Pedro Henríquez Ureña en Argentina (1 de 3)

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.

Pedro Henríquez Ureña se estableció en Argentina en contra de la voluntad de su hermano Maximiliano Adolfo, quien le hizo una serie de advertencias sobre los inconvenientes de su decisión, razonándole que el más austral de los países de América no tenía un ambiente seductor para un hombre como él y que su enseñanza no tendría el impacto que sí tuvo en México.

Le alegaba don Max que el mundo intelectual en Argentina estaba dominado “por grupos y capillas” y le adelantaba que “si vas al sur, te arrepentirás”. Es bueno recordar que ese hermano fue escritor, diplomático, orador y autor de obras tan importantes como Episodios Nacionales y Panorama histórico de la literatura dominicana

Pedro Henríquez Ureña dio a quien quiso oírlo una retahíla de explicaciones sobre los motivos que lo llevaron a radicarse en Argentina y justificó su decisión, no sin un sedimento de sobresalto íntimo, cuando escribió lo siguiente: “Argentina es para mí lo mismo que ha sido siempre. No es un país ideal, pero es un excelente país en término medio”.

A la República de Argentina llegó en 1924 y allí murió en 1946. Entre una fecha y otra desempeñó en su país, la República Dominicana, durante un año y seis meses, la función de Superintendente General de Educación. Por más que trató de afincarse en la tierra que lo vio nacer no pudo soportar el ambiente canallesco de la política trujillista. Renunció y se fue.

Pedro Henríquez Ureña y Emilio Rodríguez Demorizi

Educador

En el país más al sur del continente americano vivió y desarrolló su condición de educador enseñando literatura y otras ramas vinculadas con las humanidades.

En Argentina amplió su fecunda labor intelectual hasta el último instante de su vida, pues la muerte lo sorprendió montado en un tren que hacía el recorrido Buenos Aires-La Plata y viceversa, mientras afanaba para producir el sustento de su mujer Isabel y sus hijas Sonia y Natacha, tal vez así bautizadas en honor a las heroínas que sobresalen entre más de quinientos personajes que pueblan las páginas de la  clásica obra La guerra y la paz del gran escritor ruso León Tolstói.

Pedro Henríquez Ureña ejerció el magisterio con máxima altura de conocimientos, especialmente en el Colegio Nacional de La Plata, ciudad en la cual tuvo un destacado papel en la fundación y operatividad, en el 1937, de la Universidad Popular Alejandro Korn, uno de sus grandes amigos y que fue autor de la obra titulada La libertad creadora, publicada en el 1920, en la cual planteaba la urgente necesidad de crear lo que definió como el “sujeto libre”.

Por más de una década esa universidad fue un gran laboratorio cultural y político. Se creó en honor a ese médico psiquiatra, maestro y fascinante filósofo al que se le atribuye haber contribuido de manera fundamental con el pensamiento filosófico argentino.

Valga la digresión para decir que al penetrar al pensamiento de Korn se capta que algunas de sus reflexiones se acercaban, con sus matices, al gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Siempre mantuvo una actitud de confrontación (disruptivo le dirían ahora) con aquellos que mantenían a una parte de la sociedad argentina anclada en un rancio conservadurismo.

Volviendo a la presencia en Argentina del gran humanista dominicano hay que señalar que también fue docente en el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, aunque por ruindad de algunos engreídos nunca lo hicieron titular de una cátedra, básicamente porque era un inmigrante caribeño.

Pese a que nadie nunca se atrevió a cuestionar su gran capacidad intelectual y su vocación por la enseñanza, era tan palpable el maltrato de que era víctima, después de seis años viviendo en Argentina, que en el 1930 le escribió una carta a su hermano Max, en la cual le revelaba que en ese país del Cono Sur estaba realizando un “trabajo mecánico…mi obra propia se vuelve demasiado escasa…las perspectivas de ocupar mi verdadera jerarquía son nulas por el momento”.

Sobre la vida de dificultades de Pedro Henríquez Ureña en Argentina hay una carta muy conmovedora de uno de los intelectuales que mejor lo conoció (los tres tomos del Epistolario íntimo entre ellos es la mejor prueba de eso), su ilustre alumno y amigo mexicano Alfonso Reyes Ochoa, dirigida al periodista y diplomático Genaro Estrada Félix, en la cual le señala, entre otras cosas, que:

“Vive siempre en La Plata, con digna pobreza…aunque lo estiman los jóvenes más señalados de los nuevos grupos, los literatos militantes no lo conocen, o no le quieren ni le dan sitio, por motivos de falta de afinidad física y espiritual…”

jpm-am

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