Una carta al Presidente

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LA AUTORA es periodista. Reside en Santo Domingo.

Señor Presidente Danilo Medina: En una parte de su discurso del pasado 27 de febrero usted expresó que “Nuestras batallas de hoy son para romper, día a día, las barreras económicas, sociales y culturales que aún separan a muchos de la verdadera libertad”; y al referirse a los logros de su gobierno en al área de la salud, con visible orgullo usted dijo que “otra gran barrera que hemos derribado entre las personas de bajos recursos y el acceso a la salud, son las cuotas de recuperación de los hospitales públicos”. Habló de una inversión de 352 millones de pesos para tales fines que dieron como resultado que “el último cuatrimestre de 2013, momento en que se eliminaron las cuotas, finalizó con 367,000 atenciones más que el año anterior”. Y más aún, anunció que “me complace en confirmarles que ya está previsto que en 2014 se destinen más de 600 millones del presupuesto para seguir garantizando la atención gratuita en nuestros hospitales”. No dudo, Sr. Presidente, de sus buenas intenciones y tengo la seguridad de que muchas personas valoraron en su justa medida esta parte de su discurso pero sería recomendable que usted verificara lo que, real y efectivamente, está pasando en nuestros hospitales después de que se suspendieran las cuotas de recuperación. Quizás ignora usted que muchos pacientes de escasos recursos, ante el mal servicio que ahora reciben, han llegado a expresar: “mejor lo hubieran dejado como estaba antes porque ahora no nos dan el servicio y nos mandan a hacer todos los análisis y estudios fuera del hospital.” Para muestra, un botón: la pasada semana me sentí impotente ante el drama de salud que vivió una hija de mi empleada doméstica, a quien no pude ir a socorrer por encontrarme afectada de un virus gripal. La joven fue llevada de emergencia, el sábado 8 de los corrientes, al Hospital Municipal Engombe, aquejada de un fuerte dolor en el vientre. Le calmaron el dolor con un sedante en un suero, la despacharon sin hacerle ningún tipo de análisis y le dijeron a la madre que volviera con ella el próximo lunes. A media noche del domingo le repitió el dolor, la llevaron al hospital y es cuando en emergencia deciden internarla, tras indicarle varios análisis y una sonografia. A las nueve de la mañana del lunes llamo a la madre y me dice que aún no saben lo qué tiene su hija porque en el hospital le dijeron que allí no hacen esos análisis, ni toman placas porque no hay químicos y los aparatos están dañados. Ella temía que fuese una apéndicitis aguda porque ya antes a un hijo suyo, con síntomas parecidos y despachado de otro hospital tras calmarle los dolores, se le presentó luego una peritonitis y pasó cuatro meses entre la vida y la muerte. Cuando pedí hablar con la enfermera, ésta no quiso tomar el teléfono; luego un doctor aceptó hablar conmigo y le pregunté que cómo era posible que en ese hospital despacharan a una persona para su casa sin examinarla y que una vez vuelta a ingresar le dijeran a su madre, nueve horas después, que saliera a hacerle los análisis a un laboratorio privado. El doctor me dice, en respuesta, que ya le habían hecho todo lo que la paciente tenía indicado y me lee, una a una, dichas indicaciones. Lo dijo al lado de la madre de la paciente y dueña del celular por el que hablaba conmigo. Ella no podía creer lo que oía. Le dije textualmente al doctor: “Qué bueno doctor porque esa señora es mi empleada y me dijo todo lo contrario, ella tiene en sus manos todas las indicaciones y como yo voy a escribir de este caso, necesitaba escuchar también su versión. Muchas gracias.” El doctor, entonces, devuelve el celular a mi empleada y la hace salir de sala al igual que a otra pariente de un enfermo y enseguida se arma un corre, corre; vinieron varios médicos y uno de ellos dijo que si ahí no se podía hacer ni un análisis de orina que cerraran ese hospital. De inmediato, a la joven le hicieron todos los análisis indicados en la emergencia, incluída la sonografía. Todos los pacientes a quienes les habían negado los servicios de laboratorio y que estaban en igual situación, fueron llamados y atendidos con igual prontitud. O sea, se arreglaron milagrosamente todos los aparatos “dañados” y aparecieron todos los químicos necesarios para echar a andar el laboratorio. Hasta ese momento ni siquiera le habían preguntado a la paciente si tenía seguro médico; ella tiene el de Sanasa público. Me cuentan que de esta falla en el servicio hospitalario, se beneficia un laboratorio privado que queda cerca del hospital de Engombe. Es una pena, Señor Presidente, que deba uno a veces usar la profesión para ser escuchado pero ese médico con quien hablé me mintió flagrantemente y solo después que me identifiqué, hizo, y ordenó hacer, lo que nunca se había hecho. Excúseme Señor Presidente por dirigirme a su alta investidura pues sé que para denunciar un caso como éste hay otras instancias por debajo suyo; como son el director del hospital en cuestión, o el Señor Ministro de Salud Pública, pero he aprendido, viéndolo a Usted trabajar, que “el que manda no va”. Además, el problema no es solo de un médico insensible, ni de la administración de un hospital; esto está pasando en muchos hospitales públicos y hay que averiguar a qué se debe realmente para solucionarlo, porque se está poniendo en peligro la vida de la gente y desvirtuando una de sus mejores ejecutorias de gobierno. Quiera Dios, Señor Danilo Medina que esos RD$600 millones destinados a “garantizar la atención gratuita en nuestros hospitales”, vayan, efectivamente, a nuestros hospitales y sean la solución a esta situación. Los infelices de nuestro país se lo agradecerán, y más aún, aquellos que no tienen un doliente que, en un momento crítico, realice una llamada en su favor. elsapenadal@hotmail.com

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