Presencia de Tamboril en las obras de Tomás Hernández Franco (2 de 2) 

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura. Reside en Santiago de los Caballeros 

El profundo fervor religioso que siempre ha caracterizado al pueblo de Tamboril lo encontramos genialmente plasmado en los dos cuartetos del soneto que lleva por título En la vaga penumbra:

«En la semi-inconsciencia de esta vida aldeana,
cuando caen en la noche los primeros crespones,
vibra pausadamente la voz de una campana,
como un eco gigante de muchas oraciones…

Hay beatitud sencilla en la rústica escena,
florecen “Padres Nuestros” en labios temblorosos,
y alguna novia triste desahoga su pena,
rezando por el novio, con los ojos llorosos…»

En La aldea está triste, Tomás H. Franco, cual romántico bohemio, proyecta sobre el paisaje local toda la intimidad o sentimientos que en él despertó la rápida partida de una linda dama que como un sueño fantástico pasó un día por su añorada aldea:

«La aldea está muy triste desde que tú te has ido,
le falta tu alegría, le falta tu belleza…
¡y hasta mis propios versos por tú se han conmovido,
al contar esta pura y aldeana tristeza!»

(1er. cuart.)

Y como si el río fuera el gran confidente o testigo de sus juegos sentimentales, el poeta pregunta a la fugaz visitante:

« ¿… Te acuerda del arroyo que siempre gluglutea,
cual si contase un cuento pasional a la aldea
envuelto en el misterio de un divino secreto?…»

(1er. Terc.)

En la primera estrofa vemos cómo desaparece el yo interior del poeta para fundirse en el yo colectivo encarnado en una naturaleza personificada:

«La aldea está muy triste desde que tú te has ido…»

Hombre y medio ambiente se funden en un solo ser, formado así un todo homogéneo de tal modo que el sufrimiento y tristeza del poeta es el sufrimiento y tristeza del ambiente aldeano.

En el último soneto, En la paz del crepúsculo, Hernández Franco nos ofrece otra viva descripción de su natal terruño en ese instante del día en que los últimos rayos del sol empiezan a despedirse para ceder su turno a la noche:

«El crepúsculo vierte su divina tristeza,
en el bello paisaje. Una franja grisácea,
es un río que canta, con su eterna pereza,
arrullando la muerte de la tarde violácea…»

Entre los componentes del mundo natural y social en torno al cual se desenvolvió la vida de Tomás H. Franco, vale resaltar el papel protagónico desempeñado por el arroyo que con tanta insistencia se menciona en los versos. Pero no se crea que se trata de un río imaginario, creado por la mente fantástica del poeta. Ese río cantarín, risueño y murmurador cruzaba por detrás de la casa de la familia Hernández Franco, esto es, existió realmente (río Licey), como existieron también los robles, los samanes, la sierra lejana, las campanas de la iglesia y esa quietud municipal que se respira en las muestras poéticas que hemos analizado.

El 27 de octubre de 1931 Tomás H. Franco dictó en el Teatro “Apolo” de Tamboril la conferencia titulada «El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización»

Antes de entrar en materia, el disertante nos presenta una breve introducción que bien podría considerarse como un canto de amor a su pueblo. Tal sentimiento de gratitud y cariño lo encontramos expresado desde el mismo inicio de la disertación:

«Pláceme sobre manera ocupar esta tribuna y frente a este público, porque en cierta forma es como una oportunidad de pagar una deuda de cariño contraída desde mi infancia, porque aquí en Tamboril mismo y mucho antes de lanzarme por mis propias fuerzas en las sendas de la curiosidad literaria, mi imaginación se nutrió de una tradición de cultura y de amabilidad que parece haber sido de todo tiempo patrimonio o herencia, timbre o blasón de esta comunidad».

Hernández Franco paseó a Tamboril por todos los confines del mundo. De él se cuenta que a dondequiera que iba, su mayor orgullo consistía en proclamar su origen aldeano. Y en cada país que vivió los recuerdos de la patria chica afloraban a su mente:

«… Siempre, en las horas del recuerdo, en la
nostálgica evocación del viajero, la patria lejana
me cabía en el corazón…»

El poeta, que cada acaba de regresar a la tierra amada, muestra en la susodicha disertación la humildad del recién llegado y el acendrado amor que siente por sus raíces pueblerinas:

“… Siempre llegué sin la jactanciosa actitud de
quien pretende contar maravillas y a la vida
aldeana me reintegré sin esfuerzo porque aldeano
he sido siempre en mi orgullo y en mi sinceridad…”

Tomás Hernández Franco

Tamboril en los cuentos de Tomás H. Franco

En la cuentística de Hernández Franco lo mismo que en sus versos, artículos y conferencias, está presente la atmosfera tamborileña. La narrativa de este autor es rica en referencias que responden fielmente a las vivencias personales o experiencias vividas en su lar nativo. Esa presencia se evidencia, entre otros relatos, en los cuentos contenidos en el tercer y último volumen publicado: Cibao (1951). Ya anterior a esta colección había dado a la luz pública: Capitulario (1921) y El hombre que perdió su eje (1925).

Los hechos que se narran en Cibao, contrario a lo que podría interpretarse a juzgar por el título, no reflejan la vida de la región cibaeña en general sino la tamborileña en particular.

Del libro Cibao (Ediciones Sargazo, 1973) seleccionaremos tres cuentos que consideramos de particular interés por contener muchos de los elementos descriptivos y referenciales que permiten validar el planteamiento que hemos insertado en el párrafo anterior. Nos referimos a MingoAnselma y Malena y El asalto de los generales

Santa Ana fue por muchos años la santa patrona de Tamboril. Cuéntese que las fiestas patronales que en su honor se celebraban, las cuales coincidían con la cosecha de tabaco, eran muy concurridas; especialmente por los habitantes de los campos vecinos quienes embriagados por la alegría del momento incurrían en desbordadas o desenfrenadas romerías que degeneraban casi siempre en sangrientas y mortales riñas. En el cuento Mingo se lee al respecto:

`«Los matones que durante las fiestas de la señora
Ana venían desde lejos, con sus ladeados
sombreros de jipijapa, sus pañuelos colorados y
las grandes cachas blancas de sus Colts, a jugar
a los dados y a emborracharse con aguardiente
blanco…» (P. 41).

En Anselma y Malena se narra una historia de amor, los amores de Anselma y Malena con el coronel de dragones. En dicho relato es obvia la presencia de algunos toques descriptivos de inconfundible sabor localista:

«La aldea nunca tuvo más de una
calle y esa calle bastó siempre para
todas las divisiones del amor, del odio y
del dinero… » (P. 64).

El narrador nos informa que Malena nunca se enteró de los amores entre su marido y Anselma. Y acto seguido concluye:

«La aldea no había hecho ni un
guiño de malicia porque aquello no
tenía importancia» (P. 66).

Uno de los mejores cuentos de Tomás Hernández Franco y quizás el de mayor fuerza dramática es El asalto de los generales. Esta pieza narrativa, como podrá inferirse, trata de una acción bélica, de un levantamiento armado. Previo a la presentación de los hechos, el cuento se inicia con una aldeana descripción del ambiente, rica en imágenes sensibles que le imprimen un colorido singular al lugar o espacio donde suceden los hechos (Tamboril):

«Aldea suspendida en final del crepúsculo. El samán había acabado de cerrar los millares de sus hojas, una por una, meticulosamente, como quien cuenta billetes de banco. Un grillo desató la locura irritante de su canto, alto surtidor de fuente invisible. Chirriaba una rueda en retorno cansado. Bolas de equilibrio sobre las pértigas, las gallinas recontaban las plumas de sus alas sin vuelo. El platanal, unánime y manso, dialogaba en ligera brisa confidencial. Tímidas vanguardias de estrellas en cielo claro y más alto. Paz.»P. 85).

La siguiente intervención es mucho más explícita:

«Papá, por Dios, esa es una tontería. Deme cien hombres o cincuenta o veinticinco, y yo le desalojo a esa gente de la aldea» (p. 92).

Lo mismo que esta:

«A tiro de fusil de la aldea se reunieron en compacto núcleo de cosa decisiva…» (p. 93)

En uno de sus poemas póstumos, Puedo jurar ahora (1952), el poeta recuerda al padre en el momento en que sembraba sus venerados samanes:

«Puedo jurar ahora que yo lo he visto.
Y que ese recuerdo solo fuera capaz para llenar toda mi vida,
que vi el crepúsculo detenido entre sus manos,
mientras estaban sus manos sembrando el árbol…»

Pero donde los recuerdos de infancia y juventud, el fervor aldeano y la emoción ante el paisaje local, alcanzan su máxima expresión en los escritos de Tomás H. Franco, es en el texto  Poema anclado para el hijo viajero,  epístola de incomparable acento elegíaco dedicada a su hijo mayor, Tomás Hernández Tolentino (Tomasito), cuando este apenas acababa de nacer. El poeta, merced al gran afecto que siempre mostró hacia su pueblo, supo plasmar en forma magistral la recóndita tristeza que produce la ausencia del suelo paterno. Su lectura, como se podrá apreciar, nos remite al genio de un José Joaquín Pérez:

« ¡Mi dulce Ozama! Tu bardo amante
a tus riberas torna a cantar…»

(La vuelta al hogar)

O a un Nicolás Guillén:

«No hay martirio más grande que el hondo desconsuelo
de suspirar ausente de los paternos lares
y deshojar la rosa negra de los pesares
bajo la indiferencia de otro sol y otro cielo»

(Páginas Vueltas)

En su Poema anclado para el hijo viajero escribe el autor de Yelidá:

«Apenas tenemos una semana mudados a esta nueva casa, que no es la mía, que no ha de ser tuya: es la número 159 de la Avenida Independencia, en Ciudad Trujillo».

Las ideas que siguen reseñan la vida diplomática del poeta:

«Eres el hijo viajero. Tienes casi quince meses de nacido. Ni un año y medio siquiera. Debiste nacer en El Salvador, América Central. Pudiste haber nacido en Costa Rica, pues para allá salíamos. Era casi de rigor que nacieras en México. Pero naciste en la Habana. Pocos meses después, llegamos contigo a tus pies, a este, a esta ciudad que no es la mía, ni la de tu madre».

Abrumado cada vez más por los recuerdos emocionales de su tierra, el padre envuelve su voz en el más nostálgico de los acentos para proseguir diciendo al hijo:

«Tú no tienes una casa tuya. Al menos la tuya, la que es mía y de tu madre, donde yo pasé todos los años de mi infancia, te es todavía, desgraciadamente, casi desconocida. En ella ha vivido días solamente, como en todas las otras que has vivido: casas de alquiler, casas de huéspedes, hoteles, aviones».

La añoranza inspira en el padre el deseo de que su hijo esté junto a lo suyo:

«Hubiera querido verte crecer en tu casa, en esa casa que es mía y de tu madre, la de Tamboril, la única, donde vivieron mi padre y mi madre, tus abuelos, donde también vivieron mis abuelos y tus bisabuelos. Creo que hubiera sido una ventaja para ti tener tu paisaje, que es, desde que se nace, la manera más exacta y sencilla de tener una patria».

Finalmente escribe el poeta:

«Todos tenemos en el mundo un sitio en el cual debiéramos estar para siempre, o en el cual, al menos, todos quisiéramos estar para siempre: Tamboril es mi sitio. El sitio de tu padre. Ojalá lo escojas tú también como tuyo: para querer vivir y morir, para tener tu paisaje anclado dentro de ti».

Tomás Rafael Hernández Franco, el poeta dominicano que le cantó a los mares del trópico y al mulato de las Antillas, el autor de uno de los más grandes poemas escritos en nuestro país y el mismo que dio a conocer por primera vez a nuestros principales poetas en los círculos literarios del Viejo Continente, también supo dedicar a su pueblo, como hemos intentado demostrar, los más bellos, líricos y hermosos cantos.

(* ) – Publicado por primera vez en el suplemento cultural “Coloquio”, del periódico El Siglo (20/5/89) y posteriormente en mi libro Tamboril, su gente y su cultura (y otros ensayos), 2000, págs. 26/37  

dcaba5@hotmail.jpm-amm

jpm-amj

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henry capellan
henry capellan
1 Año hace

sociedad lo malo es considerado mediocre, lo mediocre es considerado como bueno , y lo bueno las pocas veces que aparece es considerado extraordinario.te pondria como ejemplo la nueva generacion de supuesto artistas y compositores.que lo unico que hacen es formentar la violencia y el consumo de drogas.es lamentable que las personas pensantes tengan que guarda silencio.para no ofender la manada.

henry capellan
henry capellan
1 Año hace

estimado domingo.sin lugar a dudas y la forma exquisita de hablar de nuestro pueblo nos llena de orgullo.en lo unico que difiero de usted, es que lamentablemente ya no existen hombres de la estirpe ,de tomas hernandez.ya que nuestra sociedad se a consumido en copiar valores muy diferentes a nuestra cultura e idiosingracia.por lo que personas como tu, no deben dejar morir nuestras tradiciones como pueblo y como nacion.duele decirlo que en nuestra