Crónicas de un Corona-York viviente (2)
El regreso a la casa desde el hospital, junto a la necesidad de informar al resto de la familia de todo cuanto afectaba mi salud en base al examen que me habían realizado, constituyó uno de los tragos más amargos que he debido apurar, en el curso de mi existencia: tan pronto expuse la problemática de salud, comencé a ser visto como un peligro latente, cuya sola presencia amenazaba la estabilidad de los demás integrantes del hogar.
Se hizo evidente la necesidad de proceder en lo inmediato con el aislamiento sugerido por los facultativos, a fin de evitar males peores. Dicho y hecho. En unos instantes, mis sobrinas acondicionaron una habitación en la que podría llevar de manera adecuada el tratamiento, al tiempo de suministrarme medicamentos, equipo antiséptico y los enseres necesarios para que pudiese sentirme tranquilo a pesar del encierro.
De un zarpazo terminaban los años de libre circulación y autosuficiencia, sin más control que el propio raciocinio y responsabilidad por mis acciones. En lo adelante, en resguardo de mi vida la vida y salud pasarían a depender de la dedicación, los buenos cuidados y la firmeza de mis hermanos, y de manera especial, de Maritza, mi hermana mayor.
Una galleta con muchos gorgojos
Tan pronto fui a dar con mis huesos en la ‘solitaria’ en donde debía purgar el aislamiento, dio inicio la segunda parte del drama en que habría de estar envuelta mi vida, en los días por venir. Me refiero al delicado trance de informar cuanto estaba ocurriendo al núcleo familiar y demás seres queridos (ubicados casi en un noventa por ciento en territorio dominicano), así como las previsibles consecuencias de mi estado de salud.
En el caso del suscrito, este dilema adquiere dimensiones inimaginables, habida cuenta de la variopinta cantidad de ‘dolientes’ a quienes debía poner al tanto, de manera directa y sin intermediarios, en cuanto a la situación que me embargaba.
Como me fue posible y cual si estuviese dictando los últimos párrafos de un testamento, asumí la misión con la entereza que me permitió un hábil manejo de las palabras y, agotado este punto, procedí a dejar todo en manos de mis familiares, quienes habrían de ser, en lo adelante, los depositarios de los cuidados, salud, alimentación y la fortaleza espiritual del suscrito.
Un ‘boche diplomático’
Además del aislamiento y la fiel observancia de las medidas de higiene, a tono con las indicaciones médicas, en mi condición de paciente afectado del Coronavirus o Covid-19, debía seguir un tratamiento en base a Jarabe antigripal y/o antitusivo, reforzado con Acetaminophen o Tylenol, a lo que agregué por cuenta propia una provisión de Ampicilina 500, un antibiótico de uso común entre los dominicanos, que se consigue de manera en casi todas las bodegas administradas por criollos.
Todo ello en adición a las prescripciones regulares, relacionadas con mi condición de hipertenso, condición médica que, en el caso de las infecciones por Coronavirus, constituye un detonante que puede agravar la condición del paciente. En lo adelante, un horizonte grisáceo comenzó a enseñorearse en el panorama de este miembro recién estrenado del club de la pandemia, en cuyo futuro inmediato solo resaltaban turbios nubarrones.
De todas partes comenzaron a llegar las recomendaciones sobre remedios, brebajes, tisanas, pócimas e infusiones que forman parte de la farmacopea y sabiduría popular y que, en adición de los medicamentos industrializados, han ido de la mano en el delicado proceso del manejo de enfermedades y su proceso de curación.
Junto a las palabras de aliento que llegaron a raudales, recibí también un rosario de indicaciones sobre cosas que debía hacer -o no hacer-, si quería recuperarme del trance en que me encontraba. Varias de ellas llegaron de parte de una de mis hijas, quien había estado dando seguimiento a mis achaques desde antes de quedar postrado y asumió con suma responsabilidad el hecho de documentarse sobre todo lo relativo a la pandemia que nos ocupa y los remedios a que se debe apelar, para enfrentarla de manera exitosa.
Como anécdota de estos días queda el hecho de que, dentro de las conversaciones cruzadas entre mi hija y Maritza, recalcándole la forma en que debía preparar tal o cual remedio, ante la ofuscación por las reiteradas recomendaciones, ésta le respondió a Bielka en forma tajante:
-Sobrina, ten en cuenta que, antes de que tu Papá se casara con tu Mamá, y mucho antes de que tú nacieras, era yo quien lo cuidaba y quien se ocupaba de él, así es que, déjame a mí, que yo sé lo que hago!
Y dentro de las jocosas ocurrencias de los álgidos días del Coronavirus, este incidente quedará registrado entre nosotros como un ‘boche diplomático’, tal y como lo calificara acertadamente la propia Bielka.
Como podrá imaginar el amigo lector, ante el avance inexorable de una pandemia que aumentaba cada día, tanto en cuanto a su capacidad expansiva como por el elevado número de víctimas, vi desfilar un sinfín de brebajes conteniendo zábila, berro, cebolla, rábano, limón, miel de abejas, orégano, jengibre, ajonjolí, nuez moscada y apio, entre muchas otras combinaciones.
El zumo de estos componentes, debidamente licuado y colado, era suministrado al suscrito a manera de jarabes, ácidos y de sabor acre por lo general, que me ponían los nervios en ascuas y me hacían exhalar bocanadas de fuego, cual dragón de películas de ficción de la era medieval. Además de lo anterior, en el transcurso del día debía ingerir gárgaras de agua caliente, aderezada con limón y bicarbonato de sodio, lo que, al decir de los teóricos en la materia, incrementa el nivel de acidez en la boca, garganta y esófago y previene a los pulmones del avance del virus.
Al apurar tales brebajes, lleno de fe y esperanza en la eficacia de los mismos, no podía menos que recordar la famosa frase de nuestros años de infancia, que reza que ‘lo que no mata, engorda’.
JPM
ustedes ven que los remedio aprendido entre rep dom y haiti ligado no matan aunque si son dificil de tragar,jajajaja que bueno que saliste de esa pandemia
esta es una recreacion exacta de la situaciòn por la que pasan la mayorìa de los contagiados por el virus del covid-19.