Si quieres conocer a Mundito, dale un carguito

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EL AUTOR es empresario y político. Reside en Santo Domingo.

Por ALEJANDRO ASMAR

El dicho popular que encabeza estas líneas no es una simple frase del refranero tradicional. Encierra una gran sabiduría que atraviesa los siglos, con una actualidad que nunca envejece, sino que cada día se renueva su incontrovertible verdad.  Se trata de un viejo refrán que desnuda la naturaleza humana y que la psicología social revalida cuando vemos los cambios radicales que experimentan las personas que acceden hasta a la más pequeña parcela de poder.

Los ‘munditos’ están por dondequiera y a todos los niveles. Solo hay que ver cómo se comporta cada quien en la cadena de mando implicada en el desarrollo de una función o trabajo, desde los puestos más humildes, hasta los medios y altos.

Encontramos a los ‘munditos’ en los incumbentes de una posición gubernamental, desde la más humilde hasta la más encumbrada. En el simple peón que llega a ser capataz. Hasta en el portero que se cree dueño de una posición de poder para decidir caprichosamente quien entra o no a un lugar.

Los ‘munditos’ con manditos tienen una percepción distorsionada de lo que significa estar en un cargo, creen que su valor se lo da su posición privilegiada, y se sienten tan endiosados, que consideran que todos deben rendirles pleitesía y construirles altares interiores para adorarles y someterse a ellos y a sus caprichos.

Es como si les crecieran alas. El ego se les infla como un globo y comienza a tomar altura hasta que algún evento inesperado lo explota o lo desinfla, haciéndole recordar que cuanto más alto volamos más duele la caída. Es entonces cuando a golpes de realidad, despiertan de mala manera de su mundo de grandeza inventada o imaginada.

Los ‘munditos nunca terminan bien, porque sus acciones odiosas destinadas a conservar el poder y el miedo a perder la influencia que ejercen sobre los demás los convierten en pequeños déspotas y al desconectarse de la realidad, incurren en continuos  errores que les hacen perder el “poder” que tenían o creían poseer, convirtiéndose de repente en seres inseguros, temerosos y débiles que sufren el rechazo social de quienes una vez sintieron que estaban por debajo de ellos.

Esto pasa cuando se olvida que el poder y la gloria son transitorios, que todo eso es vanidad de vanidades que un día pasan, como diría el salmista David.  Cuando no se tiene claro que las posiciones son pasajeras y circunstanciales, que todo puede variar en el momento en que una voluntad tornadiza o caprichosa dispone el cese de sus funciones mediante un decreto o una decisión administrativa.

En oposición al refrán de Mundito, la sabiduría popular también ha creado que “cuando uno cae en desgracia, hasta la mujer se le niega y le coge asco”, y si no, pregúntenselo a los hasta expresidentes cuyos compañeros y supuestos amigos les abandonaron y les sacrificaron en los altares de la conveniencia.

Pero, ¿qué hace que una persona, aparentemente sencilla y humilde, de pronto se convierte en alguien irreconocible cuando le dan un puesto de influencia o de poder? ¿Qué provoca esta transformación de la persona que repentinamente se vuelven altaneros y arrogantes, mirando hasta con cierto desprecio a sus antiguos amigos? ¿Será que Mundito nace o es la posición la que lo hace?

Viendo las cosas desde mi humilde opinión, creo que el puesto no daña ni cambia de por sí a nadie sino que permite que aflore el verdadero yo que vivía agazapado detrás de una aparente humildad,  reprimido por la situación, pero esperando el momento propicio para salir desbocado como potro salvaje y atropellante de los demás. El cargo simplemente hace que salgan hacia fuera los demonios egocéntricos que ya llevaban dentro.

Creo que la asunción de un cargo se presenta como una esclusa para sacar lo que llevamos dentro: nuestros egos indomables, nuestra arrogancia, nuestros complejos, nuestras inseguridades, las insondables oscuridades de nuestro ser y las más deformadas autopercepciones hacen salir lo peor de sí.

El ‘mundito potencial’  reside en aquellos que padecen de una inseguridad y de un complejo de inferioridad que internamente los está matando y buscan compensarlo con alguna posición de poder. El ‘Mundito’ en potencia está en los cerebros débiles que se dejan intoxicar y embriagar de poder, permitiendo que el cargo se le suba a la cabeza.

Otros dirán que a ‘Mundito’ lo hace el nuevo poder que ostenta. Que lo hacen los alabarderos cuando le tocan la música que aquel quiere oír. Cuando le susurran a los oídos las cualidades que nadie le había notado antes y se deja marear por las loas. También afirman que ‘Mundito’ se hace cuando sucumbe a los efectos afrodisiacos del poder, la excitación más grande que existe, al decir de Henry Kissinger.

Son los que se narcotizan con el puesto que le hace vivir delirios de grandeza y sus oídos solo son receptivos a palabras de halagos y reconocimiento que fascinan a quienes desarrollan adicción al poder.

Para librarnos de convertirnos en un ‘Mundito’ y no sufrir sus consecuencias, debemos asimilar que los cargos no son eternos y a que a ellos se va a cumplir o a servir y no a servirse.

 

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