Sucedió todo en un minuto

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura. Reside en Santiago de los Caballeros 

Liminar 

Hace apenas quince días, en la intersección de las avenidas Estrella Sadhalá y Circunvalación, de la ciudad de Santiago, un camión, como dice el pueblo, «por poquito» arrolla a una anciana y a un minusválido que, moviéndose en una silla de ruedas, este último,  allí permanecían pidiendo limosnas. Se trata de una peligrosa y quizás única práctica de captar recursos económicos llevada a cabo, no solo en la Ciudad Corazón, sino también en la capital y otros pueblos de nuestro país. A los mendigos o pedigüeños se unen vendedores ambulantes que, además de poner en riesgo sus vidas, crean caos en las vías y dificultan considerablemente el tránsito vehicular.

Cuando asumió el poder en el año 2016, el actual alcalde de Santiago, Lic. Abel Martínez, programó una serie de ocasionales operativos que contribuyeron a eliminar casi por completo esas actividades de mendicidad y comercio callejero en una ciudad en donde el asedio a los conductores brillaba por su presencia, como bien se pone de manifiesto en la crónica, «Todo en un minuto», que en el año 2007 publiqué en la prensa nacional. Como en los últimos meses, la historia ha vuelto a repetirse, me permito dar de nuevo a la luz el contenido de la antes referida crónica:

Todo en un minuto 

«Martes 24 de julio del 2007. Hora: 12:30pm. Los rayos del sol, más ardiente que nunca, descendían en forma vertical, convirtiendo a la Ciudad Corazón (Santiago de los Caballeros) en un verdadero horno.

Al llegar a la intersección de las avenidas 27 de febrero y Estrella Sadhalá, espero durante un minuto hasta que el semáforo cambie de rojo a verde. Apenas me había detenido, cuando escucho que alguien toca insistentemente la puerta izquierda de mi carro. Bajo el cristal, y mis ojos chocan de frente con la rodante plaza comercial que allí diariamente opera. Un mercado ambulante en donde todo parece ofertarse.

– “Llévate dos aguacates de estos – se escuchó una voz.

– Son muy buenos…” – insistió.

-” ¿No desea gafas de sol para la playa…? – interrumpió otra”

– “Tengo tarjetas de llamadas, ¿quiere una…?” – informó y preguntó una tercera.

En medio de semejante asedio, veo que un objeto, lanzado no sé de dónde, se acerca amenazando con destruir el vidrio delantero del verde vehículo en cuyo interior permanezco. Parece una piedra. Me agacho. Pronto me doy cuenta de que no se trataba de lo que yo había pensado, sino del sucio lienzo usado por los limpiavidrios que nunca solicitan autorización para realizar su lustradora labor.

No me había repuesto del susto cuando veo que frente a mí, recostados en el vehículo, se encuentran dos jóvenes: una de coqueta, insinuante y erótica mirada provista de un transparente envase pletórico de tarjetas de llamadas, y otro casi “metiéndome por los ojos” una maceta de limoncillos.

Despacho a los persistentes ofertantes y acto seguido subo el cristal. De nuevo otra persona toca sin detenerse la puerta derecha. Se trata de un señor, aparentemente ciego, quien llevado de las manos de un niño tiende la suya para que yo deposite en ella una limosna.

Entrego al “invidente” la única moneda que me queda. No se había marchado este aún, cuando al voltear la cara veo que un joven de corpulenta anatomía y cara de mal amigo se aproxima en forma desesperada portando un filoso machete.

-“Hasta aquí llegó mi vida – me dije.

Simulo no verlo. Pienso en un posible atraco. El hombre se aproxima cada vez más. Un policía también se acerca. Esto me da seguridad. Bajo el cristal y el otro sube el machete. Mis nervios comienzan a descontrolarse. En ese momento tengo por seguro que al día siguiente todos leerán en la prensa nacional el siguiente titular: “Atracan profesor a plena luz del día”.

Pero, a pesar de tan nefasto presagio, me visto de valor y atiendo al hombre del machete:

– “Este es un buen machetico para la casa. Cómpramelo”- me dice, sin mediar palabras, con acento lastimero e insospechada cortesía.

La luz roja del semáforo desaparece y reaparece la verde. Mi vehículo comienza de nuevo a desplazarse. Los miembros de la plaza rodante quedan atrás. Los miro a través del espejo retrovisor. Una sonrisa incierta se dibuja en mis labios, y pienso que lo contado ocurrió en horas. Reacciono y entiendo que no fue así: el hecho relatado sucedió sólo en un minuto»

dcaba5@hotmail.com

jpm-am

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LA TERCERA TANDA
LA TERCERA TANDA
1 Año hace

La próxima vez que pase por esa esquina::De ja vu all over again/se repite la misma historia de nuevo,como dijo alguna vez Yogui Berra.

Jose Beato
Jose Beato
1 Año hace

Profesor esa es una triste realidad en esta aldea ( jngla) NO SOLAMENTE SANTIAQO,, es en principales cuidades del pais,, hay situaciones que la vida de uno CORRE peliqro que es lo que sucede en este pais…

Jose Beato
Jose Beato
Responder a  Jose Beato
1 Año hace

EN ESTE PAIS ,, implementa un proqrama × que veneficia as la cuidadania y cuando ese proqram a ( cambio de qobierno) lo quitan desqraciadamente,, PORQUE el relevo politico lo que has ido as BUSCARSELA,, no hay institucionalidad,, sea los demonios y delincuentes que an diriqido esta aldea el bueado..

Eulalio Cagnassola
Eulalio Cagnassola
1 Año hace

Bella narracion del triste y degradante espectaculo que constituye esa horda de vendedores de cuanta madre en las vias principales de nuestros mayores centros urbanos. Es algo lastimoso y vergonzoso….