Rojo, Azul y Verde, primeros colores de partidos de RD (1 de 3)
Una de las características permanentes de la política dominicana ha sido el uso de un color como símbolo de los partidos políticos.
Rojo, azul y verde fueron los tres primeros colores que tipificaron el pasado partidario dominicano, luego de proclamarse la Independencia Nacional el 27 de febrero de 1844.
Eran más bien grupos formados en torno a un caudillo, sin estructuras internas como los partidos actuales.
El Partido Rojo tenía como caudillo absoluto a Buenaventura Báez Méndez, cinco veces presidente de la República. También le llamaban Partido Baecista y Partido de la Regeneración.
Esa agrupación política nació de la división de las fuerzas conservadoras que dominaron la administración pública en las dos primeras décadas que siguieron al trabucazo de la Puerta de la Misericordia, el referido 27 de febrero de 1844.
El Partido Azul fue el resultado del triunfo de los combatientes restauradores contra los anexionistas españoles y criollos. En sus primeros lustros el personaje principal de esa agrupación fue el general Gregorio Luperón.
Partido Verde
El Partido Verde, con el cuatro veces presidente de la República Ignacio María González a la cabeza, tuvo su origen en una conjunción de diversos factores coyunturales. Nunca logró calar a nivel nacional, a pesar de que se nutrió de muchos antiguos miembros del Partido Rojo, que buscaron cobijo político cuando Báez falleció en su exilio de Hormigueros, Puerto Rico, el 14 de marzo de 1884.
Del Partido Rojo hay que decir, aunque parezca una repetición, que surgió de las feroces luchas por el poder que se desataron entre el rudo Pedro Santana Familias, un hombre con garras de felino, y el ilustrado Báez Méndez.
Los grupos conservadores, con Santana, Báez y otros al frente, no tenían fe en una República Dominicana libre y soberana. Siempre abogaron ora por un protectorado ora por la anexión en favor de un país poderoso. Actuaban a contracorriente de las ideas de Juan Pablo Duarte.
Santana y Báez
La ruptura entre Santana y Báez se produjo (amén de que ambos tenían lo que se conoce como ego negativo) porque mientras el primero entendía que sólo la confrontación y las acciones despiadadas eran los únicos medios eficaces para imponerse, el segundo ponía en práctica de manera inicial su capacidad de simulador consumado y de hipócrita refinado para consolidar su naciente poder como celebridad de la política nacional.
Santana actuaba como un toro miura, a semejanza de los que debutaron en la tauromaquia española cinco años después de la independencia dominicana, que eran aclamados por su bravura y tenacidad ante las adversidades.
Báez, en cambio, de entrada, usaba en política aquella vieja leyenda del “rabo del perro de Alcibíades”, el célebre nieto del gran estadista ateniense Pericles.
El general y político Alcibíades le cortó el rabo a su canino para que el pueblo sólo hablara de ese maltrato animal, mientras él hacía actos controversiales que pasaban desapercibidos para muchos en lugares como Atenas, Persia, Esparta, el istmo de Corinto y en la península del Peloponeso.
Haciendo el paripé en la política criolla el Partido Rojo proclamaba que representaba a los pobres y que impulsaría los deseos de progreso de la juventud.
También contemporizó con dirigentes de la iglesia católica y algunos curas avispados, otorgándoles favores a cambio de sumisiones, indulgencias y simonía, tal y como se comprueba en las páginas de la historia.
Simultáneamente Báez y su partido abogaban por entregar la soberanía nacional, codeándose con cónsules y representantes extranjeros designados en el país.
Partido Rojo
Del Partido Rojo hay que decir que logró mayor auge desde que el 27 de diciembre de 1855 llegó al país el astuto cónsul de España Antonio María Segovia Izquierdo (el de la famosa Matrícula de Segovia) que, previamente y con simpatía mutua, se había reunido con Báez en su exilio forzoso en la pequeña ciudad de Charlotte Amalie, frente al mar Caribe, en la isla antillana de Saint Thomas.
Uno de los lemas del Partido Rojo era que “la fuerza no es el principio de autoridad, pero sí su condición”. Era un mensaje subliminal para amigos y enemigos, que muchos no entendieron.
Posteriormente Báez y sus partidarios se encargaron de poner en ejecución de mala manera esa consigna.
Una prueba de lo anterior, que nadie ha refutado, es la lista de asesinados, encarcelados, torturados y exiliados que provocaron los gobiernos del Partido Rojo, especialmente en el llamado período de los seis años.
El historiador Sócrates Nolasco, al describir las cosas que leyó en el Boletín Oficial del penúltimo gobierno de Buenaventura Báez Méndez (que era lo mismo que decir del bando rojo) concluía que:
“No veía ni tenía en cuenta el comportamiento de sus partidarios…El rojo y el azul son colores que ya no tiñen”. (Obras completas. Ensayos Históricos. Editora Corripio, 1994.P364.Sócrates Nolasco).
La manera particular en que actuaba el líder del Partido Rojo fue, tal vez, lo que provocó que Luperón lo llamara gavilán, por asimilación a su inclinación por la audacia y la rapacidad.
Vale recordar que siglos antes de que Luperón dijera aquella metáfora contra Báez el gran escritor inglés William Shakespeare, según especialistas en la semiótica de su obra, se habría inspirado en los hábitos de los gavilanes para narrar en su drama titulado Macbeth la ambición, la traición y la malicia engendradas en un ser ambicioso de poder.
Terror en el Sur y el Este
A partir de la administración que comenzó en el 2 de mayo de 1868 (el llamado período de los seis años) los cuadros dirigenciales y los más activos militantes del Partido Rojo incrementaron el terror en todo el territorio nacional, provocando una orgía de sangre y arruinando la economía.
En la región sur dicho partido gubernamental formó bandas de malhechores encabezadas por unos tales Musié, Baúl, Solito, Mandé y Llinito. Esos matones y sus secuaces llenaron de dolor y luto a la población, cometiendo cientos de crímenes horrendos en esa parte del país.
En la región este el Partido Rojo tuvo en esa época como delegado del gobierno al general José Caminero, que perpetró asesinatos horripilantes desde Higüey hasta San Pedro de Macorís.
Luego ese individuo se cobijó bajo el ala del insurreccionista puertoplateño Juan Isidro Ortea, que había sido rojo como él. Ese Caminero fue un malandro baecista, después fue azul, verde y finalmente lilisista.
Era un camaleón más de la política dominicana que, de tantos brincos, terminó imitando a la rosa cromática. Recibió muchos beneficios, entre ellos la explotación de los bosques de la isla Saona.
La fase de extinción del otrora poderoso Partido Rojo empezó en el 1873, cuando Buenaventura Báez cayó una vez más del poder.
En esa ocasión fue principalmente por la acción de dos hasta entonces dirigentes regionales de dicha entidad política: Manuel Altagracia Cáceres, delegado del gobierno en el Cibao e Ignacio María González, gobernador de Puerto Plata.
Cuando el Partido Rojo, con Báez al frente, volvió al poder sólo duró al frente del gobierno 66 días (del 26 de diciembre de 1876 al 2 de marzo de 1878). Para entonces ya esa agrupación partidaria era una especie de irrealidad, para no decirlo en el sentido aristotélico de entelequia.
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