Salvador Sadhalá: el comercio fecundo
Cuando el corazón se expresa en llanto es el alma, en cambio, la que escribe con la tinta indeleble de las lágrimas. Pocas veces se ha visto en pómulos tersos el despeñar tierno de lágrimas tórridas desparramadas desde los tiempos milenarios de los fenicios.
Sería entonces que el corazón que luce fracturado. A veces se enseñorea sobre su propia fragilidad para darle paso a aquel ser humano engrandecido especialmente por su conducta, su limpieza de bien, su dedicación al trabajo fecundo y sus nobles razonamientos progresistas labrados sobre los muros sagrados de la sociedad.
En las anteriores gracias están dulcemente distribuidas la esperanza, la perseverancia y la imaginación de los dioses de la fertilidad humana haciendo su obra maravillosa sobre el universo, por lo que desaprovechar tan hermosas virtudes sería igual a desperdiciar el precioso espectáculo de las perlas en las entrañas grandiosas de los mares.
Salvador Sadhalá, el del Santiago del ayer radiante y el del hoy confuso, es para esta ciudad y quizás para el país el más generoso y refulgente símbolo vivo de la honradez nacional. Una clase de honradez que brilla sin necesidad de ser potencializada por la diafanidad celeste del sol ni por ninguna otra fuerza del cosmos.
Este hombre viene siendo similar a aquellas criaturas que vinieron al mundo con la alforja llena de perlas a ornamentar la Tierra con su color natural resultante de la mezcla de los cristales de nácar con las sales disueltas en el agua.
Este ser humano maravilloso y sincero pudo haber nacido poeta como Pablo Neruda o Gustavo Adolfo Bécquer, empero, a pesar de ello, don Salvador prefirió escribir unos versos diferentes desde una isla atractiva, de sol, de blancas arenas y de un mar inmenso de tonalidades aceitunadas en el cual se observan ninfas encantadas y rutilantes paseando sus bellezas sobre las suaves olas del océano.
Son tan abundantes y fértiles los elementos que hermosean el reino prodigioso de este terrícola representativo que cuando uno se topa con su figura es tan grande el efluvio que éste despide que sugiere una reverencia. Thomas Carlyle, escritor y ensayista inglés, nos dejó una expresión que bien merece traerla a este reconocimiento, pues ella expresa la sensación de gratitud que siente el pueblo verdadero de Santiago por don Salvador Sadhalá. Veamos: «El verdadero hombre siente su superioridad al reverenciar lo que realmente le supera».
A pesar de lo feliz que se siente don Salvador, cuando él ve su pueblo de Santiago despierto y erguido sobre su propia estatura de titán no deja de entrever en su rostro animoso cierto grado de desaliento razonable, porque esa misma familia, en el hermoso corazón de este ser humano, ha debido vivir en un solar de abundante paz, de un progreso más brillante y esplendoroso y, en cambio, tiene que observar entristecido desde el eminente balcón donde se encuentra que la anhelante tranquilidad de otra época se nos esfuma con una ferocidad inexorable.
No obstante, frente a la desilusión y el triunfo, es preferible quedarse con este último y recoger el cetro del victorioso. Ante la desesperanza se puede ver al pueblo cristiano y temeroso de Santiago arrodillado ante su Dios Todopoderoso en pose de oración ceremoniosa.
Frente a tan grande súplica se me ocurre traer una frase de supervivencia del predicador y pastor de la Iglesia prebisteriana en Washington, Peter Marshal, a manera de animar el interior de los hombres y mujeres del pueblo de Santiago frente al impacto que causan los vientos inesperados de la criminalidad y de los desasosiegos pesarosos que estremecen hoy día sus históricos cimientos de convivencia ordenada y pacífica: «Cuando anhelamos una vida sin dificultades recuérdanos que los robles crecen con fuerza con vientos en contra y que los diamantes nacen bajo presión».
Recordemos que las lágrimas que brotaron de los ojos de don Salvador Sadhalá en aquel justiciero homenaje que le rindió la Alcaldía del municipio de Santiago vinieron de su alma y, por tanto, no se diluyen con riquezas materiales porque el lamento proviene del hondón donde habita la esencia misma del ser, su debilidad y su solidez, y allá ni el oro ni la plata se forman ni se funden.
Las palabras en aquel memorable acto de honroso reconocimiento social a este hombre excepcionalmente humano y civilista le cedieron un espacio a las lágrimas frente a la impotencia del Gobierno, cuya incapacidad se nota desde cualquier ángulo social para hacerle frente a la oleada de crímenes y desmanes de toda naturaleza que arropa hoy con su enorme dimensión a la sociedad dominicana en su conjunto.
El desaliento se vuelve con frecuencia un desierto de añicos y fantasías. Antes de entrar en un espacio tan estéril hagamos, como dijera una vez el expresidente del Ecuador, José María Velásquez Ibarra, en uno de sus memorables discursos: «…tenemos que ir todos los días reformando una cosa, cambiando otra, sin cesar, cambio profundo, obras profundas, diariamente, todos los días».
No dejemos que se nos muera el anhelo o las ansias de progresar; esas hermosas apetencias que nos ha enseñado don Salvador Sadhalá y todo aquel que como él ha apostado al éxito y a la paz duradera y bienaventurada. Los santiagueses, y con ellos todos los dominicanos, deben aprender el lenguaje de la constancia sobre la cual aró Gandhi para el éxito del pueblo hindú, cuando advirtió con sobrada razón que «Nuestras recompensas se encuentran en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa».