Federico Henríquez Gratereaux

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He alimentado mi apetito voraz por el cultivo de las letras leyendo la columna diaria «A pleno pulmón» que publica Federico Henríquez Gratereaux en el periódico Hoy y estudiando con la pasión del sol que irradia fuego sobra las obras literarias que produce este talentoso orfebre de la literatura dominicana y latinoamericana. Su ritual notabilísimo por la conservación de la nobleza, la pureza y la dispersión válida del lenguaje escritural obliga al lector seguidor de sus acrobacias intelectuales admirar la suave cadencia de sus escritos. Federico Henríquez Gratereaux es uno de nuestros escritores más sólidos en sus juicios y de mayor enjundia intelectual; sus trabajos dejan siempre el dulce sabor de que se está en presencia de un hombre de una enorme y bien cuidada ilustración que no deja espacio al aire, o sea, sin concluir su pensamiento ni planteamiento sin afinar a manera de que el lector pueda lograr lo que busca al estudiar una obra literaria elaborada por el talento primoroso de este escritor. Los planos literarios a los que suele ascender Gratereaux no se circunscriben solamente a darle fuerza y colorido a la idea que el lector se ha fijado metafóricamente al someterse al rito de la lectura de textos tales como Un ciclón en una botella, La feria de las ideas y Ubres de novelastra. En La feria de las ideas el autor se inserta en un mundo de ideas dilatadas, de vertientes y de criterios opuestos para tratar de llegar estupendamente a una comprensión sobre el hombre contemporáneo. Este ejercicio sociográfico y antropológico no es para sociólogos bisoños, es una disciplina reservada casi exclusivamente para los gigantes de las ciencias socios culturales, a cuyo exclusivo universo él pertenece. Esa búsqueda incesante de Federico Henríquez Gratereaux al intentar penetrar a las inmensidades socioculturales del hombre moderno para extraer de aquella oquedad lo ignorado y presentarnos sus excelentes conclusiones; esa labor formidable de este escritor insigne y depurado investigador sociocultural me provoca atrevidamente a coincidir con el ensayista y eminente pensador inglés Thomas Carlyle en el sentido de que siempre hay un lugar en las cumbres para el hombre valiente y esforzado. La preocupación de Federico Henríquez por las contrariedades de la sociedad dominicana quedó vigorosamente demostrada en su ensayo Un ciclón en una botella, ya que en este importante ensayo él emprende una especie de peregrinación sociocultural por los caminos sagrados de nuestra historia social, económica, política y cultural con el objetivo bien trazado de averiguar fundamentalmente algunas singularidades del dominicano. Quizás en este trabajo de verificación sobre las particularidades de si mismo el prestigioso intelectual y ensayista dominicano haya determinado, como dijera Sócrates, que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo. En Un ciclón en una botella Federico Henríquez Gratereaux parece hacerse una introspección de por qué pasa lo que nos pasa, por qué Santana y Trujillo y por qué el pesimismo del dominicano. Sin embargo, al tratar de indagar sobre estas características tan pronunciadas en el dominicano, no sabemos por qué Federico Henríquez no se basó en las obras ni tomó en cuenta la percepción del escritor, ensayista, filosofo y cuentista montecristeño José Ramón López tituladas El gran pesimismo dominicano y La alimentación y las razas (1876), sino que, según explica el propio autor, prefirió otros autores y otras obras. Sabemos que nuestro admirado filósofo, Federico Henríquez Gratereaux, sin lugar a dudas el escritor del pensamiento más profundo que tenemos, hubo de haber leído estos valiosísimos ensayos de López, porque ambos trabajos fueron el fruto de un esfuerzo de investigación sociocultural de su autor, sacrificio que Federico habrá estimado grandemente, tratándose de la autoridad del ensayista oriundo de Montecristi. Tenemos que aceptar que La alimentación y las razas se produce en 1876 en una época en que la sociedad dominicana vivía un desarrollo incipiente y era razonable este atraso, sobre todo en materia de producción de bienes de consumo agrícolas por la escasez de mano de obra campesina y la rusticidad del trabajo que no permitía una productividad suficiente para alimentarse y comercializar el poco excedente disponible. Por otro lado, tenemos que para el trabajo de Federico Henríquez Gratereaux Un ciclón en una botella pudo suceder que La alimentación y las razas no fuera el mejor modelo a tomar, pues su ensayo no se enfocaba necesariamente en tratar los hábitos alimentarios del dominicano de unas épocas distintas que estaban influenciadas por patrones de consumo totalmente desemejantes. Supongo, en cambio, que mi filósofo predilecto, Federico Henríquez Gratereaux, pudo haber escogido como obras de estudio para su ensayo uno de los trabajos más notorios del filósofo y profesor alemán Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, el cual supone una obra cumbre del misticismo y de la desesperanza profunda del hombre de occidente o sobre alguna obra crítica de cultura morales, positiva y negativa, de Nietzche o El hombre de la esquina rosada, de Jorge Luís Borges, tratando de conocer el por qué del lenguaje orillero y tosco del hombre dominicano actual o, en último caso, leyó las novelas El árbol de la ciencia y Camino de perfección del escritor español Pío Baroja quien perteneció a la llamada Generación del 98 a la que también integro Miguel de Unamuno, Azorin, Ramiro de Maetzu, Joaquín Álvarez Quintero y otros escritores, poetas y ensayistas españoles. Lo que sí debo destacar de Federico Henríquez Gratereaux entre otras virtudes que le sirven de ornamento a su figura como intelectual es su cimérica grandeza como filósofo y escritor, para no llamarla colosal, encasillado éste al cual evidentemente también él pertenece. El fallecido pintor Fernando Ureña Rib escribió sobre la agudeza crítica de Federico Henríquez y señala con suficiente clarividencia que la profundidad de los ensayos de Federico Henríquez no se “advierten de inmediato, porque van recubiertas de un humor soterrado, que cual río subterráneo va llevándonos a zonas cada vez más profundas del tema elegido y tratado”, acercándose a la dramaturgia. Federico Henríquez ha demostrado ser un estudioso del pensamiento y de la manera en que se debe razonar acerca del mundo que le rodea. Esto lo vincula con la virtuosidad de los grandes filósofos como Kant, Rene Descartes, David Hume, entre otros. Me inclino a pensar que nuestro personaje de hoy es un apasionado implacable de la razón humana. Según Plutarco, sujetarse a las reglas de la razón es la verdadera libertad. Tiene Federico Henríquez Gratereaux la competencia de construir o de prescindir de conceptos concluyentes o de caer en conclusiones, en función de su coherencia con respecto a otros conceptos de partida o premisas; debo advertir aquí que toda premisas son anteriores a conclusiones nutridas de argumentos, lo cual viene siendo un proceso de la lógica deductiva. Aristóteles, escribiendo sobre el significado de lógica deductiva, dice que es un argumento en el cual, establecidas ciertas cosas, resulta necesariamente de ellas por ser lo que son, otra cosa diferente. Dice P. Leovigildo Salcedo sj., en su Tratado de Lógica, que “la Lógica deriva su origen de la naturaleza misma racional del hombre, pues el hombre está dotado de una facultad natural para alcanzar con sus actos la verdad y para evitar el error; de donde puede también procurar la rectitud con unas reglas determinadas. Y esta se llama Lógica natural o vulgar. «Pero», continúa explicando Salcedo, la misma naturaleza humana, en cuanto esencialmente defectible, también es el origen de la Lógica artificial o científica, la cual se preocupa del modo de pensar rectamente y de evitar los errores que con mucha frecuencia se evitarían con enorme dificultad por medio de nuestra lógica ordinaria”. Finalmente, debo decir que Federico Henríquez Gratereaux, entre los filósofos dominicanos menos conocido, es el que más cerca ha estado a una disciplina y de las propedéutica aristotélica que se requiere para preparar los estudios previos a establecer la metodología que le exigen sus obras escritas dentro de un marco disciplinario exploratorio. Me gustaría leer algún escrito de Federico Henríquez que plante la diferenciación entre una República Dominicana real miserable y otra República Dominicana falsa y aparente, como aquella España de la Restauración borbónica de 1874.

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