OPINION: Libertad y dignidad
«Todo el mundo está discutiendo si es o no una prohibición», escribió en Twitter. Y agregó: «Llámelo como quieran, se trata de mantener a las personas malas (con malas intenciones) fuera del país».
El actual presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump acaba de dar un zarpazo a la delincuencia y al corazón del terrorismo en el país. En Florida acaba de caer uno de los mafiosos más grandes y distribuidor de heroína en el Sur de la Florida y para tener una mejor visión, las autoridades acaban de afirmar que también estaba viviendo de los Sellos de alimentos que ofrece el gobierno federal.
Asimismo, el jefe del terrorismo islámico fue atrapado por el FBI en las mismas redadas que se están realizando a nivel de los Estados Unidos. En el caso del Departamento de Inmigración, el presidente Trump nombró a Thomas Homan, quien «removió» de los Estados Unidos a más de 369.000 extranjeros, incluidos 216.000 con antecedentes criminales.
El presidente de los Estados Unidos Donald Trump informó que Thomas Homan es el nuevo director del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, en sustitución de Daniel Ragsdale. Una persona clave para la ejecutoria política del nuevo presidente americano. El mundo está en llamas.
El Partido Demócrata que no lo hizo bien en dos administraciones no quiere que el supuesto legado de Baraca Obama culmine bochornosamente como ha de ser. El partido se ha enfrascado en un dime y direte bochornoso que a la larga, la mafia creada por ellos durante estos largos y tormentosos años, se le verá la cara real, con el paso del tiempo.
Estos cambios saludables para el país han puesto de coronillas a muchos. Europa cuna del Nazismo, Comunismo y Fascismo y torre de tiranías execrables, quiere darle elecciones de democracia a los Estados Unidos de América. Ha sido muy largo el camino que comienza a agrietarse.
Trump quiere darle vigencia a las raíces que fueren el cemento para la base de esta nación. Desea proteger el cristianismo como punto de lanza. Esa es la tradición norteamericana. Los liberales odian esa posición del Presidente.
Si el cristianismo –observan muchos analistas— es como el nuevo presidente sostiene que es la base espiritual de un régimen de libertad, ¿cómo es que el Nuevo Testamento apenas si se menciona esta palabra?… La cuestión, oportuna y sagaz, sirve para poner el tema en su verdadero cauce. Hoy se habla nada menos que de «la doctrina social cristiana.»
En efecto, quizás la única vez que Cristo menciona el concepto es en la conocida expresión: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (San Juan cap. 8, ver.32). Donde más se repite es en las epístolas paulinas. En la de los Gálatas, por ejemplo, dice el Apóstol de los Gentiles: «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no volvías otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre» (cap. 5, ver 1).
Más aun, ¿qué sentido tiene esta libertad a que se refieren los textos sagrados? Uno esencialmente teológico, muy diferente de la connotación política a que estamos acostumbrados: libertad del pecado, que, como bien lo explica San Pablo, quiere decir no «libres para pecar» sino «libres [por Cristo] de las consecuencias del pecado». Es así como discurre la mentalidad formada en los moldes milenarios del hebraísmo. Cristo y los apóstoles hablan en lenguaje que presupone el co0nocimiento de Moisés y los profetas.
Lo importante para nosotros, sin embargo, es descubrir el punto de enlace de esta corriente nutritiva espiritual con los postulados políticos que hoy nos reglamentan la vida. El cristianismo no es una doctrina revolucionaria en el sentido que vulgarmente se le quiere entender por las falanges izquierdistas agazapadas. Cristo no se cuidó de cambiar las estructuras sociales o económicas. Su procedimiento es otro: cambiar al hombre. Hacerlo una nueva criatura capaz de elevarse por encima de sus propias limitaciones y las de su ambiente.
Para este hombre «nacido de nuevo», según la precisa imagen evangélica, las formas del hecho político o las posiciones de la escala social son lo de menos. Hay una energía superior que es como una niveladora trascendente que disipa y disuelve señoríos y privilegios: la energía inagotable del Amor.
La revolución cristiana tiene lugar, sí, pero en los espíritus. Sus efectos vienen después como viene el fruto de la semilla. Únicamente a través de esa experiencia puede el pensamiento occidental asimilar la amonestación de San Pablo en su cara a los Efesios: «Siervos, obedeced a vuestros amos…» (cap. 6, ver.5). Porque para Dios no hay acepción de personas.
¿Dónde está, entonces, la relación con lo político moderno, con la democracia proclamada de hoy? Sencillamente en la integración moral del individuo. Si bien es cierto que Cristo no se propone derribar tiranos a tiros ni establecer andamiajes determinados de gobierno, sí ofrece gratis la argamasa ética capaz de mantener enhiesto el orden secular. Mejor todavía, de crear un orden cuya conformación jurídica se inspire en el respeto a la persona humana.
Lo de ser o no ser religioso, lo de creer o no creer, asume aquí categoría secundaria. Lo teológico en la Historia toma forma, se hace visible, en el arreglo político de la sociedad. Y es en ello donde se comprueba que la democracia no es más que un cascarón vacío si no lleva dentro la almendra del hombre en toda su entereza moral.
Se es libre, primero, en aquel conocimiento, en aquella aprehensión de la verdad que nos da la exacta medida de lo que somos y del universo que nos rodea. Y después, en la voluntad de fundar una sociedad, una «república», cuya ley básica sea la plena dignidad de la persona humana. De ahí que la libertad venga a ser, ciertamente, un goce del espíritu íntimamente enlazado a la dimensión entera del hombre.
Nuestra sociedad se ha convertido en un archivo ambulante de odios y rencores. El hombre de hoy aprendió a vivir en diagonal, pero no ha tenido la grandeza de vivir en horizontal asido de los cornijales de la verticalidad de la Gracia del Altísimo.
JPM