Prohibido opinar, si lo hace un ex Presidente

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Históricamente las grandes figuras de la historia universal han sido conocidas-reconocidas por sus obras o acciones heroicas y altruistas (Jesucristo, Gandhi, Mandela, Sócrates, etc.), aunque otras, en menor medida, hayan sido resaltadas por sus crueldades y lado oscuro (Hitler, Stalin, Atila, Mussolini, Trujillo, etc.). Sin embargo, poco se repara en que esas figuras extraordinarias -de todos los tiempos- fueron seres humanos con defectos y virtudes. Incluso, no pocas veces, hurgar en la vida ordinaria de ellos, nos podría traer grandes decepciones, sorpresas y hasta desestimación o revalorización de un paradigma que creíamos inconmovible. Y todo ese derrumbe, si no sabemos que cada ser humano, aún figura histórica, agota, como ente social, un proceso dialéctico de crecimiento y reto que está ligado al tiempo histórico y al rol que en una determinada sociedad juegue por determinación personal, política, religiosa, ética, cultural y hasta, en algunos casos, por el azar. La antesala viene a cuento, precisamente, porque a raíz de la publicación de los dos últimos artículos de la firma del ex presidente Leonel Fernández ha habido toda una alharaca de conjeturas y descodificaciones -de todas índoles- venidas, en mayoría, de adversarios políticos y de otros seudos “hacedores de opinión pública” que ya son una escuela de oposición política y frustración cuasi generacional-patológica. Se le critica y recrimina, al ex Presidente, que en sus dos últimos artículos de opinión haya caído en menudencias de la política, recriminaciones, indirectas, vedadas premoniciones y hasta en auto considerarse mesías, profeta o predestinado. Y todo porque en los referidos artículos apeló a la historia y a la pedagogía para ilustrar y compartir sobre sus experiencias, vivencias y observancias sociológicas de prácticas de liderazgos que, históricamente, suelen darse en todas las sociedades. En mi opinión, el ejercicio (sociológico-histórico-pedagógico) que hizo el ex presidente, a través de sus dos últimos artículos, es, más que criticable y recriminable, saludable y, al mismo tiempo, desmitificador del mito que se ha vendido de que los líderes son inmaculados, infalibles, irrepetibles o etéreos. Nada más falso. Ahí, reside justamente el valor de que un ex presidente exteriorice públicamente sobre aspectos cotidianos y menudos de la actividad política y el poder. Quizás, quien sabe, como adelanto de sus memorias (¡cuántos no lo han hecho ya!) aunque para sus adversarios -políticos-mediáticos- pura egolatría. Y será ello (el ejercicio de opinar) mas criticable que dejar una página en blanco o hacer una reforma constitucional en tres noches. Lo digo, porque ambos eventos –altamente censurable y condenable- también son parte del registro histórico-político de nuestro liderazgo. Aunque algunos periodistas-“historiadores” -de vieja factura palaciega- hagan mutis de esos antecedentes y prefieran cebarse en una fijación-obsesión política-actual. Quizás por rentable. No sé, pero se me ocurre pensar que, en la crítica a los referidos artículos del ex presidente, subyace una doble moral -sobre todo, en aquellas venidas de “hacedores de opinión pública”- pues por un lado se critica el que un ex presidente escriba sobre sus experiencias políticas, su supuesto ego, el ejercicio del poder y la condición humana, pero no se dice nada sobre aquellos líderes, algunos nacionales, que fueron y han sido vendidos -para el consumo colectivo- como prototipos insuperables e infalibles de hombres públicos excepcionales, despojados de su condición de seres rutinarios, de padre irresponsables, de cascarrabias, de supersticiosos o, creyentes-practicantes de creencias esotéricas. Y no digamos pues, distanciados de aquellas cosas cotidianas y ordinarias que quizás quisieron hacer en público com exhibirse compasivo, llorar o, decir algo tan sencillo como que se equivocaron. Por ello, más que criticar ese ejercicio de un ex presidente, hay que saludarlo y alentarlo porque con ello contribuye a desmitificar-humanizar la condición del líder, del poder y, sobre todo, de que también ellos (los líderes) en una sociedad democrática necesitan auto criticarse y adaptarse-concebirse como ciudadanos comunes y corrientes que sienten, padecen, se equivocan, van al inodoro, y ponen en evidencia sus saberes, decepciones, fracasos, carencias, ambiciones y aspiraciones. Nada del otro mundo, ¿no?

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