Paulina Bonaparte: ¿orgullo o vergüenza de Napoleón?

Paulina Bonaparte era la hermana menor de Napoleón, su preferida, el orgullo del entonces dueño del mundo. Una mujer de múltiples atributos de los pies a la cabeza. Fue una adolescente despierta que prefería dormir en la escuela pues poco les importaban las diversas materias y mucho menos hacer tantas odiosas tareas. El aula era un estorbo y sobre todo con las decenas de jovencitos que la enamoraban y de los cuales se enredó con casi todos, por decirlo con tono discreto que no avergüence al más famoso de los Bonaparte. La niña bonita de los Bonaparte nació el 20 de octubre de 1780, en el territorio italiano de Córcega, una de las islas más grande del mar Mediterráneo, y que 12 años antes de su nacimiento (1768) pasó a ser territorio francés. Paulina significó el último retoño de don Carlo Buonaparte –en italiano- y Marie Letizia Ramolino. La familia luego emigró a la capital francesa para abrirse un nuevo espacio y estar cercana de las mieles del poder, cuyo disfrute Napoleón aprovechó rompiendo las fronteras de Europa al extender su supremacía hasta los últimos rincones del planeta. En un artículo de Uriel Nicolás Fernández, que al referirse a Paulina titula, “La Bonaparte más sensual”, expresa lo siguiente: “Ella solo tenía trece años, pero ya causaba estragos entre los compañeros de armas de sus hermanos. Al parecer, su primera “victima” amorosa fue el futuro General Junot, por entonces ayudante de campo de Napoleón. Sin embargo, la relación entre ambos no prosperaría, y la muchacha pondría sus ojos en otro de los compañeros políticos de su herman Louis Marie Stanislas Fréron, un veterano revolucionario varios años mayor que ella que arrastraba consigo justa fama de pertinaz donjuán”. Pero ese pasado de sombras no le importó al general Leclerc para hacerla legalmente su esposa, el 14 de junio de 1797, cuando la ya princesa Paulina esperaba cumplir 17 años de edad. El General de 25 años de vida, quizás pensó más en el apellido “Bonaparte” que en su mala fama. El poder de esta joven mujer era un imán que atraía a los hombres de uniforme como el aguerrido Carlos Víctor Emmanuel Leclerc, uno de las manos ofensiva de Napoleón que se convertiría en “el blanco más odiado por los negros”, contrario a su esposa Paulina, quien sería “la blanca más querida por los negros y por las negras.” Se recuerda que el General Leclerc fue enviado por Napoleón a Haití a principio del siglo XIX, a sofocar la sublevación de Toussaint Louverture, quien resultó apresado y enviado a Francia. Posiblemente en este contexto Alicia Misrahi, en su documentada obra “Los poderes de Venus”, se pregunta, “¿Qué oscura pasión llevaba a Paulina Bonaparte (1780-1825) a requerir que cuatro esclavas negras, que se turnaban en parejas para atenderla, la desvistieran con mimo y la bañaran acariciando cada parte de su cuerpo?” Mientras el General Leclerc, en lo alto de Cabo Haitiano, tiroteaba detrás de los haitianos rebeldes sin saber que algunos de los que huían se sentaban en su mesa y hasta dormían en su cama. Paulina odiaba la soledad y temía a las historias que se narraban sobre hechicería, por eso prefería una dulce compañía extra marital. -¡Ah caramba, las cosas de Paulina!, pudo exclamar el confiado de Leclerc. Paulina quiso tomarse el placer del Caribe como un fuerte trago de ron. Sintió que América era un gran río donde ella podía sumergir todas sus ansias de deseo. Descubrió en el nuevo continente inmensos motivos para vivir otra vez lo que sus anhelos demandaban en sus prohibidos sueños eróticos. En Haití Paulina entendió que Europa tan solo era una corta sábana que no cubría la totalidad de su cuerpo. La Bonaparte en Haití sintió un renacimiento en sus entrañas y vio en cada haitiano una aventura para un viaje sensual sin límite. Se dijo así misma, “regresaré al viejo continente sin hambre ni apetito en mi piel de mujer”. Todo esto en la línea de lo expresado por Alicia Llarena en su opúsculo “Lo real maravilloso o el ensueño tropical de Paulina Bonaparte”. Llarena, en su breve escrito, analiza la novela de Alejo Carpentier “El reino de este mundo”, en la cual el escritor cubano se refiere al tema. En otro enfoque, por mala suerte para Paulina, su esposo el aguerrido General Leclerc, encontró la muerte en la isla de la Tortuga en Haití en 1802, donde una veloz fiebre amarilla acabó con su vida a la edad de 30 años. ¿Era ciertamente linda Paulina? Oigamos un testimonio de una historiadora contemporánea de ella, “Madame Leclerc era, sin disputa, la mujer más bonita de aquel tiempo. Los celos, las envidias, tan propicios a descubrir defectos en las personas de gran fama, no pudieron hallar la más ligera imperfección en esta belleza deliciosa, que tenía la figura más elegante, la distinción más atrayente y las gracias más seductoras”. El gran combatiente Napoleón sufrió pocas lesiones en las contiendas bélicas que con genialidad dirigió. No obstante, suorgullo resultó sumamente herido al enterarse que su esposa Josefina le fue infiel con Hippolyte Charles. De lo que nunca se enteró “El Emperador de Francia”, fue del hecho de que Hippolyte también vivía con la cuñada de su esposa, es decir, con su hermana Paulina. Esta noticia nunca la creyó Leclerc, quien en vida dudó poco de su fiel esposa. “esos son chismes”. Paulina competía con Josefina en tod ropas, prendas, zapatos, amantes y hasta en el número de veces que disfrutaban de la alcoba. En este último renglón Paulina siempre resultó ganadora. En su época, el vencedor de tantas batallas Napoleón Bonaparte perdió la guerra cuando trató de recoger el pudor familiar mancillado por su hermana en muchas ocasiones y en los círculos de sus amigos se le acusa de no ser capaz de domar a esta mujer que engañó a todos sus maridos y amantes, además de desatar un escándalo al posar desnuda para el famoso escultor Antonio Cánova, guíen tuvo que explicarle una y otra vez al nuevo esposo de la viuda de Leclerc -Paulina- cuáles eran sus intenciones con esa obra de arte, la estatua se convirtió en una vergüenza para Napoleón, pues la Venus de los Bonaparte sentía un gran orgullo por su propia imagen esculpida como Dios la trajo al mundo. Sin dudas que Paulina fue el Waterloo emotivo y depresivo de Napoleón. ¿Enfermedad? ¿Locura o ninfomanía? ¿En verdad qué podía explicar el comportamiento de Paulina en su desenfrenada pasión por el sexo? Cualquier respuesta científica a lo mejor no dará en el blanco del real motivo de Paulina, pues ella solía decir con voz lujuriosa para justificar su furor uterino, “Nací para el goce y el disfrute de mi carne”. Se podría comparar su exceso de voluptuosidad (sexualidad) con la situación de muchos que al escuchar música clásica sienten una alta emoción y el sonido del piano impulsa sus lágrimas, Paulina era una especie de piano del placer que quienes la tocaban elevaban su emoción hasta la fantasía. La vergüenza de su hermano era comprender que ese hermoso instrumento corporal llamado Paulina Bonaparte fuese tocado por tantas manos amigas como si se tratara de un refinado teclado o violín sinfónico exhibido en un museo, cuyos asiduos visitantes no quisieran morir sin dejar caer sus dedos sobre esas joyas musicales que inducen a las más plenas inspiraciones de los sentidos. Toda personalidad es una suma de luces y sombras, a veces priman las sombras y más cuando la sociedad tiene esquemas morales que condenan con mucha mayor dureza la infidelidad femenina que la masculina. De la cárcel de tal esteriotipo no escapa el autor de este trabajo por estar marcado por lo que expresara el poeta Manuel del Cabral, “en esta pequeña geografía donde la palabra macho es una catedral desde muchacho”. Sin embargo, en el alma y el corazón de su querido hermano Napoleón Bonaparte, primó el orgullo por Paulina por encima de la vergüenza. Esta es su convicción: “Paulina, tal vez la mujer más hermosa de su tiempo, ha sido y será hasta el fin, la mejor criatura viviente. Cuan dichoso era yo en contribuir a su felicidad, era muy graciosa, y los artistas convinieron en hacer de ella una verdadera Venus de Médicis. Paulina era muy pródiga, bastante dejada, debía ser excesivamente rica por todo lo que le había dado; pero ella lo entregaba todo, y su madre la elogiaba frecuentemente a este respecto, pronosticó que podía morir joven”. En eso no se equivocó su madre, pues Paulina Bonaparte fallece en Florencia, Italia, el 9 de julio de 1825, tenía 44 años de edad. No dejó descendencia porque tuvo un hijo con Leclerc cuando vivió en Haití, pero el infante pereció al cumplir sus dos años.

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios