De crisis, reformas y coyunturas

El retorno de Joaquín Balaguer al poder en 1986 -por obra y gracias del PRD-, facilitó la reaparición de varios fantasmas históricos-políticos: los fraudes electorales y las reformas constitucionales de factura coyuntural, esto es, para conjurar o agravar crisis políticas (por apetencia de poder o caudillismo mesiánico) como sucedió en el 1994 (prohibición de la reelección indefinida) y la de 2002 (aquella reforma ¡de tres noches! que, independientemente de traje a la medida, consignaba algo positivo: el “jamás” en un país de arraigo caudillista-presidencialista).
 
La reforma del 2010, fue un punto de inflexión histórica de avance jurídico-político con una sola tuerca floja: que debió constitucionalizar en el sentido de desterrar el fantasma de la reelección indefinida o diferida. De haberse constitucionalizado así, Leonel Fernández, probablemente, hubiese estado agotando su último mandato, mientras que Hipólito, Vargas, Abinader y Danilo Medina se estarían disputando el 2016. Pero la política no se nutre de sueños, deseos o reglas fijas, sino de realidades vivas y dinámicas; y esas, derriban puertas, hacen olas e imponen designios insospechados. ¿Qué político no lo sabe?
 
El “fraude colosal” a Juan Bosch en el 1990, incubó -porque el fraude electoral-‘chicana’ era parte consustancial de la psiquis política de Balaguer- la crisis política-electoral de 1994 que obligó a una reforma constitucional que instauró la prohibición de la reelección indefinida y, de paso, redujo el mandato a dos años:94-96 (mediante el Pacto por la Democracia); pero antes de que se aprobara el zorro de Navarrete (Joaquín Balaguer) trató de conjurar la crisis vía dos acertijos: propuso la fórmala del dos y dos (es decir, dos años de gobierno para Peña-Gómez y dos años de gobierno para él); no obstante, cuando vio que el consenso nacional y, sobre todo, la presión internacional operaba a favor de una salida institucional-constitucional, se la ingenió para consignar el 50% + 1 de los votos como requisito para ganar en primera vuelta. Sin duda, con ello -el Dr. Balaguer- se la puso en la china al Dr. Peña-Gómez  (que pecó de ingenuo al aceptar la formula) y al PRD (que abandonó el escenario en donde se debatía y se aprobaría la nueva reforma: la Asamblea Nacional).
 
Sin embargo, la reforma de tres noches de 2002, regenteada por Hipólito Mejía se puede inscribir como un disparate (por el fin último que perseguía y la forma abrupta en que la impuso) o subterfugios para querer conjurar -o más bien, ocultar- tres crisis: crisis bancaria nacional, crisis  de hiperinflación en los precios de los productos de primera necesidad y crisis del crédito internacional del país. Súmele a ello, también, estos dos elementos político-ideológicos: con su aspiración absurda Hipólito se llevó de encuentro una tradición histórica-política y de principio doctrinario en el PRD, su arraigado anti-releccionismo, y, de paso, dividió al PRD al expulsar a Hatuey De Camps.
 
De nuevo: otra coyuntura
 
De nuevo, y porque la política se nutre de realidades, nos encontramos en otra coyuntura política-electoral sui géneris; pero esta vez de factura diferente: se trata de dos liderazgos dentro de un mismo partido político que, a falta de una oposición política cohesionada; pero más que todo, a falta de otros liderazgos nacionales de contrapeso, se reparten las simpatías nacionales: Danilo Medina y Leonel Fernández. Porque, ¿con quién, en la coyuntura actual política-electoral, se podría medir, en término de liderazgo nacional, al Presidente Danilo Medina?
 
Nadie me diga que con Moreno, con Abinader, con Vargas o con Hipólito, pues sabido es que ellos conforman el mapa político-electoral fragmentado y disperso que se llama “oposición política”. Lógicamente, el PLD y sus líderes -conjuntamente, con los aliados, satélites mediáticos e intelectuales (pro PLD) de la secreta, por demás glotones y siempre con la reversa puesta-, deberían no embriagarse de triunfalismo y echar una miradita al parque vehicular (carros, jipetas y triciclos -como el mío-) desvencijado de esa “oposición”, y descubrir qué tan lejos está un abrazo entre ellos…
 
Por ello, porque entiendo que afuera el panorama está definido: Leonel o Danilo (o un tercero de consenso entre ambos que, de todos modos, será de riesgo). Entonces, siendo así, ¿por qué no asumir el método científico-metodológico para dilucidar el asunto? En otras palabras, lo dicho por Camejo.
 
Sería, visto en la tradición del otrora partido de cuadros que fundara Juan Bosch, algo de procedimiento, o si se quiere, de cortesía y racionalidad política.
 
Y justamente allí (en el CP), ya replegados hacia dentro y puesto el tema en agenda, vendría, y dirigida al interesado (porque sólo él la podrá responder), la pregunta clave, metodológica y definitoria: ¿Usted quiere casarse con la gloria o el infierno, dígalo ahora o nunca? Si responde que ¡sí!, mandémosle a hacer el traje, pero antes y al calor de la reforma (digo, si se logra), digámosle al unísono: cuatro años más, y después, “jamás”.
 
Pero, si dice que ¡no! (que sería, en la opinión de algunos -incluido yo-, lo más conveniente históricamente para su figura), entonces, los peledeístas y algunos  aliados deberían dejar de insultarse en público; de hacerse oposición entre ellos mismos y, sobre todo; dejar de estar llamando al diablo… 
 
Postdata: De no operarse en consecuencia, en mi opinión, el país se polarizará -rápidamente- en varios escenarios yuxtapuestos cual espejo roto. Y de allí, saldrá cualquier epitafio al mejor estilo Saramago.
 
 
                                                           
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