Del extraño hechizo del poder
Las complejidades psíquicas que determinan la ambición de poder, tienen el extraño hechizo de convertir viejos aliados en rivales irreconciliables. Así lo corroboran deterioros vertiginosos de incontables vínculos políticos del pasado.
Cuando David entró a Jerusalén con la cabeza de Goliat testimoniando su victoria en el valle del Alcornoque, jamás imaginó que su desgracia política quedaba sellada. Lejos de ver al vencedor que devolvía el brillo a su deslucido reinado, Saúl receló de su prudencia y ascendente popularidad, temiendo que amenazarían sus planes de perpetuarse en el trono de Israel. La autoestima, determinación y creatividad del joven que solo sabía apacentar ovejas y tañer el arpa, fueron para Saúl “cualidades peligrosas”.
De ahí que la honda y la piedra filosa que David clavó certeramente en la frente del coloso, lo convirtieran en héroe de guerra perseguido no obstante por el hechizo disociador que se apoderó de Saúl. La ofuscación tormentosa del rey terminó en suicidio, mientras David se elevó a tronco del linaje real de Cristo.
Hay quienes creen que la fisura entre Bolívar y Santander se debió a la obstinación del Libertador por seguir preponderando en el escenario político regional. El carácter vitalicio y hereditario que le confirió a la Presidencia en la Constitución de la naciente Bolivia, revelaba para muchos su pretensión de eternizarse en el poder de los demás pueblos recién emancipados. De modo que el extraño hechizo del poder aposentado en Bolívar, sería la causa de la ruptura definitiva entre ambos colosos continentales. El General en su laberinto vivió sus últimos días en medio de circunstancias sencillamente deplorables.
La experiencia dominicana no ha sido muy distinta. Durante la incursión armada de Haití en 1849, Báez promovió la iniciativa que llevó a Santana a encabezar el ejército que triunfó en la Batalla de Las Carreras. Ambos alternaron constitucionalmente el par de períodos presidenciales subsiguientes. La alianza implícita entre los dos representantes de las clases socioeconómicas predominantes, posiblemente sentaba las bases de un promisorio sistema bipartidista que habría ahorrado múltiples calamidades.
Sin embargo, las consecuencias negativas de una reforma constitucional extemporánea disputada entre baecistas y santanistas, serían perdurables. El extraño hechizo del poder se encargaría del resto. La reelección automática de Santana sumada a la injerencia del cónsul Segovia, terminaría anulando los eventuales beneficios de aquel pacto nonato.
Como el caso Segovia, la intromisión de jefes de misiones diplomáticas en asuntos domésticos, ha sido generalmente desastrosa. Raras veces, verbigracia Saint Denys, tuvo puntos luminosos. Embajadores contemporáneos utilizan métodos de cónsules del pasado para influenciar decisiones del liderazgo criollo. Taladran el campo de sus convicciones para inclinarlas “favorablemente”, aliados al extraño hechizo del poder responsable de crisis recurrentes que escinden instituciones.
Para una agrupación bicéfala relevante, por ejemplo, las señales diplomáticas pudieran ser confusas. Sus cabezas podrían interpretarlas en formas distintas y comportarse irreflexivamente. En cualquiera de los extremos de su eventual bifurcación, la entidad que las nutre quedaría al borde de un abismo profundo. Su posible precipitación solo probaría una sensible involución del proceso de maduración política.
Sucede sin embargo, que las probabilidades de progreso son nulas para un país atrofiado social y políticamente. Avanzar por la ruta del desarrollo requiere que la consolidación institucional arranque del seno de las agrupaciones que conforman la sociedad civil y la sociedad política.
El extraño hechizo del poder se opone a ese fin creando el error de perspectiva que camufla los verdaderos enemigos de los pueblos. Sus efectos deformadores hacen que la dirigencia nacional pierda de vista al rival gigantesco que tiene de frente en las desigualdades sociales responsables del estancamiento secular. Únicamente el poder superior de una alianza en posesión de la honda y la piedra filosa que se hinque mortalmente en su colosal frente, podría derribarlo.
Empero hace falta el empuje inspirado en una férrea voluntad política que construya la honda victoriosa. En el proyecto de nación que propicie un estado de bienestar sustentable, se halla la piedra milagrosa a ser lanzada contra el gigante. Más, para dar en el blanco, hay que afinar la puntería, lo que sería imposible sin que antes se conjure el extraño hechizo del poder que divide y empaña la visión del liderazgo político.