Roberto Saladín: nobleza y excelencia a la JCE
«Los hombres son como los zafiros, unos dan luz propia y otros brillan con la que reciben». José Martí
Cuando parecía que el país sucumbiría penosamente en las profundidades de las aguas procelosas y mugrientas de una sociedad en crisis moral y además cuando se creía que el país no iba a poder conseguir un candidato que sea potable para presidir la Junta Central Electoral, de la noche a la mañana esos nubarrones se despejaron. De pronto, desde un recodo maravilloso de la isla de las Herejías se vio venir un hombre bien vestido, de buena presencia, florecido de madurez, con su cabellera plateada y caminar pausado, con un curriculum en su portafolio dispuesto a presentárselo al país.
Hacía tiempo que la nación dominicana se veía agotada hasta el empacho de tanto trajinar por los vericuetos torcidos de la política y fatigado de vivir bajo administraciones públicas dirigidas por personas con un perfil propio de palafreneros de cuadras, quienes por sus actuaciones al frente de instituciones del Estado se han inmerecido de poderse llamar políticos o conductores de organismos públicos o privados.
Cuando se vive en la República Dominicana tenemos la amarga sensación de que todo está perdido en esta sociedad y, además, que no hay esperanza para sus pobladores de lograr un futuro mejor, sobre todo si nos colocamos en cualquier ángulo elevado del territorio nacional notaremos, por simple observación, que se ha perdido la confianza en los hombres y mujeres que pretenden dirigir el país u ocupar posiciones oficiales. Sin embargo, a veces nos olvidamos que los hijos de Dios cuentan con su protección divina. Como expresó el rey David en el libro de los Salmos: «El Señor oye a los pobres y los libra de todas sus angustias».
Un día el país amaneció sorprendido cuando un señor de posturas impertérritas y de proceder franco asumió la presidencia de la nación. Ese hombre reservado para comunicar sus actos públicos, no obstante eficaz para la toma y ejecucion de decisiones positivas, se llama Danilo Medina Sánchez.
Es posible que la aparición en esta oportunidad del doctor Roberto Saladín en este camino súbito y estrecho hasta el grado que la vía lucía que se cerraba totalmente para que no pudiera encontrarse ese ser humano a quien confiarle la dirección de la Junta Central Electoral y obligaba al país a calcinarse vivo en eso que llaman: más de lo mismo. Como República Dominicana es una nación religiosa fueron quizás las plegarias calladas y constantes de este pueblo las que permitieron la venida esperanzadora de este hombre tan esperado lo que ha obrado a favor de esta sociedad.
Frente a esta venturosa ocasión, como sería la aparición del doctor Roberto Saladín, habría de imaginarse los tormentos del presidente Danilo Medina por encontrar ese ciudadano probo, responsable, emocional y profesionalmente orgánico a quien confiarle tan delicada responsabilidad como es la presidencia de un organismo con tantos intereses enfrentados como la Junta Central Electoral.
Roberto Saladín es un ser humano libre de prejuicios sociales, no es resentido y en su equipaje de vida parece que no vino el envanecimiento procaz como rémora pesada y cruel. Al menos así lo creo yo cuando leo su hoja de vida profesional y su historial de trabajo tanto público como privado.
No hablo de ninguna manera que Roberto Saladín o Danilo Medina sean seres humanos exentos de alguna contaminación. No podría decirlo, porque cuando uno lee al apóstol Juan se encuentra con el siguiente desafío: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra». Además, existe el temor que cuando se trate de dominicanos, de funcionarios y de políticos hay que decir que unos llegan corrompidos a sus puestos de servicio y a otros los corrompe el sistema.
Cuando vi en los periódicos que el doctor Roberto Saladín había presentado sus credenciales personales al congreso de la República para optar por la presidencia de la JCE inmediatamente me dije asimismo: «Si llega a ser escogido para el cargo no se podrá decir que lo logró por cuestión de suerte». Yo diría en este caso lo mismo que expresó Jacinto Benavente: «Nadie piensa que la suerte puede ser cuestión de talento».
Nadie pensaría que al ver a Saladín un hombre reflexivo y sosegado se equivocase juzgándolo de ser un hombre falto de carácter para tomar decisiones o para asumir responsabilidades. De lo que estoy seguro es que él no tiene los colmillos tan afilados para herir el erario público y llevarle una tajada, como los perros del inframundo.
Lo que sí se conoce de Roberto es que es un hombre con un temperamento indoblegable para las tareas de alta responsabilidad patriótica y frente a las tentaciones y condescendiente, como abogado que es, cuando la racionalidad exige darle paso a la imparcialidad en provecho de la colectividad. Saladín tampoco es un circense de los palacios presidenciales que hace acrobacias para que los gobiernos le tomen en cuenta. Dice presente sólo cuando el deber y la patria se lo exigen. Como el presidente Danilo Medina, Roberto Saladín es un ser humano equilibrado emocionalmente, condición que viene a tono con su temperamento reposado a lo cual acompaña su agudeza para manejar con eficiencia los conflictos y las discrepancias de cualquier naturaleza.
Las juntas electorales, por su carácter y funciones, son un amasijo de disputas y de intereses muchas veces difíciles de conciliar para una persona llena de convencionalismo y estereotipada. A las personas de carácter inflexible se le hace difícil esconder sus debilidades o limitaciones intrínsecas, las que suelen hacer de su ejercicio público o privado un freno para el desarrollo de la democracia en términos políticos y crean al mismo tiempo serios entaponamientos en sus vías de acceso, evitando la rápida evolución de las sociedades camino a su progreso.
Las anteriores cualidades enunciadas en este trabajo hacen del doctor Roberto Saladín la persona más idónea para administrar los efectos que se originan en las juntas electorales como resultado de los procesos que se dirimen en el seno de las mismas y de los propios problemas que surgen en el centro de la propia institución en busca de una mayor eficiencia y efectividad del proceso democrático.
El hombre con experiencias acumuladas en el sector público, como es Roberto Saladín, el hombre que actúa con prudencia, el hombre que no mira al mundo ni a los demás con indiferencia sino que trata de comprenderlo para poder conocer sus fuerzas y sus debilidades intrínsecas y así poder ocuparse mejor de la solución de sus paradojas, no es un ser humano simplista como podrían imaginar algunas veces, por lo contrario él es una persona pulida en los menesteres de la vida institucional y orgánica. Es un hombre que en todo momento de su vida profesional ha perseguido la excelencia.
En este sentido Martin Luther King, líder religioso estadounidense expresó: «Todo trabajo que enaltece la humanidad tiene dignidad e importancia y debe emprenderse con excelencia esmerada». Roberto Saladín es un profesional que enaltece a quien le sirve porque en su historia de servicios públicos la excelencia y la honradez aparecen escritas en letras oro.
jpm