el colapso económico de la Venezuela socialista comienza mucho antes de la entrada en juego de las sanciones en cuestión y constituye la inevitable consecuencia del tipo de gestión socialista – con el famoso “Exprópiese” como consigna predilecta – pautada por el amo ideológico del liderazgo bolivariano, es decir, el castrismo.

El fiasco del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela pone al desnudo la garrafal inepcia del régimen cubano en materia de gestión de la economía. Que el castrismo en sus albores haya socavado, como lo hizo, la economía de Cuba (una de las más pujantes del continente latinoamericano a mediados del siglo pasado), podría serle imputado a la falta de experiencia gubernamental de Fidel y sus barbudos en el momento de bajar de la Sierra Maestra. Pero que ese mismo castrismo, 60 años más tarde – y después de tantos reveses económicos sufridos por persistir en la vía socialista – haya exportado a Venezuela su manía de “radicalizar la revolución”, constituye la mejor prueba de que, en materia de economía, dicho castrismo no ha aprendido nada.

Se necesita ser muy obtuso de mente para matar, como lo ha hecho el régimen cubano a fuerza de empecinamiento ideológico y de impericia económica, la gallina de los huevos de oro que para los jerarcas de La Habana representaba la economía venezolana.

En el único terreno en que el castrochavismo ha logrado ser eficaz es en el de la represión. Para golpear, encarcelar, martirizar y asesinar a manifestantes y opositores indefensos, para eso sí son buenos los herederos ideológicos de Fidel Castro y Che Guevara y los millares de agentes cubanos, expertos en espionaje y tortura, esparcidos por Venezuela. Pero para el resto, y en particular para dirigir u orientar la economía de un país sin llevarla a la ruina, el castrochavismo es de lo más inepto que la izquierda haya podido procrear.

Luisa Ortega Díaz, exfiscal del régimen chavista y gran aliada de Chávez, el general Raúl Isaías Baduel, militar clave en la reposición de Chávez en el poder en 2002 y ex Ministro de Defensa, el general Miguel Rodríguez Torres, ex jefe de Inteligencia de Chávez, Jorge Giordani, ex zar de la economía durante los 14 años del gobierno de Chávez, y más recientemente Hugo Carvajal, ex jefe de contrainteligencia militar y diputado del chavismo, forman parte de la lista cada vez más larga de chavistas de primer plano que reconocen y condenan el giro tomado por la revolución que ellos habían contribuido a consolidar.

            Pero los miembros de la izquierda radical del continente – instalados cómodamente en países donde impera la libertad de expresión, o viviendo en el “imperio” mismo sin temor a ser perseguidos por sus ideas – permanecen impávidos. Con un descaro rayano en la imbecilidad, pretenden comprender e interpretar la realidad venezolana mejor que todos esos chavistas desengañados, a quienes acusan de haberse vendido al “imperio”.

Por revolcarse, ufana, en el fango económico y moral creado por regímenes incompetentes, corruptos y asesinos, y defender obstinadamente un socialismo que fracasa por doquier, esa izquierda indolente y cómplice puede dar por seguro que, muy a su pesar, pero muy merecidamente, la Historia no la absolverá.

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