Ritual del crimen en RD

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El autor es escritor y periodista. Reside en Estados Unidos

«Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo», con esta reflexión, hecha muy popular, por cierto, el filósofo George Santayana (1863- 1952), descarga sus conocimientos en su obra “La vida de la razón. Las fases del progreso humano” (cinco tomos publicados entre 1905 y 1906), y dice textualmente que “los salvajes no retienen la experiencia, razón por cual siempre están en la infancia”.

En el marco de la vida el individuo va captando los ejemplos paternales, aunados al diario vivir de sus compañeros en las calles o en la escuela; en ese interín, recibe descargas buenas y malas de comportamientos que se aposentan en su interior, hasta decidir cuál de ellas son las más favorables para evolucionar su vida en lo educativo, social, familiar y profesional.

Más que celebrar la llegada de un nuevo habitante al mundo, luego del proceso de gestación durante el embarazo, los padres debemos sentir cierta preocupación, porque con el devenir de los años no sabemos el tipo de persona que le traemos a la sociedad, visto que la mente es frívola, se distrae fácilmente; y por ende, es incapaz de progresar con carácter, continuidad y persistencia, al menos que cada cual cumpla con su rol de padre inculcándoles valores.

Hoy en día, la sociedad en su conjunto, agotó su desidia por los fundamentos del comportamiento moral, los principios paternales y la dignidad, debido al torpedeo sistémico de las redes sociales, promotoras de la delincuencia, la homosexualidad, el narcotráfico, el doble sexo y obtención de fortunas inapropiadas, donde todo lo que sucede queda en el ocaso del pasado, sustituida por la plasticidad y la readaptación de un presente que obvia lo culto y aplaude lo impropio de la cotidianidad fecunda.

A lo largo de la historia el país a ido acumulando acontecimientos delincuenciales que no recuerda hasta que suceden hechos similares, es entonces cuando los organismos de seguridad del estado vuelven a la realidad, vuelven a sintetizar con mediocridad, ausentismo y dejadez la secuelas de la criminalidad, un hueso duro de roer que lejos de proteger el principio vital lo está condenando a morir lentamente.

El ritual de la criminalidad y la delincuencia de cuello blanco en la República Dominicana, con frialdad y el apoyo de algunas autoridades gubernamentales está fluyendo como la gota, que sin inmediatez sintetiza su rebeldía contra la piedra y con el paso del tiempo se le descubre el agujero, decidias del oportunismo y la búsqueda de dinero fácil, pero no tan fácil, que tiene su epicentro en asaltos a entidades bancarias, robos, asesinatos, sobornos políticos, corrupción gubernamental y oportunismo empresarial, entre otros.

Los atracos y asaltos a empresas son permanentes, sin que las autoridades tomen la iniciativa de romper el tropel que mueve el desorden y tiene a la deriva la población, donde son afectados pequeños negocios y humildes ciudadanos, muchas veces asesinados por delincuentes que tras cometer sus fechorías se adhieren a sus relaciones con policías o jueces para lograr la impunidad.

¡Los bancos sí, el ciudadano no!, para muestra un simple botón. En el marco de los últimos 31 años, más de treinta entidades bancarias han sido asaltadas en el país, donde algunos de los que auspiciaron dichos secuestros hoy día están muertos, mientras otros, quizás, cumplen condenas. Ahora bien,   ¿fueron asesinados o condenados aquellos que desfalcaron los bancos en los años 2000-2024, durante el gobierno de Hipólito Mejía?.

No es posible reducir la criminalidad y la delincuencia cuando la Policía Nacional tiene las armas y las utiliza para robar, asaltar y cometer delitos. Todos los gobiernos quieren reducir la violencia invirtiendo dinero; sin embargo, asignar más recursos financieros al problema no es la respuesta, no, así no, el gobierno está en la obligación de poner en marcha una estrategia de transformación integral donde la sociedad sea la más favorecida.

jpm-am

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Jose Diaz
Jose Diaz
9 meses hace

Eso de atracar un banco no es juego, como no lo es atentar contra la vida de un niño o una mujer. Los que se involucran en tales desafueros, sean quien sea, deben cargar con todo el peso de la ley y la población nunca celebrar ni consentir sea cual sea el desenlace.