Solución impositiva: quitar el dinero a los ricos!

 
 


Oír a políticos y burócratas dominicanos sugiriendo que la solución final al déficit fiscal es usar la estrategia sutil de querer gravar más al rico para financiar los gastos públicos, necesarios en el país, parece ser la única solución creativa que todos tienen, y no es así.

Obama, Leonel, e Hipólito en varios eventos de esas presidencias anunciaron que se debe aumentar la presión tributaria como panacea general y eso sabemos que trae consecuencias

Tampoco es bajar impuestos como predica Trump, el loco millonario y algunos sindicalistas alucinados, para que ricos inviertan, derramen utilidades y generen empresas y empleos.
Todo debe ser un equilibrio que se ha perdido de vista.

Nada fascina más a los presidentes de R.D. y a sus asesores tendenciados que las encrucijadas políticas que se confabulan en la violación de la propiedad privada, sobre todo si es de una minoría como la de esos ricachones explotadores, que no dan empleos.

La idea popular de que los ricos son ricos a expensas de los pobres no es nueva. Podría decirse que es tan antigua como el hombre. Ya en la Biblia encontramos referencias a ella, si bien bajo diferentes escenarios y contextos.
El fundamento histórico parecía justificado: en los pueblos antiguos la riqueza era obtenida por medio de la fuerza de reyes, emperadores y monarcas, que a través de guerras de conquista se apropiaban absolutamente de todo lo que podían, a costa de sus conquistados.

Tras una invasión, los jefes militares y políticos confiscaban tanto bienes como personas, usufructuando a ambos, y reduciendo a sus invadidos a la esclavitud. Así, el poder y el dinero terminaba hallándose -al final del camino- siempre en las mismas manos: la de los poderosos jefes militares y políticos.
Este fue el panorama general mundial hasta que, hacia finales del siglo XVIII, comienza a irrumpir en escena un fenómeno que revertirá -casi por completo- esa historia, y este acontecimiento consistió en la aparición del capitalismo con fabricas de producción masivas.

El mensaje es diáfano: «no sólo se resuelve la pobreza quitándole el dinero a los ricos, sino que ni siquiera hay que quitárselo todo. Incluso cabe dejarles bastante.
Vamos, no quitarles el dinero es monstruoso: «la riqueza y los ingresos extremos no sólo no son éticos, sino que además son económicamente ineficientes, políticamente corrosivos, socialmente divisores y medioambientalmente destructivos». No sé si está claro: es que, quitándoles un poco de su grosero patrimonio a los ricos, todo está resuelto. Todo.
Que ironía.

La palabra «extremo» no es más que un juicio de valor, una apreciación por entero subjetiva que varía de significado de persona en persona. Alguien que tenga un sólo par de zapatos podría considerar «extremo» que otra persona tuviera dos o tres; de la misma manera que alguien que tuviera un millón de dólares podría juzgar «extremo» que su vecino tuviera dos o tres millones de la misma moneda.

Nunca vamos a poder acertar un criterio único ni un patrón uniforme que catalogue -de una vez por todas y para siempre- que es lo «extremo» o «anti-extremo» para todo el mundo.

Las ideas revolucionarias, comunistas y castristas de los 60 y 70, fracasaron y esos líderes, compañeros y camaradas, son hoy los más capitalistas y amigos del dinero en abundancia, no reparten, son come solos.

En condiciones de libertad o de un sistema capitalista pleno, el rico enriquece al pobre y no a la inversa.

El socialismo de hoy basado en quitar para repartir, nos hace una sociedad excluyente y nunca la paz entre clase laboral y clase capitalista,  sera permanente, pero en eso radica la solución, en negociar para satisfacer a las partes que deben
conciliarse y no atacarse.
El capital acumulado hace de apoyo logístico al trabajo, y este efecto provoca que los salarios reales crezcan, lo que es sumamente provechoso para todas las personas de escasos recursos, sea que estén efectivamente empleadas o no lo estén.

En el capitalismo, la libre competencia obliga a los empresarios y productores a bajar precios de sus artículos, al tiempo que el mercado libre competitivo los fuerza -les guste o no- a aumentar salarios, y a contratar más mano de obra.
De tal suerte que, los desocupados pasan a conseguir empleo, y los ya empleados ven subir sus salarios.

En los mercados intervenidos (como los nuestros) el efecto observado es el inverso.

En segundo lugar, la pobreza no se supera mediante transferencias de recursos existentes, sino mediante creaciones de riqueza a cargo de los propios pobres, que jamás son considerados como protagonistas por el discurso hegemónico, que los ve como petrificados explotados, incapaces de salir adelante si no viene un poderoso gobierno a redistribuir a la fuerza la propiedad ajena.

El gobierno no puede hacer caridad con los pobres, por la sencilla razón de que los recursos que les trasfiere se los está quitando a otras personas (ricos y pobres, asimismo) y la caridad sólo adquiere relevancia cuando se realiza con fondos propios. Más los gobiernos nunca obtienen fondos propios.
Todo dinero que maneja el gobierno es producto de la expoliación al sector productivo de la economía.

Hostigar exclusivamente a los millonarios y obligarlos a aportar más, no es karmáticamente justo.
Pero la política no hace eso nunca, sino que se dedica a arrebatar los bienes a las grandes mayorías, a las que cobra impuestos y ahoga con toda suerte de controles, regulaciones, prohibiciones y multas al que emprende.

La pobreza actual es consecuencia de la política de la mayoría de los estados nación que se encuentran enrolados en una lucha contra la riqueza o contra el capital, tal como Karl Marx quería.

Estos gobiernos, rehusarían rotularse como marxistas, sin embargo, lo que practican es marxismo, si bien no puro, pero marxismo al fin.

El keynesianismo -más aceptado recientemente- es sólo una forma edulcorada de marxismo menos violento, pero no menos letal.

Buscar el equilibrio, atraer gente que invierta dándole garantías seguras e incentivos para invertir y generar empleo es más seguro que solo apretar a los ricos.

Pero lo que más me duele es que en los últimos años, se han multiplicado en la R.D. los regalos y subvenciones oficiales que no estimulan el trabajo ni el progreso genuinos y que casi equivalen a dádivas; esas mismas ayudas podrían ser repensadas, para promover el empleo y generar más bienestar en el país.

Ese es el nuevo reto. República Dominicana 2044, debe incluir ese tema como proyecto de visión para los próximos 30 años, si es que  la Fundación Global Democracia y Desarrollo, permite que se sienten otras voces que no sean las mismas que siempre participan.
johnsanchez44@hotmail.com

jpm
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