Por una paz duradera entre Rusia y Ucrania
El reciente encuentro entre los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Ucrania, Volodímir Zelensky, el pasado viernes, ha representado un revés para los avances en la búsqueda de una tregua en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Las negociaciones, mediadas por Estados Unidos, tropezaron con un desacuerdo sobre la firma de un convenio para la explotación de tierras raras en Ucrania como compensación por la ayuda suministrada por Washington.
La falta de garantías y el choque de intereses han dejado la mesa de diálogo en un punto muerto, obligando a replantear el proceso e incorporar a la Unión Europea en la ecuación.
La guerra entre Ucrania y Rusia es un conflicto desigual, una batalla de David contra Goliat, donde el invasor es Rusia. Ucrania, con sus 603.628 kilómetros cuadrados de extensión y una población de 37,7 millones de habitantes, es un país de fertilidad inagotable, un granero que alimenta al mundo.
En contraste, Rusia es el gigante del norte, el país más extenso del planeta, con 17.098.250 kilómetros cuadrados y una población de 145,5 millones de habitantes. Es la segunda potencia militar más poderosa del mundo, lo que evidencia el desbalance en esta lucha encarnizada.
El conflicto tiene raíces profundas que se remontan a 2014, cuando Rusia anexó la península de Crimea, un territorio autónomo de Ucrania. En aquel entonces, el país se encontraba dividido entre quienes anhelaban una integración con Rusia y quienes veían en la Unión Europea un futuro más próspero.
Moscú justificó su intervención en Crimea alegando que el entonces presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, había solicitado su apoyo para restaurar el orden. Prorrusos y nacionalistas se enfrentaron en una disputa que encendió la mecha de una guerra que, a día de hoy, sigue devorando vidas.
Los líderes prorrusos argumentaron que era necesario proteger a los habitantes de Crimea de supuestos extremistas que amenazaban su derecho a hablar ruso. Organizaron un referéndum el 16 de marzo de 2014, en el que, sin observadores internacionales creíbles, se anunció que el 95,5 % de los votantes apoyaron la adhesión a Rusia. Dos días después, Vladímir Putin firmó la anexión de Crimea a la Federación Rusa, desatando la indignación de Ucrania y Occidente, que consideran el proceso ilegal.
La violación del Memorando de Budapest de 1994, en el que Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido se comprometieron a respetar la soberanía ucraniana a cambio del desarme nuclear de Kiev, quedó consumada con esta anexión. Ocho años después, el 24 de febrero de 2022, Moscú rompió nuevamente sus compromisos y lanzó una invasión a gran escala sobre Ucrania, sumiendo a Europa en la mayor guerra desde la Segunda Guerra Mundial. Tres años han transcurrido desde aquel fatídico día y la paz sigue siendo un espejismo en el horizonte.
Sin embargo, el panorama geopolítico ha cambiado con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. A diferencia de su predecesor, Joe Biden, quien brindó un respaldo incondicional a Ucrania, Trump ha tendido puentes con Rusia y ha iniciado negociaciones de paz sin involucrar plenamente a Kiev.
En un giro sorprendente, ha criticado a Zelensky, llamándolo «dictador», y ha amenazado con retirar la ayuda estadounidense si no accede a concesiones económicas, particularmente en la explotación de minerales estratégicos. Zelensky, por su parte, ha respondido afirmando que Trump «vive en un espacio de desinformación».
El desacuerdo llegó a su punto álgido el pasado viernes en la Oficina Oval, cuando, según CNN, se produjo un acalorado intercambio de palabras entre Trump y Zelensky. Con voces elevadas, el presidente estadounidense y su vicepresidente, J. D. Vance, reprochaban al líder ucraniano su falta de gratitud por el apoyo brindado por Washington y lo acusaron de entorpecer un acuerdo con Rusia. Un episodio que no solo refleja la incertidumbre sobre el futuro de la asistencia estadounidense a Ucrania, sino que también subraya la fragilidad del actual proceso de paz.
Para que la paz en Ucrania no sea un castillo de naipes a merced del viento, es imprescindible la participación de múltiples mediadores. Estados Unidos, Rusia, Ucrania, la Unión Europea y China deben converger en una mesa de diálogo donde los intereses económicos no eclipsen el objetivo supremo: el cese de la guerra.
No se trata solo de negocios, de minerales codiciados o de tratados geopolíticos; se trata de poner fin a la tragedia humana, de detener la hemorragia de vidas y la destrucción de ciudades.
La historia ha demostrado que la paz impuesta nunca es duradera; solo un acuerdo justo y equitativo podrá sellar el destino de esta guerra. Es hora de que los líderes mundiales recuerden que la verdadera victoria no se mide en territorios conquistados, sino en vidas salvadas.
Las partes deben reflexionar sobre las posibilidades de poner fin al conflicto sin dejar que sus emociones nublen sus mentes y por el contrario poner sus corazones al servicio de la vida, el bienestar de las personas y la paz.
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