Rufino de la Cruz: el héroe olvidado
Rufino de la Cruz: chofer, pobre, humilde, patriota, valiente, corajudo, solidario, antitrujillista, héroe, mártir y provisto de un valor a toda prueba, murió asesinado por los esbirros del régimen trujillista en el mismo atentado en que fallecieron las hermanas Mirabal, a quienes acompañaba al municipio de Puerto Plata, el 25 de noviembre de 1960.
Fue el chofer que las tres heroínas contrataron para que las llevara a la cárcel San Felipe de la norteña ciudad. Se cuenta que otros conductores se negaron a ofrecer ese servicio por el gran peligro que representaba estar cerca de estas aguerridas mujeres. Solo Rufino aceptó, quizás por sus sentimientos adversos hacia el régimen o talvez por su lealtad y solidaridad con las tres mariposas. Sin embargo, Rufino de la Cruz continúa siendo el héroe olvidado, opacado. Sus reconocimientos han sido muy tímidos y casi han brillado por su ausencia. No le han concedido los méritos que merece, como justicieramente se ha hecho con las hermanas por cuyo acompañamiento perdió la vida.
Pero tan apática actitud no es nueva en nuestro país, vale decir, esa tendencia a no valorar o sepultar en un injusto anonimato al humilde sin nombre ni apellido que en un momento dado ha desempeñado un rol protagónico en beneficio de la patria, es recurrente en la historia dominicana, como bien lo describe el llamado “Poeta de los humildes”, Federico Bermúdez, en su brillante y clásico poema: «A los héroes sin nombre »:
A LOS HÉROES SIN NOMBRE

Por: Federico Bermúdez
«Vosotros, los humildes, los del montón salidos,
heroicos defensores de nuestra libertad,
que en el desfiladero o en la llanura agreste
cumplisteis la orden brava de vuestro capitán.
Vosotros, que con sangre de vuestras propias venas,
por defender la patria manchasteis la heredad,
hallasteis en la lucha la muerte y el olvido:
la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán.
Cuando el cortante acero del enemigo bando
cebó su torpe furia en vuestra humanidad,
y fuisteis el propicio legado de la tumba,
sin una cruz piadosa ni un ramo funeral,
también a vuestros nombres cubrió el eterno olvido:
¡tal sólo se oyó el nombre de vuestro capitán!
Y ya, cuando a la cumbre de la soñada gloria
subió la patria ilustre que fue vuestro ideal,
en áureos caracteres la historia un homenaje
rindió a la espada heroica de vuestro capitán.
Dormidos a la sombra del árbol del olvido,
¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está!
Vosotros, los humildes, los del montón salidos,
sois parias; en la liza, con sangre fecundáis
el árbol de la fama que da las verdes hojas
para adornar la frente de vuestro capitán…»

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