Segundo gobierno de Trujillo

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Rafael L. Trujillo Molina

El segundo mandato presidencial de tirano Rafael L. Trujillo, que abarcó de 1934 a 1938, estuvo precedido de un gran activismo político bajo la fachada de unas denominadas Revistas Cívicas, que no eran más que actos políticos supuestamente espontáneos para colmarlo de falsos elogios.

La pantomima eleccionaria fue llevada a cabo el 16 de mayo del referido 1934, con el llamado Partido Dominicano como única agrupación política participante. Trujillo-Peynado fue la dupla ganadora por antelación.

EL AUTOR es abogado e historiador. Reside en Santo Domingo.

Con motivo de dichas elecciones hubo muchas declaraciones que pueden figurar en una enciclopedia de absurdidades políticas, como aquella proclama del abogado y periodista José E. Aybar, que las consideraba innecesarias porque a su decir: “Trujillo ha sido reelecto en la conciencia del pueblo”.

En ese período de gobierno comenzó como primera dama la montecristeña Bienvenida Ricardo, de la cual dicho gobernante se divorció en abril de 1935, ocupando su lugar la famosa María Martínez.

Una verdad básica es que a partir del 16 de agosto siguiente ocurrieron muchos hechos dignos de narrarse, por la connotación que tuvieron en el devenir histórico del país. De eso trata esta entrega.

Una parte pequeña del modesto presupuesto del Estado se consumía en gastos corrientes y otra parte considerable del dinero público la desviaban hacia Trujillo y su camarilla. Era casi nula la inversión en obras de interés general.

En esa etapa de la historia dominicana el referido gobernante amplió su riqueza personal con negocios que nacían de la extorsión, amén de que se benefició de un programa gubernamental del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, denominado con el pomposo nombre de “política del buen vecino”. Fue creado en el 1933 en la VII Conferencia Panamericana.

El 25 de agosto de 1934 el Congreso Nacional, a instancia de Trujillo, aprobó la Ley 742, que fue la cobertura legal para que la República Dominicana entrara en la tómbola del Comité de Protección para los tenedores de bonos de los EE.UU.

En el segundo mandato de Trujillo hubo un aumento exponencial de merengues que exaltaban su figura y denostaban a sus víctimas, a pesar de que ya no existían fuerzas opositoras que tironearan su régimen y la población estaba bajo control físico y psicológico de ese mandamás.

El vicepresidente de la República Jacinto B. Peynado, alias Mozo, miembro de la aristocracia capitaleña y totalmente sumiso al mano de hierro de San Cristóbal, acuñó la tristemente célebre frase “Dios y Trujillo”. Con esa adulación buscaba llamar la atención del enorme poder de su jefe inmediato.

Durante esos duros años el gobierno diseminó por todo el territorio nacional a unos malhechores apodados vulgarmente como “arrancapescuezos”, cuyo trabajo no es necesario explicarlo.

Fue en la época comentada que el sátrapa terminó de doblegar y humillar a los que antes fueron caciques locales en la Línea Noroeste. Esos ancianos eran una especie de representación simbólica y de añoranza de las luchas que libraron a principios del siglo XX partidarios de Juan Isidro Jimenes (Los Bolos), y los seguidores de Horacio Vásquez (Los Coludos).

Muchas veces los hizo desfilar, con indumentarias hechas jirones y zapatos rotos, para que se inclinaran en obediencia ante él y, además, escucharan un merengue cuyo estribillo principal es la conocida frase “buchipluma na¹ ma eso eres tú”.

De entre los personajes que tuvieron un papel político de relevancia durante el gobierno que arrancó el 16 de agosto de 1934 cabe mencionar a un sujeto de cuestionable proceder: el sanguinario general José Estrella, vinculado con la trama criminal que eliminó años antes al político e intelectual Virgilio Martínez Reyna y a su esposa Altagracia Almánzar, la cual tenía un embarazo de término, mientras dormían en su casa del pueblo de San José de las Matas.

El tirano lo designó como su delegado especial en una franja que cubría desde Montecristi, en el extremo noroeste, hasta Samaná en la zona más al noreste del país.

Entonces también pasó a formar parte del tren gubernamental el pensador, jurista y escritor capitaleño (autor de obras como la titulada La isla de la Tortuga) Manuel Arturo Peña Batlle, de quien el historiador Ramón Lugo Lovatón, en el proemio de un libro sobre temas fronterizos, escribió el 19 de noviembre de 1979 que era “altivo y mal educado, engreído y burlón hasta que se encontró con una muerte lenta y amarga”.

El 12 de julio de 1935 el presidente del Senado Mario Fermín Cabral comenzó una campaña para que el nombre de la capital de la República se cambiara por el de Ciudad Trujillo. Logró el objetivo, que alentaba por detrás, el llamado Jefe cuando el 11 de enero de 1936 se hizo efectivo dicho cambio.

Desde Samaná, donde estaba desde hacía días para zarpar a un supuesto viaje fuera del país, Trujillo envió una carta al Congreso Nacional diciendo que se oponía a tal iniciativa. Era una prueba más de su amplia capacidad de simulación.

Cuando el 25 de marzo de 1936 murió en la villa de Tamboril el ex presidente Horacio Vásquez se produjo frente a su cadáver insepulto un hecho con tramoya: Trujillo mandó a su velatorio al orador y funcionario de su gobierno Arturo Logroño para que allí pronunciara un supuesto panegírico que en sí fue una diatriba contra el hombre que él había traicionado seis años antes.

El llamado “pico de oro” de la oratoria nacional de aquel tiempo llevaba la encomienda surrealista de reprocharle al difunto una supuesta deslealtad al cínicamente denominado “perínclito” de San Cristóbal.

La realidad era que el traidor había sido Trujillo contra el hombre que por su ceguera política lo encumbró durante ocupó la jefatura de gobierno.

Los registros de la historia dominicana permiten señalar que en esa época Trujillo intensificó su costumbre de enviar a diversos velorios, especialmente a los de víctimas conocidas de su régimen de fuerza, a “afligidos”, que los eran por orden superior. Eran burlas necrológicas propias de su mente retorcida.

Matanza

En ese período gubernamental fue que se produjeron en una parte de la zona fronteriza con Haití los execrables hechos llamados “la matanza de Perejil”, que empaparon de sangre lo que el jurista y burócrata trujillista Virgilio Díaz Ordóñez calificó como “el más antiguo y grave problema antillano”.

Meses antes Trujillo había firmado con el presidente de Haití Stenio Vincent uno de esos acuerdos de papel mojado, pero que el profesor, jurista y diplomático dominicano Moisés García Mella, en alabanza exagerada, aprovechó para proponer que ambos gobernantes recibieran el Premio Nobel de la Paz.

Un cortesano de Trujillo escribió, mucho después de su muerte, lo siguiente:

“…esos hechos, producto no de un sentimiento nacional, sino de las aberraciones de un gobierno o de las circunstancias propias de una época, no crean entre los pueblos hostilidades permanentes o irreversibles”. (La isla al revés. Editora Corripio, primera edición 1983.P225. Joaquín Balaguer).

Los crímenes de 1937, en una amplia porción de la zona fronteriza, fueron tapados con dinero que recibieron el presidente Vincent y otros jerarcas haitianos.

En la capital estadounidense se firmó el 11 de febrero de 1938 un documento mediante el cual el gobierno dominicano supuestamente indemnizaba a las familias de los muertos y a los heridos con la suma de 750 mil dólares.

Sólo se desembolsaron a la firma de dicho acuerdo, titulado Convenio domínico-haitiano, 250 mil dólares. Meses después la cúpula del gobierno haitiano dio por saldado el resto de la deuda con una partida final de 275 mil dólares. La historia de dicho país no consigna ningún pago a los deudos de los asesinados ni a los que quedaron lesionados.

Transcurridos algunos meses un ministro haitiano de nombre Joseph Rafael Noel, en un discurso pronunciado en la capital dominicana, con motivo de la inauguración de una avenida con el nombre de Fabre Nicolas Geffrard, el que fue presidente de Haití de 1859 al 1867, proclamó un ditirámbico discurso en el cual dijo que Trujillo estaba “en la categoría de los hombres ilustres de la humanidad”.

En resumen, el segundo mandato presidencial de Trujillo terminó con la referida hecatombe, el cambio de nombre de la capital de la República, mayor terror de los oprimidos dominicanos y la expansión de la riqueza de alias Chapita, algunos de sus familiares y varios de sus amigos más cercanos.

jpm-am

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RPG
RPG
5 meses hace

mientras todo lo horripilante que narra el distinguido abogado y articulista,no menos es que en todo el país los ciudadanos dormían con las puertas de sus casas prácticamente abiertas,los campesinos sembraban sus fincas y cónicos,criabas vacas,chivos,cerdos y gallinas y nadie osaba robarse las,se podía salir sin temor a dar una serenata a una joven pretendida,campesinos de madrugada iban con sus frutos a vendel,no billetes falsos,etc

Roque Zabala
Roque Zabala
5 meses hace

yo defiendo la diversidad, cualquiera puede tener simpatía por trujillo, pero al escribir sobre sus 30 años hay que empezar diciendo que fue un ladrón y un asesino. en el país lo que escriben a favor de la dictadura han sido más exitoso que lo que escribimos sobre juan pablo duarte y sus principios de honestidad, justicia y transparencia, es el pensamiento de luis abinader.

Sancho Sin Panza
Sancho Sin Panza
5 meses hace

y asi tenemos dominicanos que quisieran ese regimen de vuelta.