Pepe Mujica: una vida dedicada al servicio de la humanidad
José Pepe Mujica, guerrillero, estadista, humanista y filósofo uruguayo, ha revelado que el cáncer de esófago detectado en 2024 se extendió al hígado, por lo que decidió descontinuar el tratamiento oncológico, porque “me estoy muriendo”, “déjenme partir en paz”, “el guerrero tiene derecho a su descanso”.
La previsible muerte de Mujica revelaría el enojo de Dios por el desprecio que el género humano ha dispensado al ejemplo de amor, solidaridad, humildad, dignidad, justicia y honradez que conllevó el sacrificio de la crucifixión.
Egoísmo, corrupción y ambición desmedida que hoy desborda a la humanidad impiden descubrir que Pepe, junto a Nelson Mandela son los nuevos apóstoles que el Altísimo envió a este mundo convulso para predicar sobre la buena nueva del advenimiento de la auténtica justicia social.
Sin llegar a declararse ateo, Mujica se define como un objeto en el juego de las moléculas, y confiesa que sentiría mucha satisfacción si al morir lograra comprobar que existe una divinidad al otro lado de la vida, lo que seguramente se cumplirá porque ha vivido en la digna humildad que Dios manda.
Cuando creyó necesario desalojar mercaderes del templo, Pepe tomó las armas para convertirse en guerrillero contra la injusticia, sin aspirar a la intrepidez de Fidel ni al simbolismo del adusto rostro del Che. Simplemente creyó cumplir con su deber de pelear en defensa del amor y de la vida.
Sus 13 años en la ergástula de la dictadura militar nunca fueron archivados en gabinetes de odio o rencor, sino como sustento ideológico para emprender desde la presidencia de Uruguay una gestión humanística de promoción de la justicia social en libertad, con lo que logró reducir la pobreza de un 34% a un 11%.
Del presidente más humilde del mundo, debería decirse que quizás, no sea un ser de este mundo, sino “un animal de galaxia” que forma parte “de una historia que tiene que ver con el curso de la Vía Láctea” porque su doctrina y praxis, lo revelan como un hombre excepcional cuya poltrona ideológica se anida en su humilde morada junto a su compañera Lucia Topolansky.
Ahora que Pepe Mujica confiesa que se está muriendo y ha pedido que lo dejen morir tranquilo, me apresuro a reverenciarlo antes de su partida porque debemos expresar imperecedera gratitud por una vida dedicada en cuerpo y alma al servicio de la humanidad.
Si sobrevivimos a Pepe Mujica tendremos oportunidad de referirnos a su vida. Lucha y enseñanza, y al orgullo que todo buen hombre o mujer siente por compartir vida con un ser humano tan cercano a la justicia que predicó el hijo del hombre. Por ahora déjenlo morir tranquilo.
jpm-am