¡Un recuerdo glorioso !: último episodio de la epopeya incompleta
El pasado lunes 19 de diciembre se cumplieron 51 años de una fecha inolvidable, de un episodio glorioso en la historia del pueblo dominicano, que fue la última batalla del inmortal levantamiento militar y popular que se inicio el 24 de abril de 1965: ese acontecimiento fue «La Batalla del Hotel Matúm», que ahora al autor de esta columna llena de preocupación por los disparates, mentiras y las interpretaciones, que realizan en los medios de comunicación y se escuchan también en las emisoras, y se trasmiten en las plantas televisoras, en los llamados servicios informativos y programas de interpretación en las que galopan como caballería desbocada, docenas de semi-analfabetos culturalmente que se autocalifican de «periodistas, comentaristas y analistas» de los episodios históricos y hechos políticos del pasado y tambien del presente.
El autor de esta columna fue un testigo y protagonista de ese episodio y estamos en la obligación de tener presente los numerosos trabajos que hemos publicado, primero en la columna «Meridiano Nacional», que publicábamos en el desaparecido matutino «El Sol»; más luego en nuestra sección «Los pueblos y su Historia»: que publicábamos en el vespertino «El Nacional» todos los domingos y por último en esta columna «Crónica del Presente» .
«La Batalla del Matúm» es un recuerdo glorioso en la historia militar del pueblo dominicano, que ha sido en su difícil trayectoria como nación, uno de los pueblos más valientes, aguerridos y firme del mundo. En aquel día inolvidable del 19 de diciembre de 1965, la delegación que bajo la presidencia del Coronel Francisco A. Caamaño Deñó se había trasladado a Santiago, para rendirle homenaje al Coronel Rafael Fernández Domínguez, cuyos restos reposaban en el Cementerio Municipal de esa ciudad, fuimos víctimas de un traicionero y alevoso ataque que se había organizado por mandato del General del Ejército estadounidense Bruce Palmer, jefe de las tropas de ocupación que permanecían en nuestro territorio desde el 28 de abril de ese año.
En el momento que nos encontrábamos en el Cementerio Municipal, soldados dominicanos desde un edificio contiguo, dispararon contra la gran concurrencia que allí se encontraba integrada por una gran parte de las figuras del gobierno de la República en Armas, que había presidido el Coronel Caamaño Deñó. El objetivo de esa agresión iba más allá porque tenía como fin la muerte de Caamaño y de muchos de los que allí lo acompañábamos.
En ese lugar se encontraba el Coronel Manuel Ramón Montes Arache y veinte soldados de sus excepcionales «Hombres Rana», quienes respondieron al ataque y persiguieron a los cuatro hombres que lo habían atacado, dejando en su huida cuatro fusiles Fal, con los que habían realizado la agresión. Decidimos entonces marchar hacia el Hotel Matúm adonde cientos de personas, mujeres niños y hombres nos esperaban para saludar y aplaudir al Coronel Caamaño y sus acompañantes.
Una vez en el hotel, el Coronel Caamaño nos invitó a Héctor Aristy, el Coronel Lora Fernández y al autor de esta columna al fondo del patio interno cerca de la piscina; allí conversábamos en relación con las medidas que debíamos tomar después del ataque que habíamos sufrido durante la permanencia en el Cementerio Municipal. Estando en ese lugar se nos vino avisar que seis camiones del ejército dominicano, subían hacia el hotel cargados de soldados.
La persona que vino a avisar de la llegada a las cercanías del «Hotel Matum», de los camiones militares cargados de soldados, se retiró, y el Coronel Caamaño me preguntó que si creíamos conveniente realizar el recorrido por las calles de Santiago que se había planificado antes de nuestra llegada. Le respondimos al Coronel que debíamos ser prudentes porque tenía la impresión de que querían atemorizarnos, para que nos marcharamos de la ciudad de Santiago.
No había terminado de pronunciar la última palabra cuando una descarga de fusilería rompió el momento, seguida de otra que comenzó a destrozar los vidrios del comedor del hotel situado en la primera planta. Salimos corriendo hacia la parte principal y Caamaño me ordenó «ocúpate de los civiles». El Coronel seguido de sus ayudantes, Lora Fernandez y Héctor Aristy subió a la segunda planta y abajo quedamos cientos de personas y un pequeño grupo de «ranas» bajo el mando del Coronel Montes Arache.
Protegidos por ello subimos luego, bajo fuego permanente, a la segunda planta. Era un ataque frontal que había comenzado. Emboscada vil, cobarde, inexplicable e injustificable a un local lleno de civiles que habían acudido al hotel a rendir homenaje a los defensores de la patria. Cientos de soldados, tres tanques AM-X y dos aviones que sobrevolaron el hotel, fueron empleados contra una comitiva que no tenía más de 45 hombres con armas largas y cientos de personas la mayoría de las cuales eran pacíficos ciudadanos.
En la segunda planta, en la parte de atrás del hotel, el autor de esta columna dispuso que entraran en habitaciones del lado izquierdo, docenas de personas entre las cuales había jóvenes de ambos sexos y niños también; en un momento que salimos de ese lugar pudimos comprobar que habían tanques AM-X en la parte trasera, abajo en la calle, apuntando el edificio y advertimos al Coronel Lora Fernández que ese tanque iba a disparar, él estaba acompañado de sus ayudantes y uno de los primos del Coronel Caamaño.
Lora nos dijo que avisáramos al Capitán Peña Taveras, que estaba en la habitación contigua, de lo que le habíamos advertido; salimos de la habitación donde estaba Lora Fernández, avisamos a Peña Taveras y entramos en la habitación de enfrente donde había una joven adolescente con un ataque de histeria, que nuestro hermano Joselyn Gutiérrez Félix, que apenas tenía 18 años de edad, trataba de calmar. Le dimos en la cara dos veces, en las mejillas y la sentamos en la cama de la habitación en el momento en que se escuchó el estruendo de un cañonazo; cuando abrimos la puerta, salía de donde estaba Lora, César Caamaño -el primo de Francis-, herido en una mano y en la puerta de la habitación, en el suelo, estaba el cadáver del Sargento Peña, ayudante de Lora Fernández. César nos gritó «Euclides, Lora está muerto».
Entramos a la habitación y encontramos el cadáver de Lora Fernández, que se había desangrado rápidamente porque el proyectil del tanque o parte del mismo se le incrustó del lado izquierdo de su cuerpo en la parte de arriba. Para ese momento un pelotón de los atacantes había comenzado a avanzar por la parte central de atrás del edificio y desde el Monumento de Santiago, disparaban contra el hotel. Montes Arache, autorizado por el Coronel Caamaño, ordenó a los «hombres rana» disparar. En total estos valientes soldados no eran más de veinte hombres.
El pequeño grupo, no más de diez oficiales del Mando Superior Constitucionalista, que estaba presente en el «Hotel Matum», se había reunido en emergencia, distribuyéndose con el objetivo de montar una defensa en el interior del hotel, dividiéndola en cuadrantes: la parte frontal, bajo la responsabilidad del Comandante Montes Arache; en el flanco izquierdo trasero, el Coronel Lora Fernández, quien junto a su ayudante Sargento Peña fueron los primeros muertos; en el derecho, el Teniente Coronel Lachapelle Díaz y en la parte trasera, el Coronel Caamaño Deñó quien además tenía la Jefatura en Jefe. En la habitación donde estaba el Coronel Caamaño, se encontraba también el Sargento Mayor Pedro Germán Ureña, ayudante principal del Coronel Montes Arache.
El enfrentamiento había comenzado con una violencia insólita y el autor de esta columna no puede olvidar, en el recuerdo del episodio de tanta importancia en la historia militar dominicana, sin hacer una mención especial del combatiente constitucionalista Víctor Marranzini que, bajo el intenso fuego de los atacantes, buscó en el frente y en la parte trasera las armas que los civiles teníamos en nuestros vehículos y también la de algunos militares.
Al autor de esta columna, le correspondió la obligación de introducir en una habitación del segundo piso del hotel al doctor Jottin Cury y su esposa Julia David, doctor José Augusto Vega Imbert y su esposa Rosa María Valle de Vega, al doctor Luis Lembert Peguero, el doctor Hugo Tolentino Dipp y Dagoberto Martínez. Había también allí otras mujeres y hombres, de los simpatizantes de la Jefatura Civil y Militar del Movimiento Constitucionalista.
ESTADOUNIDENSES
El ordenanza del Coronel Caamaño de apellido Pimentel, conocido con el apodo de Vejez y nuestro ayudante Jaime Tavarez D’Oleo, vinieron a comunicarnos que en el hotel habían varios ciudadanos estadounidenses, actores y empleados de un circo que estaba al lado del Monumento a la Restauración; y que había también, visitando a esos ciudadanos un Vice-cónsul de los Estados Unidos. Le ordenamos que trajeran al Vice-cónsul y a los hombres con ciudadanía estadounidense.
El Vice-cónsul vino profundamente asustado y nervioso, hablaba español bastante bien, porque él estaba designado en Santiago. Junto al Cónsul llegó un musculoso y alto estadounidense lleno de tatuajes, que trabajaba en el circo. El Vice-cónsul se identificó y dijo que el ataque al hotel era un hecho repudiable porque allí había muchas personas y entre ellos mujeres y niños.
Les pedimos que nos acompañaran dos habitaciones más adelante, al otro lado del pasillo, en una habitación en la que estaba el Coronel Caamaño Deñó. Francis los recibió con la hidalga y el dominio que tenía como Jefe Militar, conversó con ellos y el Vice-cónsul dijo que tenía que llamar a donde fuera necesario para que se detuviera ese ataque. El hombre tatuado, le dijo en su idioma nativo al Coronel Caamaño, que él había sido soldado en la guerra de Corea y le pidió que le diera un fusil para defenderse junto a los dominicanos de ese ataque criminal, porque allí con él estaba su esposa y dos hijos pequeños. Caamaño nos ordenó que preserváramos la vida de esos ciudadanos estadounidenses porque eran los testigos incuestionables de ese asalto abusivo e injustificado, que tenía como objetivo fundamental matarlo a él y a todos los que en ese momento lo acompañábamos.
El pequeño grupo, no más de diez oficiales del Mando Superior Constitucionalista, que estaba presente en el «Hotel Matum», se había reunido en emergencia, distribuyéndose con el objetivo de montar una defensa en el interior del hotel, dividiéndola en cuadrantes: la parte frontal, bajo la responsabilidad del Comandante Montes Arache; en el flanco izquierdo trasero, el Coronel Lora Fernández, quien junto a su ayudante Sargento Peña fueron los primeros muertos; en el derecho, el Teniente Coronel Lachapelle Díaz y en la parte trasera, el Coronel Caamaño Deñó, quien además tenía la Jefatura en Jefe. En la habitación donde estaba el Coronel Caamaño, se encontraba también el Sargento Mayor Pedro Germán Ureña, ayudante principal del Coronel Montes Arache.
El enfrentamiento había comenzado con una violencia insólita y el autor de esta columna no puede olvidar, en el recuerdo del episodio de tanta importancia en la historia militar dominicana, sin hacer una mención especial del combatiente constitucionalista Víctor Marranzini que bajo el intenso fuego de los atacantes, buscó en el frente y en la parte trasera las armas que los civiles teníamos en nuestros vehículos y también la de algunos militares. Al autor de esta columna, le correspondió la obligación de introducir en una habitación del segundo piso del hotel al doctor Jottin Cury y su esposa Julia David, doctor José Augusto Vega Imbert y su esposa Rosa María Valle de Vega, al doctor Luis Lembert Peguero, el doctor Hugo Tolentino Dipp y Dagoberto Martínez. Había también allí otras mujeres y hombres, de los simpatizantes de la Jefatura Civil y Militar del Movimiento Constitucionalista.
El ordenanza del Coronel Caamaño de apellido Pimentel, conocido con el apodo de Vejez y nuestro ayudante Jaime Tavarez D’Oleo, vinieron a comunicarnos que en el hotel habían varios ciudadanos estadounidenses, actores y empleados de un circo que estaba al lado del Monumento a la Restauración; y que había también, visitando a esos ciudadanos un Vice-cónsul de los Estados Unidos. Le ordenamos que trajeran al Vice-cónsul y a los hombres con ciudadanía estadounidense.
El Vice-cónsul vino profundamente asustado y nervioso, hablaba español bastante bien, porque él estaba designado en Santiago. Junto al Cónsul llegó un musculoso y alto estadounidense lleno de tatuajes, que trabajaba en el circo. El Vice-cónsul se identificó y dijo que el ataque al hotel era un hecho repudiable porque allí había muchas personas y entre ellos mujeres y niños.
Les pedimos que nos acompañaran dos habitaciones más adelante, al otro lado del pasillo, en una habitación en la que estaba el Coronel Caamaño Deñó. Francis los recibió con la hidalga y el dominio que tenía como Jefe Militar, conversó con ellos y el Vice-cónsul dijo que tenía que llamar a donde fuera necesario para que se detuviera ese ataque. El hombre tatuado, le dijo en su idioma nativo al Coronel Caamaño, que él había sido soldado en la guerra de Corea y le pidió que le diera un fusil para defenderse junto a los dominicanos de ese ataque criminal, porque allí con él estaba su esposa y dos hijos pequeños. Caamaño nos ordenó que preserváramos la vida de esos ciudadanos estadounidenses porque eran los testigos incuestionables de ese asalto abusivo e injustificado, que tenía como objetivo fundamental matarlo a él y a todos los que en ese momento lo acompañábamos.
El coronel Costa, comandante de la unidad estadounidense que llegó al hotel Matum, le dijo al general Bruce Palmer en presencia del coronel Caamaño, del coronel Gerardo Marte, el mayor Deñó Suero, Chibú y del teniente del ejército estadounidense Cuqui Marte Hoffiz, a quien el autor de esta columna conocia desde que era un niño, que él “se había comprometido con el coronel Caamaño” a no ausentarse hasta que todos los que estabamos allí nos hubiésemos marchado; y Palmer le dijo: «retírese inmediatamente» y el coronel Costa le respondió: general le dí mi palabra al coronel Caamaño en presencia de mis soldados y Bruce Palmer, con una palabra indecente, le cerro el telefono. El oficial se sentía avergonzado y así se lo dijo al coronel Caamaño.
Nos quedamos un rato ahí y el coronel Costa le preguntó a Caamaño, quiénes eran los “hombres rana” y Francis señalando con el brazo derecho hacia arriba, dijo que eran los hombres vestidos de negro. Entonces le dijo a Caamaño “la verdad es que usted tiene soldados extraordinarios porque las tropas que le atacaron tienen más de sesenta muertos y más de quince heridos”.
Regresamos al hotel y como el autor de esta columna era el responsable de los civiles que estaban ahí, mandamos abrir la cocina para que prepararan comida para todo aquel que estuviera allí y le dimos instrucciones al comandante Evelio Hernández, para que se hiciera cargo de esas gestiones. Evelio volvió apenas quince o veinte minutos después, con cinco fusiles FAL que había encontrado en el patio de la cocina donde había cinco soldados muertos de las tropas que nos atacaron.
Esa batalla es realmente un hecho extraordinario en la historia militar y política de nuestro país y aunque solamente tuvimos cinco bajas, entre ellas la del coronel Lora Fernández y su ayudante sargento Peña, los héroes incuestionables de esa victoria fueron los “hombres rana” y su jefe el coronel Montes Arache, pero el más distinguido de todos fue el sargento mayor en aquel entonces, hoy coronel retirado Pedro Germán Ureña, que ultimó a más de diez asaltantes; todos los demás que combatieron dieron una demostración de por qué este pueblo fue bautizado por Fidel Castro Ruz como «Pueblo Legendario, Veterano de la Historia y David del Caribe «. Pero el otro héroe real y cierto por su conducta, lo fue el coronel John J. Costa, quien se negó a retirarse con sus soldados como le ordenó el general Bruce Palmer. Dos días después, el teniente coronel Costa fue ascendido a coronel, puesto en retiro y despachado para su país.
La batalla del Matum fue el último episodio de lo que el autor de ésta columna ha llamado la «epopeya incompleta» y si nuestro pueblo se merece el respeto de una inmensa mayoría de los pueblos del mundo, fue porque como hizo a partir del 28 de abril de 1965, enfrentó con un valor más que espartano, al asalto asesino que concibió y se ejecutó con el apoyo del jefe de las tropas estadounidenses en nuestro país, el general Bruce Palmer, que estaba calificado como uno de los jefes militares de más condiciones y experiencia del ejército estadounidense.
Es penoso que personas que no tuvieron en esos momentos en Santiago, o que no habían nacido, se pongan a escribir sobre este episodio hilando una serie de disparates y mentiras convirtiendo en un acontecimiento insignificante, un recuerdo glorioso en la historia militar de la nación dominicana.
jpm