Vargas Llosa: ¿Es la literatura inofensiva?

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A propósito de lo expresado recientemente por el Nobel de literatura 2010, Mario Vargas Llosa, al momento de éste recibir un doctorado Honoris causa por la Universidad Nova de Lisboa, como escritor me he visto precisado a sumergirme en las esencias mismas de la literatura universal para conocer otras vertientes de opinión que podrían respaldar o contradecir el señalamiento hecho por el escritor latinoamericano en cuanto se refiere a que la literatura es “aparentemente inofensiva […] Pero la música creada con palabras son las responsables de denunciar que la realidad esta mal hecha”. En un enjundioso ensayo escrito por Javier España titulado “El papel de la literatura en la construcción del conocimiento en América Latina”, el autor señala lo siguiente: “Como cualquier expresión artística, la literatura se deriva de un impulso original, es decir, es plena suma de características individuales que definen el perfil humano. Sin embargo, en esta presencia se denota el hombre perteneciente a una sociedad compleja y dialéctica. La sociedad, entonces, es mera parcela de identidad insoslayable. La actuación del hombre como ser individual y colectivo es resultado de la sociedad misma y de sus aproximaciones a definiciones últimas. Pero, ¿es la realidad patrimonio del ser humano? ¿Territorio a solas del homo sapiens La labor que hacemos quienes escribimos influye ciertamente en la sociedad, ello así porque durante el proceso de creación nos transportamos a esferas en donde sólo moran dioses inspirados y desde esa grandeza cósmica, libre de contaminación, gozamos del privilegio de ver interactuando elementos, acontecimientos y conflictos que ninguna otra esencia terrenal podría describir con la autenticidad que lo haría un escritor. Estoy totalmente convencido de lo señalado por Vargas Llosa, en el sentido de que el escritor y la literatura transportan al ensayista, al poeta o al novelista a un “compromiso cívico” sobrenatural. Si la conjugación del escritor y la literatura permanecen inmersas en lo temporal ese llamado “compromiso cívico” del que habla Vargas Llosa se diluye en la insustancialidad y, desgraciadamente, el quehacer literario o escritural bajo esa influencia deja de ser predominante en la sociedad. La influencia de la literatura y del escritor es vital para producir los cambios que la sociedad necesita para su evolución renovadora. La política y la literatura se vuelven “arrogantes” sólo cuando pierden el supremo placer y el éxtasis subliminal. Es precisamente en este tramo cuando el escritor y la literatura dejan de avivar el “espíritu crítico de los ciudadanos” del que trató Vargas Llosa en la reflexión que hizo en su discurso de aceptación del doctorado Honoris causa. Cuando Mario Vargas Llosa se despoja de su sublimidad intelectual para descender al hombre temporal y político se corrompe y se convierte en el escritor político soberbio y, por efecto de este mismo razonamiento, desgracia la fascinación que concitan sus obras literarias en el seno de la sociedad. Me di cuenta temprano cuando en un momento asumí posturas de corte político a favor de un candidato en la política dominicana; sentí que mi influencia como escritor latinoamericano, nacionalizado estadounidense, disminuyó, por lo que me alegra que Vargas Llosa haya meditado para regresar a ese ”entretenimiento” y a ese “placer” artístico del escritor comprometido con la sociedad. Exactamente, para los escritores como Vargas Llosa la política debe simplemente ser manejada en la literatura para analizar cuestiones de orden cultural y para reflejar la necesidad de los gobiernos de querer controlar la literatura y así constreñir las expresiones sociales que surgen cada cierto tiempo a través de la manipulación científica. Creo firmemente que la literatura se presenta como una herramienta inocua del escritor, pero no así para la política. Los gobiernos autocráticos tienen la inclinación de seducir las “músicas creadas con palabras” para frenar las denuncias sociales que dan cuenta que “la realidad esta mal hecha”, como muy bien expresó vargas Llosa. Esa realidad de la cual habla Vargas Llosa con tanta elocuencia no es ficción, en cambio, es materialmente real en tanto y cuanto la padecen los sectores más vulnerables de la sociedad, pero no es así para la clase económica y políticamente dominante que están lejos de padecer los efectos negativos de esa “realidad” social innegable. Los escritores tenemos la tendencia a la crítica de la realidad real circundante y es únicamente ese espíritu crítico que hace peligrar las dictaduras y la corrupción política. Contrario a lo dicho por Vargas Llosa, la democracia se fortalece del espíritu crítico de la literatura y de los escritores cuando sus apreciaciones no están contaminadas de partidismo político, de la ideología o de los intereses corporativos. Dice Mario que “La falta de ética de partidos políticos y organismos públicos crea una 'falta de respeto' a las instituciones y una 'actitud cínica' de los ciudadanos frente a los poderes”. Difiero de este criterio de Vargas Llosa, toda vez a que quienes les mienten descarada y defienden o practican de forma cínica, impúdica y deshonesta la corrupción política y de estado son los partidos políticos y los funcionarios de gobiernos que les faltan el respeto a los ciudadanos. El cinismo que le achaca Vargas Llosa a los ciudadanos no es otra cosa que una rebeldía racional de los ciudadanos que perciben que su “realidad social es mala”. El escritor y la literatura analítica son responsables de la formulación de cambios positivos en la sociedad; ahora bien, los escritores que comprometen su pluma con regímenes negadores de reivindicaciones sociales pierden el respeto de sus ciudadanos y nunca a la inversa. Ahora bien, habría que establecer en su momento cierta diferencia entre escritores mediocres y una crítica mediocre. El poder que le otorga Vargas Llosa a las palabras en el sentido de que estas influyen en la “historia” es correcto, siempre y cuando la historia se cuente adecuadamente y no para crear “héroes” que nunca tuvieron en el momento en que se estaba desarrollando eso que él llama historia. Por tanto, es razonablemente cierto que una historia mal narrada “empobrecería” a la sociedad en su conjunto, toda vez a que la sociedad estaría recibiendo un producto literario inexacto o deformado, lo cual podría prestarse a confundir al ciudadano. La literatura y el escritor están obligados a transparentar o a redescubrir la historia. Como escritor tengo un respeto inmenso por la obra literaria de Mario Vargas Llosa, no obstante, en esta oportunidad ambos tenemos criterios diferentes en cuanto al papel de la literatura, del escritor y de la sociedad y el supuesto “cinismo” que él les otorga a los ciudadanos frente a las instituciones. Estoy nuevamente de acuerdo con Mario Vargas Llosa cuando dice que la “literatura combate demonios de la sociedad”. Estaríamos entonces hablando de que los partidos políticos y la corrupción política merecen ser exorcizadas para extraerles los demonios que llevan dentro que son los causantes directos que la sociedad se empobrezca cada vez más aceleradamente. Para lograr este objetivo debe existir un “compromiso cívico” serio del escritor y del papel de la literatura, los cuales harían la función del exorcista para llevar a cabo esa labor tan necesaria de purificación que sugiere Vargas Llosa. En este caso creo encontrarme frente a dos Mario Vargas Llosa: el que hace literatura política y el escritor celebrado que es, indudablemente. Frente a esta interesante dualidad de personalidad cabe preguntarnos: ¿Está Mario Vargas Llosa en un proceso personal de introspección previa del literato desengañado del proselistimo político que deja ese mundo de telaraña para retomar el papel del escritor que él mismo llama irónicamente de los “más anticuados”, caracterizado por el escritor y la literatura comprometida con los temas que promueven cambios sociales positivos sin caer en extremismos ideológicos estériles? Es posible que en poco tiempo podamos gozar de la lectura de una nueva forma de narrativa de Vargas Llosa en la cual la crítica política reflexiva sea literatura social progresista enfocada a la mejora y adelantamiento de una sociedad sin dogmas derivada de su propia experiencia social como filósofo racionalista que se supone que es él frente a sus discípulos y admiradores.

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