Regresaremos a los templos cantando el salmo 100

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EL AUTOR es escritor. Reside en Santo Domingo.

El salmo 100 es una manifestación de alabanza y acción de gracias que inicia con un llamado a los habitantes de toda la tierra para que, con canciones de júbilo y alegría, reconozcan la grandeza y la soberanía de Dios.

Se trata de un himno entusiasta e inspirador cargado de verbos imperativos que nos llaman a todos a colocarnos en la misma presencia de Dios para tributarle alabanzas y reconocimiento con la actitud implícita de que aceptamos sin reparo todos sus designios supremos.

Cantad, servid y venid son verbos que emplea el salmista para avivar aún más el movimiento de una multitud que henchida de gozo marcha hacia el templo para expresarle gratitud a Dios al ritmo de canciones y alabanzas. Es la gratitud del pueblo hacia Dios por intervenir a su favor en momentos en que la muerte había enseñado sus garras más temibles. Toda la fuerza verbal e imperativa de este salmo está concentrada en que el pueblo creyente y los demás habitantes de la tierra asuman una actitud de adoración y reconocimiento a Dios.

Este llamado jubiloso no se queda confinado al pueblo de Israel, sino que se dirige a los habitantes de toda la tierra” para que se   inclinen ante la presencia de Dios tributándole ofrenda de adoración.   Es una alborozada procesión de gozo y alegría que no deja de sugerir momentos de sobrecogimiento y solemne reflexión en el que no solo se expresa la gratitud, sino que también se resalta la pertenencia a Dios, el servicio y la comunión de los congregados en actitud reverente ante el Rey de las naciones.

Todo el Salmo es alegre alabanza que motiva a servir a Dios con gozo. “Reconoced que Jehová es Dios”.  No hay otro Dios a quien acudir, no hay otro a quien honrar, no hay otro a quien engrandecer. La adoración verdadera motiva al adorador a servirle a Dios y a compartir con otros.

Con el descenso de esta mortal pandemia entraremos al tempo con una vida interior enriquecida y una espiritualidad renovada. Muy pronto estaremos caminado hacia nuestros templos con prudencia y cautela, pero con la inocultable y vibrante alegría que se expresará con canciones de alabanzas y gratitud al Todopoderoso. Reconoceremos la soberanía universal de nuestro Dios y rey e invitaremos a todos los habitantes de la tierra a cantarle a Él.

Esta pandemia causó la muerte de muchos de nuestros hermanos, familiares y amigos, sin dudas, sentimos mucho dolor y tristeza por estas pérdidas temporales. Es cierto, el covid 19 mató muchos de los nuestros, pero no mató nuestra fe ni va a silenciar nuestra alabanza. Por encima del dolor y la pena cantaremos con gozo y celebraremos las misericordias de Dios.

Notaremos las ausencias y extrañaremos con pesar los hermanos que partieron. El llanto entrecortará nuestras canciones, pero no podrá silenciar nuestras alabanzas. Como ovejas del prado de Dios que no tiene vallado para el tiempo ni para la distancia, evocaremos en exaltación inefable la iglesia invisible donde no hay ausentes ni extrañados. Como pueblo suyo que somos celebramos porque sabemos que cercano está el día en que todos estaremos presentes para siempre.

Sentiremos la nostalgia por la pérdida de quienes doblaron la curva final de la existencia terrena en el punto luminoso donde se inicia la eternidad.  El salmo 100 en su asombrosa brevedad tiene una apreciable dimensión escatológica que hace centellear la esperanza eterna en Cristo de todos los creyentes.

Este salmo no deja espacios para los carismas individuales y los protagonismos personales. Toda la gloria es de Dios, no hay lugar en este canto para el oportunismo que quiere nublar o confundir la gloria de Dios. No podemos retornar al templo sin reflexionar sobre las actitudes posesivas que nos ataban, no podemos regresar sin deponer nuestro egoísmo, nuestra indiferencia y nuestra hipocresía religiosa. Regresaremos alegres y cantando, celebrando la esperanza porque vivimos en esperanza. Entraremos por las puertas de nuestros templos alabando a Dios, destacando su grandeza y soberanía.

El templo estará del mismo color, las filas de asientos serán las mismas, el altar no tendrá mayores novedades, la novedad seremos nosotros. Pensemos en ser una verdadera primicia para Dios el día en el que regresemos a su templo.

Procuremos regresar liberados de afanes superables, del activismo frenético y de nuestra insaciable búsqueda de titularidad y prestigio eclesial. Ofrendemos nuestra sobrevivencia como primicia de gratitud y servicio a Dios y a nuestro prójimo.

JPM

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