Ser un pendejo en política

 
 
Cuando el renombrado escritor venezolano Arturo Uslar Pietri –allá por los años 80- convocó a la  “Gran marcha de los pendejos”, reí de buena gana, pero más que ello, me solidaricé con la genial idea del autor Las Lanzas doradas y Oficio de difuntos, entre otras novelas.
 
Y aunque lo de Uslar Pietri (1906-2001) era un grito de protesta que procuraba despertar la rebeldía ciudadana de los pendejos, en su opinión, aquellos ciudadanos, en mayoría clase media, que pagaban impuestos y que cumplían las leyes, jamás pensé que en los partidos políticos –muy a pesar del descrédito que hoy exhiben- también habían; aunque de otra estirpe y catadura, pendejos que, como abejas laboriosas, hacen el día a día de la política, construyen puentes y, de paso, a nombre de sus partidos y jerarquías, dan la cara y reciben insultos, burlas, incluso hasta de familiares, maldiciones e impublicables parabienes.
 
Por supuesto, los pendejos de los partidos políticos –generalmente, los que no se atreven, si quiera, a armar un “lío organizao”- resultan aquellos cuadros medios y de bases que se quedaron atrapados en la liturgia doctrinaria-ortodoxa sin sospechar ni nunca enterarse de las mutaciones políticas-ideológicas que, “dialécticamente”, van sufriendo sus organizaciones. O como yo -irreverente eclético-, que, con conocimiento de causa, se adscribe a una determinada “tendencia” o “corriente” (más bien grupo, porque: ¿qué se debate ahí?) en identificación con un líder y una propuesta programática, y por supuesto, con una aspiración política-personal en base a méritos que, en política –y hay que subrayarlo-, es lo que menos importa, trabajo, coherencia –sin dejar de ser crítico-, capacidad y trayectoria partidaria.
 
Sin embargo, ese registro orgánico-partidario que en el viejo referente de partido de cuadros –y no tan de cuadros- tenía un plus valiosísimo, hoy día, es la mejor definición del pendejo político o del “perfecto idiota” que solo sirve, cual comodín de primera, de segunda o, de tercera base, para –y como dijo un cacique- ser pisada. Pues hace rato, que en los partidos políticos, además de competir con los hijos, nietos, familiares y periferias de los caciques, hay que batirse también con los amigos de los amigos de los caciques que, en mayoría, operan y actúan con un marcado hiper-sentido de pertenencia de los partidos políticos.
 
Pero en realidad, esa categoría, la de los amigos, no es nueva ni en los partidos políticos ni en el poder, solo que ahora el valor y la preeminencia de los amigos se ha disparado de tal forma que, resulta más rentable ser amigo de un cacique que estar de pendejo en un partido político convocando gente, exhibiendo símbolos y recibiendo los insultos y epítetos que la gente vocifera –con razón o sin ella- en calles y plazas por malos servicios, corrupción pública, promesas incumplidas y unas que otras chicanas.
 
Cierto que todo lo anterior, son gajes universales del oficio; pero no es justo que sólo los pendejos -de los partidos políticos- paguen la mala fama de los partidos políticos y sus caciques, y que encima, también, las pocas o muchas distinciones vayan a parar, sin ton ni son, a los nombres de  los amigos de los amigos de los caciques.
 
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