Quien siembra vientos cosecha tempestades

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El fenómeno de la delincuencia está acabando con nuestro país. Ya nadie duerme tranquilo ni se siente seguro en ninguna parte. Es como una plaga transmitida por el aire, que afecta a grandes y a pequeños, a ricos y a pobres, a blancos, negros, y mulatos o “indios” en sus diferentes tonalidades. En psicología social se sabe que la delincuencia es un fenómeno complejo, y que está influenciado por múltiples y variados factores. Y que en él juegan un papel importante el ambiente familiar y el social, además de que hay personas con rasgos y características individuales que la predisponen al delito. Pero nosotros somos dados a ver las cosas de forma muy simple, a no profundizar en el por qué de esto y aquello, a no cuestionar por qué esto está aquí y no allá, si antes no lo estaba. Como si estuviéramos en la época en que al campo llegaba un solo periódico, el de Trujillo por supuesto, y lo leía siempre la misma persona, creemos en lo que más se difunda por la televisión, en lo que más pregonen las autoridades, en lo que más digan los líderes del sistema. Y resulta que la delincuencia es un fenómeno muy estudiado en la Psicología Social, y muchos estudiosos han encontrado estrecha relación entre los actos delictivos cometidos por una persona y las situaciones de tensión que han experimentado. “…Diversas fuentes de tensión pueden afectar al individuo, entre las que destacan la imposibilidad de lograr objetivos sociales positivos, ser privado de gratificaciones que posee o espera, y ser sometido a situaciones adversivas ineludibles” (Agnew, 2006; Garrido, Stangeland y Redondo, 2006, citados por Santiago Redondo Illescas y Antonio Andrés Pueyo, en Psicología de la Delincuencia. Septiembre, número 3 Vol. 28, 2007. “Múltiples investigaciones han puesto de relieve la conexión entre las vivencias de tensión y la propensión a cometer ciertos delitos, especialmente delitos violentos» (Andrews y Bonta, 2006; Tittle, 2006, citados por los mismos autores). “Muchos homicidios, asesinatos de pareja, lesiones, agresiones sexuales y robos con intimidación son perpetrados por individuos que experimentan fuertes sentimientos de ira, venganza, apetito sexual, ansia de dinero y propiedades, o desprecio hacia otras personas” (igual). La situación de tensión expresada más arriba ha ido arropando a los sectores de menos ingresos del país desde que el neoliberalismo se impuso en el gobierno de Jorge Blanco. El “neoliberalismo propone que se deje en manos de los particulares o empresas privadas el mayor número de actividades económicas posible. Igualmente, propone una limitación del papel del Estado en la economía; la privatización de empresas públicas y la reducción del tamaño del Estado…” “Respecto al derecho laboral, mercantil y las regulaciones económicas generales el neoliberalismo propugna la «flexibilización» laboral, la eliminación de restricciones y regulaciones a la actividad económica, la apertura de fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros y se reduce el tamaño del Estado”. Así las cosas, desde entonces nuestros políticos todos han aplicado al pie de la letra el neoliberalismo, pero, quitándole el pedacito que se refiere a reducir el tamaño del Estado. Y para complicar más la cosa, le han echado sal a la llaga al convertir al Estado en un monstruo con mil cabezas, mil cuerpos sin pies aunque con 100 manos cada uno, y mil estómagos que lo engullen todo aunque nunca se sacian por más que engorden. En la agropecuaria, el neoliberalismo implicaba, entre otros, la libre importación de algunos productos, no subsidio, ni hacer aportes significativos que pudieran considerarse como apoyo velado al sector. Así que el campo fue abandonado por ese y los sucesivos gobiernos, y en consecuencia fue muy poco lo que se hizo en crédito, reparación de caminos, asistencia técnica, servicios sociales, construcción de viviendas y otros afines. Como consecuencia obligada, fracasó la mayoría de los productores agropecuarios, y se fue despoblando progresivamente la zona rural.Así, fueron surgiendo los cinturones de miseria que conocemos en las grandes ciudades, con los siguientes productos o consecuencias ya sabidas: Mano de obra barata, jovencitas para la prostitución, adolecentes y jóvenes para el negocio de las drogas, pistoleros para los casos especiales, votos seguros en las elecciones a precio personalizado según la “calidad” del ofertante, y la realización de variados servicios que requiere el extraordinario desarrollo económico que nos gastamos los dominicanos y dominicanas, y que nos coloca en el reducido grupo de los países que han mantenido un crecimiento sostenido en los últimos 50 años. ¡Cuánta hipocresía!En realidad, ese tipo de “desarrollo económico” lo que nos ha traído es la desnaturalización de nuestra esencia como país, la desarticulación de nuestras tradicionales relaciones de fraternidad y compañerismo, el avasallamiento del capital nativo, creado de sol a sol, por el gran capital internacional y/o de dudosa procedencia, la progresiva pérdida de los valores que nos identificaban como un país trabajador incansable, seguro, honesto en gran medida, acogedor, alegre, con ricas tradiciones y variados ritmos musicales propios, en fin, un país donde en las calles se podía bailar sin susto de noche y de día. Ese extraordinario crecimiento económico ha sido irregular, anómalo, en el sentido de que no ha traído aparejado igual desarrollo institucional que le sirva de regulador, ni ha impactado positivamente en lo social y en lo político ni en el propio aparato productivo. Es así que el empleo informal es el único que crece. Y en los Objetivos del Milenio nos quemamos, a pesar de lo parejero que somos. En otras palabras, no hemos mejorado significativamente la calidad de la salud, aunque sí se ha ampliado la cobertura. Es una vergüenza la alta mortalidad infantil y la materna; nuestra educación compite con las peores del continente; nuestro transporte público parece del África subsahariana; nuestro sistema eléctrico es muy caro y no mejora; en nuestra seguridad ciudadana ya sabemos lo que hay, y sin perspectivas de mejoramiento a mediano plazo, o sea, dentro de los próximos años. A este panorama se le suma que los políticos se hacen grandes millonarios en pocos años, y las drogas lo arropan todo, hasta los cuerpos militares y policiales y la propia justicia, sin que haya voluntad política para enfrentar esta situación; que con un empleo no se gana lo necesario para subsistir; que la educación no brinda perspectivas de un futuro cierto; que los servicios de salud son deficientes, y a veces por pocos miles de pesos y hasta por un descuido médico se muere una persona (una pobre, claro). De modo, pues, que la actual delincuencia no es más que el fruto de lo que hemos sembrad Una sociedad extremadamente desigual, donde unos cuantos tienen el poder político y económico, y la gran mayoría está condenada a vivir en la pobreza, y sin perspectivas de cambios, hasta que un día el pueblo se canse de tanta opresión, y se quite la venda, y los grilletes, y los tire al mar.

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