Víctor Estrella viajó a vivir a un jardín inefable

 

Santiaguenses y santiagueros al fin nos encontramos en la escuela y fuimos amigos para siempre.

Aquellos días de estudiantes eran distintos a los de este tiempo; en la vieja escuela cada alumno se erigía en un representante de la excelencia y de realizaciones primorosas. El profesorado era muy superior al de ahora, tanto en talento como en consagración. No quiero decir que ahora no haya maestros con estas cualidades en la nueva escuela, pero al la sociedad haber cambiado sus fines los deberes  de los padres en el hogar no son ya los mismos de antes, y los estudiantes casi pierden sus ideales.

He querido darle vida a este dialogo de elevación cultural paradigmático invitando a un amigo a dejar por un momento el lugar distante donde se ha ido para que nos cuente su experiencia de estudiante en la vieja escuela dominicana, sobre todo, en la escuela de Santiago en la cual nos formamos inicialmente.

Víctor, un hombre de ciencia, de humanidad y poesía no va a sentir molestia alguna a la puerta del cielo. He querido repasar brevemente algunas de nuestras experiencias en aquella vieja escuela en la que tú, Elías Jiménez, Rafaelito Fernández, Rafael Pérez, Fausto Jiménez, Reynaldo Balcácer, Daladier Cabral y otros compañeros nos educamos al calor de las enseñanzas de aquellos maestros que con tanta entrega contribuyeron a nuestra cultura y, sobre todo, a nuestra predilección por los libros, las artes, la escritura, la literatura, incluyendo nuestra civilidad, a pesar de la Era.

R.-¿Qué recuerda con mayor emoción de la vieja escuela?

V.-Rafael, este diálogo me da la oportunidad de decir que no estoy muerto sino que he pasado a un estado anterior, y podría haber otros luego de éste, y otros anteriores. Todo no se divide en vida y muerte. Podría haber infinitos «lugares» a los que se pasa cuando se muere.

R.- ¡Ya entiendo! Me da en pensar que todos estamos muertos y nos relacionamos y todo como si estuviéramos vivos. ¿Qué diferencia hay entre estar muerto y estar vivo?

V.-Ninguna. Si razonáramos en nuestros sueños, seria lo mismo vivir en un sueño que en la realidad. Como nosotros en este espacio en el que estamos podemos pensar, entonces, no podemos estar muertos. Simplemente estaríamos en otro lugar.

R.-Entonces, tú me quieres decir que somos alma. No solamente cuerpos aun cuando nuestro cuerpo muera. Tú me está hablando sobre algo que tiene que ver con lo finito, al tránsito infinito.

V.-Exactamente. Yo seguiré viviendo porque nuestra alma es inmortal. De manera tal que no te preocupes, que tú esencia es inmortal, aunque tu cuerpo entre en un sueño profundo y eterno. Yo he venido del territorio griego, pasé por las raíces y los recuerdos de Santiago a vivir a un jardín lleno de gente.

R.-Bueno, Víctor, siempre es bueno hablar con persona como tu que ha tenido la experiencia de vivir la vida y ahora transformarse entre universos finitos con la gran honestidad de nunca pretender robarse un átomo para ser otro mundo, debilidad frecuente en la postmodernidad. Comenzamos hablando de un tema y miras donde hemos entrado al traerte a la vida. Regreso a mi pregunta inicial ¿Qué tu recuerda de la vieja escuela donde estudiamos?

V.-Aquella escuela fue una plataforma educativa que no regresará a la sociedad dominicana, porque, como dijiste a principio de esta entrevista, toda la estructura social ligada a las normas, los valores, la misma familia, la idea de progreso y de perfeccionamiento ha cambiado de forma tal que se hará imposible bajo este sistema producir algún desarrollo.

R.-Si, es cierto, ahora whatsapp moldea al estudiante, la tecnología lo vuelve «especialista» hasta marearlo y resulta que el dia del examen hay unas cruces rojas en el contexto del papel con un número al final 48 o talvez 56.

V.- Rafael, es el mejor ejemplo que escucho en estos días, en estos días de construcciones de escuelas y desayuno con mucha espuma y poco chocolate, a pesar del 4 %.

R.- Yo recuerdo que en aquel tiempo nosotros y muchos otros jóvenes estudiantes, muy de mañana, principalmente los días sábados, estábamos haciendo fila en la puerta del viejo edificio del Ateneo Amantes de la Luz, en la calle 30 de Marzo, detrás de la iglesia mayor Santiago Apóstol, para sentarnos a leer las obras clásicas de la literatura, tales como Don Quijote de la mancha, de Miguel de Cervantes, El retrato de Darían Grey, de Oscar Wilde, La divina comedia, de Dante Alighieri, Hamlet, La iliada, de Homero, Los miserables, de Víctor Hugo, Crimen y Castigo, de Fiador Dostoiewsky, entre otras textos no menos importantes.

V.-Recuerdo muy bien la competencia que se suscitaba entre nosotros los lectores voraces de aquella época cuando Domingo, el bibliotecario, nos decía que había llegado un nuevo libro comoVeinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda o la novela Cumbres borrascosas, de Emily Bronte o el cuento El gato negro y otros cuentos, de Edgar Allan Poe. Desafortunadamente, ya yo no podré regresar porque he venido a morar con todos esos recuerdos a la heredad de Efrón donde sepultaron a Cristo.

R.-Ahora me viene a mi memoria que tu y yo nos peleamos con Domingo para ver quien leía primero la magnifica obra de John Eidinow y David J. Edmonds, El perro de Rousseau, que relata la guerra entre dos grandes pensadores de la época de la ilustración, Jean Jacque Rousseau y David Hume. Además, recuerdo uno de los científicos que más cautivaba tu interés era el medico, alquimista y astrólogo suizo, Paracelso.

V.-Bueno, Rafael, qué te diría. Como mi padre era médico, a temprana edad yo desarrollé mi vocación por la medicina, sobre todo, leí todos los trabajos de investigación de Paracelso y sus grandes hallazgos para la cura de sífilis y el bocio. Es decir, que cuando yo llegué a las aulas universitarias en Santo Domingo y luego en Barcelona, España, ya yo había leído, por ejemplo, lo que era el Astrum incorpore.

R.- Recuerdo que tu proclamaba con la ritualidad de un futuro galeno el principio de Paracelso que reza así: «Únicamente un hombre virtuoso puede ser buen medico». Creo que tú lograste esa virtuosidad. No solamente en la medicina, también en las artes plásticas, la literatura y como ser humano, muy diferente al canon del silencio.

V.-Es que tú siempre tuviste muy buena memoria. Además, recuerdo que papá le gustaba que yo anduviera contigo y con Elías Jiménez, porque eran—según su criterio—buenos estudiantes y muy aplicados. Y verdaderamente que lo eran ¡Qué momento aquellos! Bueno,  Rafael, esto no es solamente la melancolía de los muertos andando, como aquel poema, por los techos de los sepulcros olvidados, los callados aullidos de los difuntos retumban en las hondas maderas buscando las formas perdidas por las esquinas de tierras y cenizas.

R.-Víctor, ante de ponerle término a este manojo de hermosos recuerdos, te afirmo mi amistad más allá del sepulcro con el siguiente poema sobre la amistad de Carlos Saavedra: «Amistad es lo mismo que una mano que en otra mano apoya su fatiga y siente que el cansancio se mitiga y el camino se vuelve más humano. El amigo sincero—como fuiste tú–es el hermano claro y elemental como la espiga, como el pan, como el sol, como la hormiga que confunde la miel con el verano. Fuente de convivencia de ternura, es la amistad que crece y se madura en medio de alegrías y dolores»

 

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