Poppy Bermúdez: El vuelo del cóndor

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EL AUTOR es abogado.

Había nacido en Buenos Aires y siendo niño se hizo eternamente santiaguero de Santiago de los Caballeros.

De la socialité a los de abajo el espíritu sensible del hombre y la mujer santiagueses al recibir el infausto acaecimiento mortal se entristeció muy hondamente, como si la muerte le hubiese sobrevenido a algún familiar inmediato suyo. Los rostros de aquellos ciudadanos humildes lucían apenados y se percibían como si fueran gnomos en una ciudad que al parecer se ha quedado sin inspiración; eran los de abajo, o como diría fuera de cámara una amiga periodista: los «arrabalet», quienes mostraban en sus rostros el desconsuelo y no la pose de la socialité nacional, con la excepción de algunos ojos sensibles al alma.

La gente en las calles de Santiago de los Caballeros se preguntaba desconcertada e incrédula si era verdad aquella noticia que al recorrer levantaba polvareda de sentimientos y ahogaba llantos de dolor que germinaban luego en lágrimas nobles sobre un cadáver eminente que vivió en la Tierra sencillamente pudiendo haberlo hecho con la pretenciosidad de su genealogía. Sin embargo, José Armando Bermúdez Pippa (Poppy), como aquellas semillas en Mateo 13:22, «que siendo las más pequeñas, pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, de modo que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Si Poppy hubiese tenido la oportunidad de expresar algún deseo antes de su fallecimiento estoy seguro que hubiera reclamado que para su funeral se organizara un magno desfile, como en aquellas exequias a la reina Isabel, esposa del rey Jorge VI, que fue presenciado por miles de sus conciudadanos, no para observar, en el caso de Poppy, la pomposidad de un funeral de un monarca, sino para enseñarle a los reyes del dinero de nuevo cuño de una isla del Caribe cómo despiden los pobres a un adinerado que no humilló ni escarneció la vestimenta harapienta  de sus compatriotas menos afortunados ni desairó las casas sobrias de algunos de sus obreros.

Quizás Poppy hubiese preferido que sus manos quedaran «balanceándose en el aire, fuera del ataúd, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías y con las manos vacías partimos», como uno de aquellos tres deseos de Alejandro Magno. No dudo que José Armando Bermúdez Pippa también hubiese anhelado que su ataúd fuese cargado en los hombros de su pueblo que le quiso entrañablemente y de quien tantas satisfacciones de afectos espontáneos recibiera. Él supo siempre que a pesar de haber nacido en cuna de oro no mostró resentimiento hacia los que nacieron, como Jesús, en un pesebre.

Poppy, como Jesús, buscaba los lugares donde estaban los más despreciados. Es posible que a pesar de su riqueza y de su cuna don Poppy comprendiera desde muy temprano que el origen de la fe está en lo sencillo, en los indefensos y no en los círculos de la socialité de una aristocratie dominicana camastrona. Este hombre que hizo de la singularidad un estilo que lo diferenciaba del resto de su clase social que lo rechazó disimuladamente en algún momento por su particular sentido de vida afable y espontánea con todos los seres humanos, pobres o acaudalados, empresarios o chiriperos.

Llegó a ser tan notoria la expresividad de Poppy Bermúdez con la piel pobre de su pueblo de Santiago que éste, a diferencia de otros de su clase, podía entrar a cualquier hora de la noche o del día, sin escolta, a los barrios de Pueblo Nuevo, La Joya o Los Pepines y todas las personas acudían afanosos a abrazarle y a presentarle su simpatía y respeto, sin ningún otro interés que no fuera hacerle sentir que él era uno entre ellos. Frente a esta identificación social y popular me complace aludir en este trecho a un hermosísimo verso del poeta chileno Pablo Neruda titulado «Oda a la pobreza». Veamos unos fragmentos:

«Cuando nací/pobreza/me seguiste/me mirabas/a través/de las tablas podridas/por el profundo invierno./De pronto/eran tus ojos/los que miraban desde los agujeros./Las goteras/de noche/repetían/tu nombre y tu apellido/o a veces/el salero quebrado/el traje roto/los zapatos abiertos/me advertían./Allí estaban/acechándome/tus dientes de carcoma/tus ojos de pantano/tu lengua gris/que corta/la ropa, la madera/los huesos y la sangre/allí estabas/buscándome/desde mi nacimiento/por las calles/».

José Armando Bermúdez Pippa fue como un árbol octogenario plantado en medio de una heredad montaraz cuyas ramas crecieron anchas, anchas como si su espaciosidad fueran brazos que enlazaban ideas e impulsaban propósitos de dimensiones ingentes, que luego, al pasar el tiempo, el azar se volvía realidad abonada por la fe y trabajada con total perseverancia. Bajo la fuerza de esos alientos brotaron en Santiago empresas tan grandiosas y triunfantes, como la Zona Franca Industrial, Color Visión, el Aeropuerto Internacional del Cibao, el Banco Popular y la donación de la biblioteca de la Universidad Católica Madre y Maestra (PUCAMAICA), la más moderna del país.

La alta sensibilidad de un empresario Premium como Poppy Bermúdez lo demarcó del importante concepto del valor de la mercancía definida con la mayor claridad en la obra El capital, de Carlos Marx, para delimitarse y dar el pésame a la familia de un ser humano por cuestión de esencia, no por papel monetario ni oro acuñado en el caso del poeta santiagués, Dionisio López Cabral, el único poeta que desde las Antillas que sale al cosmos blindado paraguas en mano a descubrir en su auto retrato los soles de agua cuando ya Hojas de hierba, de Walt Whitman o Cementerio marino, de Paúl Valery, no eran lunas ni viento ni estrella del caos de la post modernidad.

Ciertamente, Soles de agua a pesar de la ausencia de la crítica nacional –si existiere—configura otra vuelta de tuerca.

Quiero dejar constancia que don Poppy fue en vida un ser humano de ideas luminosas y vitalistas. Dice Nietzche en su introducción al vitalismo, que «la corriente vitalista se diferencia por su concepto de vida: la comprensión de la vida en el sentido biológico subraya el papel del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia». Explica Nietzche que «la vida en el sentido biográfico o histórico entiende la vida como conjunto de experiencias humanas dadas en el tiempo, tanto en su dimensión personal o biográfico como en su dimensión social o histórica». Se podría decir, sin lugar a ninguna duda, que Poppy Bermúdez fue vitalista en este sentido.

Don Poppy fue un ser humano que voló sobre su pueblo con el espíritu del cóndor, que siempre regresa donde aprendió a volar y donde sintió el viento de su Santiago, un viento que le transportaba por las alturas y le hacía crecer y movía sus alas anchas del tamaño de sus brazos desafiante al viento, un viento generoso que le acompañó toda su vida guiado por su vuelo. El viejo cóndor recordaba mil aventuras de sus vivencias y su melancolía en ocasiones le provocaba el llanto, un llanto de tantas amistades perdidas en esos vuelos por el ancho cielo que fue la ruta espiritual de su vida.

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