San Cristóbal: transitar es de alto riesgo
POR JULIO CESAR GARCIA
Quien caminó las calles de la ciudad de San Cristóbal en los años 70s y aún vive, difícilmente pueda asimilar los cambios que ha dado.
Recordar emblemáticas calles como la María Trinidad Sánchez, que pasaba por la fortaleza General Antonio Duvergé; la Padre Borbón, que atraviesa entre el ayuntamiento y el parque central; la avenida Constitución con sus palmas en las aceras, la avenida Libertad, con sus amplias dimensiones, hoy sólo son memorias de tiempos idos.
Y es que San Cristóbal hoy no cabe en sí misma, se ha desbordado hacia todos lados, un espacio que se rebozó y se ha vertido de este a oeste y de sur a norte. San Cristóbal hoy es un amasijo enorme de calor sofocante y tránsito imposible, una ciudad que ahoga y devora los recuerdos como si fuesen migajas de pan.
Transitar por San Cristóbal en los 70s era una maravilla, calles asfaltadas en el centro, “las menos” sin asfalto en los barrios, unos pocos en ese entonces. Hoy esa maravilla se ha transformado en una actividad extrema, de riesgo máximo de la que unos pocos logran salir ilesos, si bien no siempre físicamente, pues siempre psicológicamente queda alguna lesión.
El crecimiento amorfo de esta ciudad es una muestra del desbordamiento que se deriva de la falta de planificación, de la carencia gerencial de las autoridades, de la ceguera del poder; una ciudad concebida originalmente como un asentamiento español alrededor del siglo XV y que se desarrolló a partir de una hacienda llamada San Cristóbal, donde se establecieron ingenios azucareros y un batey.
Desde los 70s hasta la fecha ha llovido mucho, dicen los filósofos en las escalinatas del casino San Cristóbal, esos mismos que han visto pasar a su San Cristóbal de una ciudad con 6 apellidos y 8 calles a una ciudad con más de 150 barrios, más de 30 apellidos, de una ciudad de 100 o 120 vehículos a un infierno con más de 180,000.00 vehículos de motor.
El San Cristóbal de los 70s sólo queda como gratificante recompensa a una generación que recuerda y añora las tardes tranquilas en un banco del parque de los vagos, las caminatas entre el centro de la ciudad y Lavapiés detrás de una moza o para visitar una familia o un amigo, esta ciudad sucumbió ante los ojos tristes de unos abuelos que vieron pasar sus mejores años entre el Instituto Politécnico Loyola, el Colegio San Rafael o el Santa Rita, la biblioteca municipal, la boîte Montecarlo del hotel San Cristóbal, La Plaza, el Jacqueline de Luis Espinal y la parroquia Nuestra Señora de la Consolación.
jpm-am
Bueeeno compan~ero:Julio Cear Garcia ; usted los esta’ constando, y para mi es com un suen~o, pues yo vivi’ partes de ese suen~o, pues para mi creo, que es un suen~os, desde los an~os «1960, hasta los an~os;2020, era del cambio. e’ste que escribe es de s.c., y la edad mia es: «
«El crecimiento amorfo de ésta ciudad,es una muestra del desbordamiento que se deriva de la falta de planificación de la ceguera gerencial del poder de las autoridades».
El señor articulista responsablemente señala como culpables,por su falta de visión, del deterioro de la condiciones de vida en la Ciudad Benemérita a autoridades que desde la década de los setentas,se cegaron ante el crecimiento poblacional y urbano de la cabecera de provincia.