Romance entre la abeja y la flor

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

«Te busco entre mis manos, en el bosque de lluvias. En las esteras húmedas y esponjadas. En las hojas y te contemplo en el árbol florido de mi jardín». Francisco Morales Baranda

 

No vengo a hablar de los chefs de la primavera sino de los otros. Inicio este trabajo en una isla escindida donde los intelectuales con criterio independiente al canon son salcochados en una olla de sapos y de culebras de los páramos y pantanos por chefs y por ayudantes de chef que ganan premios haciendo lo que saben hacer bien: cazar cabezas bien peinadas en la selva portentosa para acumular trofeos y luego avivar la fogata de la envidia y el resentimiento con la furia de una bestia expulsando espumarajos por sus fauces de antropófagos cultos.

 

Nunca me había imaginado hasta hoy que un hombre como Nelson Mandela, que cierra el ciclo entre el siglo XX y el XXI de la armonía y el dolor del hombre pero que con solo gesto y dos o tres palabras conquista todas las lenguas y los misterios hasta destruir el odio y la rabia cuando su torturadores se vieron obligados a abrir la puerta de la cárcel de aquel hombre hecho historia en medio de la desolación de los enanos, las enanas y todas las manifestaciones que saltan las fronteras para exhibir como bandera las perversidades humanas.

 

Yo me pregunto si en algún momento la naturaleza viva, el bosque y el dulce de la miel arrancaron el odio y la rabia y solamente me queda entrar a otro mundo romántico y verdadero porque irreversiblemente existe. Para aquilatar la enorme dimensión humana de Mandela bastaría con traer a este trabajo la frase de este gigante al salir de la cárcel:

 

«He luchado contra la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir, pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».

 

Entro al mundo romántico y verdadero

 

El mes de mayo llegaba sigiloso después de los grandes vientos de marzo y de las lluvias de abril con ínfulas de rey de las flores y de la belleza de una estación tropical que perfumaba con su olor a rosas y a gardenias los grandes jardines de la atlántica isla de bellas mujeres que se multiplican con el jugo venturoso de las borrascas.

 

Las flores de bellos y hermosos colores se reproducen por todas las vegas de la isla y con su despliegue las abejas exhiben su vuelo grácil sobre el precioso pistilo de la flor del cual se sienten encantadas y fascinadas a la vez por la dulce fragancia que despiden sus excitados carpelos para provocar la sensualidad.

 

La acrobacia de la abeja sobre la flor garantiza que los panales almacenen miel y polen para la conservación de la especie en la época en que no hay flores en los prados. No es solo ilusión de vivir lo que conduce a la abeja a la ventana de la flor, es también todo lo que ésta exhibe y produce cuando el sol la acaricia. Sería por eso y por aquello que Gabriela Mistral escribió un verso a la flor del aire que reza:

 

«Yo la encontré en mi destino, de pie a mitad de la pradera, gobernadora del que pase, del que le hable y que la vea. Y ella me dijo: «Sube al monte. Yo nunca dejo la pradera y me cortas las flores blancas»».

 

El zumbido de las abejas viene siendo para la flor semejante al sonido exquisito de un saxofón soprano en una melodía tocada con la virtuosidad de un Kenny G. El sonido producido con tan sin par belleza musical no solo haría doblegar la rosa al más inusitado cariño producido por el soplo sutil de una brisa lozana; igualmente el constante mimo de la abeja volvería más almibarada la miel hasta llegar a una inolvidable ensoñación solo comparable con la ilusión de los duendes.

 

Al descender los despeñaderos de la montaña, símbolo erguido de la náutica isla, se divisa desde la lejanía el azul mar, los enjambres de perlas en su fondo transparente y las flores multicolores en el valle dándole un matiz de paraíso extraordinario a aquel territorio refrescante. Los espías de la noche rozagante que somnolientos vigilan embelesados la fascinación de la flor y la abeja saborean con regocijo impaciente aquella escena de caricias y de amoríos.

De pronto se le arrima a aquella fiesta el poeta cauteloso y audaz y, como si fuese la misma abeja, le recita un verso hermoso a la flor:

 

“Miro al cielo buscando tu aroma viendo tu sonrisa entre las nubes. Sin explicarlo mi alma vuela con esperanza para sentirse cada vez más y más cerca. Como una abeja siente atracción a una bella flor y se deja envolver en su calor. Justo así se acerca mi corazón a ti, solo a ti, tú eres la única hermosa flor para mí. Soy adicta a tu paz, a tu dulzura y tu suave aroma».

 

La galantería de la abeja volando y bailando con la elegancia de un bailarín en una corografía musical para encantar la soberana flor del edén que exhibía su salero y su halo en un atardecer apasionado cuando el crepúsculo vespertino con su decreciente luz hunde su rojizo color en las profundidades recónditas, dándole brillo a la lobreguez del mar azul, provocando con su baile encantado que las flores salvajes en el fondo de la inmensidad se llenen igualmente de aquella hermosa fantasía.

 

Le dice la abeja a las flores que crecen obsequiosas en el fondo del mar: «Desde la transparencia observo su belleza a través del mar azul que guarda secretos. Mas, sin embargo, no pretendo descender tan hondamente pues aquí donde estoy sobre la tierra crecen flores a las que llego volando sin que se mojen mis finas alas de terciopelo».

 

Con este romance imaginario entre la abeja y la flor he querido rendirle homenaje al universo material, a ese fenómeno físico tan grandioso y tan elocuente que es dominio maravilloso de seres vivos y, sobre todo, manifestación divina de un proceso de socialización espontáneo incomparablemente misterioso.

 

Pero si Borges le diría a Pedro Peix o a Dionisio que estoy muy romántico, le diría que ayer era diciembre y hoy es enero y al comienzo de año me renuevo en el corazón del bosque y la danza de la abeja y la flor.

 

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