Sin contaminación contagiosa

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Lo extraño es la realización de convenciones normales y pacíficas. Porque forma parte de una cultura politica histórica. El perredeismo acostumbrado a sus episodios de violencia. Sin que haya reales contradicciones de fondo, ideológicas o programáticas. En verdad que ya casi todos son partidos violentos y que son frecuentes sus trifulcas con saldos de heridos y muertos. Pero el PRD tiene los mayores trofeos y el impacto más devastador. La historia demuestra, sin embargo, que esos escándalos terminan siempre en el olvido. Cuando la marea baja, las partes en pugna vuelven a reconciliarse, aunque hayan tenido los peores enfrentamientos a tiros. La capacidad del PRD autordestruirse es infinita. Si fueran hoy las elecciones, el partido del jacho no prendería ni cien mil votantes. Los casos históricos más patéticos son las guerras entre Jacobo Majluta y José Francisco Peña Gómez en 1986. Después de una pelea larga con balazos en el Hotel Dominican Concord, con ametralladoras, pistolas y heridos, pactaron la paz y Majluta fue el candidato, Lógico, por la disputa perdieron el poder y auspiciaron el regreso de Joaquín Balaguer, anciano y ciego. Luego viene la fragmentación, no la división. Majluta funda el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Peña Gómez el Bloque Institucional Socialdemócrata (BIS). Antes de morir hicieron la paz y borraron sus diferencias. Esa es la gran ironía del pleito perredeista. Hubo intentos de reconciliación igual entre Bosch y Peña Gómez. Entre Hipólito y Hatuey Decamps, toda la nación vió como volvieron a comer en la misma mesa, tras sepultar el pleito por el fallido intento reelecionista del 2004. Ya está consumada la última división. Producto de la confrontación feroz entre Miguel Vargas Maldonado e Hipólito Mejia –a quienes volveremos a ver reconciliados en el futuro– ha nacido el Partido Revolucionario Mayoritario (PRM), que negocia la conformación del polo opositor La Convergencia. El objetivo es sacar del poder la maquinaria continuista del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y toda su alianza conservadora comprometida con la impunidad. La oposición unificada es la fuerza política mayoritaria del país. Si ese sueño de unidad opositora prevalece nadie duda de la segura derrota del PLD en las urnas en el 2016. Con el PRD-Vargas Maldonado, convertido ya en una entelequia política aliada a lo peor del oficialismo. La oposición ganaría de calle, por ley de gravedad. El punto crítico es la unidad. Se habla ya de preocupantes contradicciones entre Hipólito Mejía y Luis Abinader, por lo mismo de siempre en el PRD: quien debe ser el candidato presidencial. La pregunta obligatoria es si ya esas contradicciones afloran y amenazan la unidad de la oposición cuál será el destino final de ese Bloque Opositor. Hay contradicciones no sólo entre Hipólito y Abinader, sino entre todos los grupos minoritarios que aunque sean fuerzas anémicas, van a la mesa de negociación con igual arrogancia y prepotencia. Ojalá que La Convergencia no termine contagiada con la Chicungunya del PRD. Su desafio mayor es conquistar la unidad con un método viable para escoger una oferta electoral nueva, refrescante, viable, que satisfaga las grandes expectativas nacionales y gane la confianza absoluta del electorado. Buscar presidenciables buenos, sin contaminación contagiosa… que los hay de sobra.

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