El imperativo del mal gusto
Por SEGUNDO IMBERT BRUGAL
Cambio canales, sintonizo emisoras y, si acaso, me detengo en uno o dos programas libre de estruendos y barrabasadas. Busco en la lista de espectáculos y pocos me tientan. No rio con los comediantes de ahora. Salgo huyendo de bodas y lugares públicos: escapo del ataque inmisericorde de gigantescos decibeles que intentan dejarme sordo. El volumen taladrante de las bocinas condena a grito. O bailas o enronqueces.
“Estas viejo, no entiendes nada: son gustos diferentes, nuevas generaciones, música de ahora, chistes distintos”, afirmó, irónico, un hombre joven.
Contesté: “Ah,¿Entonces por eso decenas de miles pagan para ver a raperos y bachateros agarrándose la entrepierna y remeneándose al compás de desafinadas tonadillas obscenas y agresivas?.
Hombre, ¿serán seniles las razones por las que vemos en pantallas, grandes y chicas, tanta grosería? “
Dije al hombre joven: “Caramba, entonces debo suponer, que sufro una distorsión de la tercera edad, gusto viejo. Para ti, esas manifestaciones artísticas no son ni mejores ni peores, sino de este tiempo chévere y bachatero”. “Pues mira”, sentencié, “viajas junto al ganado sin saber del credo la mitad”.
Podemos leer teorías sobre gusto y estética mucho antes que las del filosofo Inmanuel Kant, y seguirlas en este siglo con el británico Don Slater, “Consumidor, consumo y modernidad”. Todas se mueven alrededor de la influencia de las clases altas, la educación, la moda, el reclamo del consumidor y, a manera de epicentro, el relativismo estético.
En nuestro país, tomando en cuenta el pragmatismo a ultranza de una clase dominante minoritaria, estratos sociales medios cada vez menos determinantes y reducidos, y el imparable crecimiento de los pobres, tenemos que concluir, paradójicamente, que son estos últimos, la mayoría, los de mayor impacto, relevancia política y capacidad de consumo.
La gleba, pues, es el principal blanco de un mercado dedicado a complacerla y conquistarla; sus gustos se imponen y complacen.
El vulgo ignorante, diseñado a la medida del poder, intenta sobrevivir a espaldas de cualquier refinamiento. Disfruta de espectáculos elementales, instintivos; estribillos sencillos, armonías unitonales y métricas arbitrarias, saltarinas, versos vulgares. Exige diversión a su medida, y se la brindan.
El vulgo ignorante, diseñado a la medida del poder, intenta sobrevivir a espaldas de cualquier refinamiento. Disfruta de espectáculos elementales, instintivos; estribillos sencillos, armonías unitonales y métricas arbitrarias, saltarinas, versos vulgares. Exige diversión a su medida, y se la brindan.
Hay que mantenerlos entretenidos, enfocados de la cintura para abajo. Es lo popular. Una chabacanería de muchos. Se impone y la imponen. Es rentable.
Tetas, nalgas, músculos, y tres notas musicales, producen risas y fornicios danzantes. Las masas seguirán atiborrando anfiteatros. Seguirán construyéndoselos. No cesarán de serviles películas flatulentas y de llenarles el televisor con disparates.
No es vejez, hombre joven, es mal gusto institucionalizado; https://almomento.net/wp-admin/post.php?post=100599&action=edit#deformación, mejor dicho, carencia de formación estética.
En sociedades empobrecidas, envilecidas por una paupérrima educación, el mal gusto predomina.
En sociedades empobrecidas, envilecidas por una paupérrima educación, el mal gusto predomina.
“Sucede”, expliqué a mi interlocutor, “que a ustedes les tiene secuestrado el imperativo de masas incultas. No le des más vuelta. Si llegas a convencerte de lo que digo, prepárate: te caerán encima epítetos de clasicista, elitista, burgués, o cualquier apelativo inapelable.
¡Dale para adelante! (suena mejor que pa’lante) y dedícate a rescatar el buen gusto de nuestra gente.
¡Aboga por la excelencia!
¡Aboga por la excelencia!
jpm
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