¿Patria o república?. Esa era la pregunta

El concepto de Patria se enmarca dentro de una categoría de sentimiento cívico colectivo que experimentan los pueblos unidos por vínculos y propósitos comunes. Alcanza una jerarquía trascendente que supera los límites afectivos que pudiera concitar cualquier sistema o forma de gobierno elegido para organizar el Estado.

La inclinación por cualquiera de ellos, llámese imperio, monarquía o república, aunque pudiera parecerlo, no puede suplantar aquel superior sentimiento patriótico de quienes lo prefieren. Más bien, ha sido de la radicalización de las preferencias, de donde históricamente han surgido las pugnas ideológicas, que por lo general terminan fragmentando el alma de la Patria que garantizaba su unidad.

Incluso a lo interno de un mismo sistema de gobierno, se da el caso de concepciones contrapuestas respecto a la forma de implementarlo. Jefferson y Hamilton, verbigracia, fueron compatriotas norteamericanos ideológicamente rivales por sustentar ideas contrarias en torno al modo que debía tomar el sistema republicano estadounidense para afianzar su solidez y preservar su permanencia.  La ideología federalista de Hamilton prevaleció sobre el pensamiento estatista de Jefferson, pero de ningún modo el resultado ganancioso en favor de aquel, obró en menoscabo de la estatura patriótica de ninguno de los dos.

La Patria alemana ha sido sucesivamente imperio, protectorado francés, confederación y república. Carlomagno, Otto von Bismarck y Konrad Adenauer, fueron gobernantes germanos, emperador el primero y cancilleres los últimos, que forman parte del activo patriótico de Alemania. Por su parte, la Patria francesa también ha sido sucesivamente monarquía, imperio y república, teniendo en Luis XIV, Napoleón Bonaparte y Charles de Gaulle, gobernantes que por sus aportes en favor de su Nación, engrosan el acervo patriótico de Francia.

En el caso dominicano, la Patria ha sido sucesivamente colonia española, colonia francesa, república, provincia española y república de nuevo. Juan Sánchez Ramírez, Núñez de Cáceres, Sánchez, Santana y Luperón, fueron gobernantes dominicanos, que por sus contribuciones en beneficio de la Patria, pertenecen por igual al capital patriótico dominicano.

Por comprobación histórica, no ha sido la República Dominicana, sino la Patria que une a los dominicanos bajo nexos afectivos, cultura y costumbres comunes, la entidad respecto a la cual el Estado haitiano se ha mostrado secularmente beligerante.  Sus gobernantes, sea como gobernador colonial francés, emperadores, o presidentes, incursionaron en el pasado en la geografía territorial de la Patria con el único propósito de plagiar su soberanía.

Sucedió cuando por efecto del Tratado de Basilea, la Patria dominicana tomó la forma política de colonia francesa. De nuevo, cuando debido a la  independencia de Núñez de Cáceres, la Patria adquirió la forma de república independiente. Luego, cuando conservando el mismo sistema republicano, se repitió el suceso a lo largo de la Primera República.  Y por igual, cuando por vía de la anexión a España el 18 de marzo de 1861, la Patria adoptó la forma de Provincia Española.

En esa misma fecha, el presidente de Haití, Fabre Geffrard, reaccionó declarándole la guerra a España por lo acontecido en Santo Domingo.  En su discurso pervivía el mismo predicamento que frente a Núñez de Cáceres pronunciara cuatro décadas antes su compatriota Boyer, cuando el 9 de febrero de 1822 intentaba legitimar la ocupación consumada en la fecha, dando en la ocasión por un hecho, que los dominicanos a los que se dirigía en el momento eran “los nuevos haitianos” que espontáneamente decidieron reunirse con sus hermanos de la porción occidental de la isla, una afirmación de Boyer sociológicamente falaz.

La proclama de Geffrard iba por igual dirigida a los “haitianos”, obviando distinciones entre ambos pueblos.  Se refería a “nuestros hermanos del Este de la isla”, sin apelar al gentilicio, recalcando la intención mediante un hábil recurso persuasivo: “¡Haitianos! ¿Consentiréis que vuestra libertad se pierda y que se os reduzca a la esclavitud? Corramos a las armas para rechazar con ellas las hordas invasoras. ¡Dios hará triunfar a los haitianos!”

El mensaje subliminal que enviaba Geffrard respecto a la pertenencia completa del territorio insular, iba implícito en su llamado a rechazar  “las hordas invasoras españolas”. No podía interpretarse de otro modo, puesto que a líneas seguidas lo patentizaba arengando: “¡A las armas, haitianos! Marchemos al combate y no las soltemos de las manos hasta que la autoridad española desaparezca del territorio de Haití.”

Para Geffrard estaba claro que “las hordas invasoras” españolas habían ocupado el territorio haitiano, y no la República Dominicana, a la que no aludía por ningún lado, puesto que Haití no se oponía al sistema de gobierno adoptado por los dominicanos, sino a la Patria que conformaban, cuya existencia intentaba de nuevo fusionar bajo un solo Estado controlado por sus gobernantes, como lo hiciera antes Boyer.

La postura de Geffrard era coherente con la política exterior practicada por Haití, toda vez que hasta ese momento sus gobiernos le habían negado la independencia a la Patria que unía a los dominicanos, entendiendo que ésta no era otra cosa que la conformación de los pueblos del departamento Este de Haití, habitado en la mentalidad de Boyer y de Geffrard por “los nuevos haitianos”.

Veinticuatro días después de producirse la anexión de Santo Domingo, el gobierno haitiano declaró ante Europa y América su oposición al hecho.  El documento de protesta, fechado 6 de abril de 1861, afirmaba que la bandera de España se había enarbolado “sobre el territorio del Este de Haití”, no de República Dominicana. Tal vez por coincidencia, ese mismo día el general José María Cabral proclamaba también su rebelión contra el nuevo gobierno de la  Provincia Española de Santo Domingo, que empezaba a inaugurar la Capitanía General de Santana.

El reclamo de Haití insistía en la intención de proyectar el territorio dominicano como una porción geográfica que le pertenecía a Haití. Argumentaba que España no tenía “ningún derecho sobre la parte oriental de Haití.” Sostenía que existían vínculos de garantía mutua que unían a las partes oriental y occidental de Haití, que a su entender, eran “motivos poderosos por los cuales nuestras constituciones todas, desde nuestro origen político, han declarado constantemente que la isla entera de Haití no formaría más que un solo Estado”.

Haití fue más lejos en su querella en torno al caso dominicano. Aseguraba que sus gobernantes comprendían “mejor las condiciones de la independencia y de la seguridad de las naciones”, a la vez que afirmaba que en el espacio de veintidós años de ocupación del territorio dominicano, “esa mira ingente se realizó por la libre y espontánea voluntad de las poblaciones del Este” –los pueblos dominicanos- que en su intuición representaban la “mitad de la patria común.”

La administración gubernativa de Geffrard sostenía que al separarse de Haití, lo que quisieron hacer los dominicanos en 1844 fue sustituir el Gobierno unitario que ellos dirigían, “por un sentimiento sospechoso de libertad”. Advertía que Haití reaccionaría “contra toda ocupación por la España del territorio dominicano”, y que se reservaba el derecho de emplear “todos los medios que, según las circunstancias, podrían ser propios para asegurar y afianzar su más precioso interés”, que debería presumirse lo era el espacio territorial de la Patria dominicana.

Cuando los cónsules de Inglaterra y Francia le plantearon en 1859 al gobierno de Santana la suscripción de una tregua de cinco años propuesta por Geffrard, el jefe del Ejecutivo dominicano, incrédulo de la sinceridad de su homólogo haitiano, insistió en la necesidad de arribar a una solución definitiva del conflicto, mediante la firma de un Tratado bilateral que reconociera la independencia nacional.

Sin embargo, la constitución haitiana de 1846, vigente en aquel momento, establecía que la isla era una e indivisible, y en consecuencia se convertía en un pretexto jurídico en el que se amparaba Geffrard para no reconocer la soberanía del pueblo dominicano.

Al igual que Boyer, Geffrard también consideraba que los dominicanos eran ciudadanos haitianos a quienes debía apoyar financiera y militarmente para expulsar de Haití a las “hordas invasoras” españolas. No por casualidad fue de territorio haitiano que procedieron los primeros contingentes bélicos contra la nueva Provincia de Santo Domingo en la que se había convertido la RD el 18 de marzo de 1861.

En términos diplomáticos rigurosamente precisos, para entonces Haití y RD eran países política y militarmente enemigos. El referente de la independencia dominicana en 1844 fue Haití, tras haber ocupado ese país el espacio físico de la Patria durante veintidós años. Desde una perspectiva legal, cívica y ética, habría implicado un acto de traición contra cualquiera de ambas Patrias, si uno de sus ciudadanos concertaba con el gobierno de la opuesta un pacto conspirativo contra el gobierno de la suya.

Sánchez se hallaba en Haití cuando todavía el estado de guerra entre ese país y RD estaba en plena vigencia. Solo una tregua pasajera, arrancada por demás a regañadientes a los gobernantes de aquel Estado, y en sentido práctico ficticia en alto grado, frenaba su determinación de invadirlo para apoderarse de su suelo como lo habían hecho en el pasado.

En el manifiesto de Sánchez fechado en Santomas dos meses antes de producirse la Anexión, y lanzado en Haití el mismo 20 de enero de 1861, cuando ya se encontraba en aquel territorio, el prócer febrerista declaraba que había pactado con el gobierno haitiano incursionar al territorio dominicano para deponer el gobierno de Santana.

Aseguraba que se había convencido de que Haití, “con quien ayer, cuando era imperio, combatíamos por nuestra nacionalidad, está hoy tan empeñada como nosotros, porque la conservemos merced a la política de un gabinete republicano, sabio y justo”. Lo cierto era, sin embargo, que hasta ese momento Haití persistía en negarles la independencia a los dominicanos, tratándose por tanto, de un ejercicio especulativo carente de veracidad documental.

Setenta y cinco días después, Geffrard corroboraba esto último, contradiciendo implícitamente el juicio externado por Sánchez, al afirmar en el documento de protesta citado, que los  gobiernos de su país habían siempre deseado formar “con la población dominicana un Estado único y homogéneo”.

Sánchez permaneció cuatro meses en Haití preparando su invasión al territorio dominicano. Porque su incursión por la frontera, no podía gestarse en el marco fortuito de tener que hacerlo por ese país por no poder entrar por otra parte. Reclutar, alojar, organizar, entrenar, alimentar, armar y avituallar un ejército, era un prerrequisito que demandaba tiempo, dedicación y apoyo logístico.

Era necesario concebir y coordinar sin prisa un plan estratégico, herramienta sin la cual ningún jefe militar sensato y experimento como Sánchez, se habría arriesgado a lanzar una campaña bélica contra ningún país. Mucho menos  conociendo el poderío militar de la potencia europea que respaldaba a su contendor, la cual no escatimaría recursos para someter a su oponente.

Habría sido imposible improvisar, y mucho menos preparar a la carrera dentro del territorio haitiano, una empresa expedicionaria de tal magnitud y propósito, sin contar de antemano con el consentimiento oficial y explícito del Gobierno de Geffrard, quien no había ocultado su firme determinación de recurrir a “todos los medios que, según las circunstancias, podrían ser propios para asegurar y afianzar su más precioso interés”, que sin duda lo era el ámbito territorial de la Patria dominicana.

En el medio millar de efectivos que en mayo de 1861 conformaron el ejército expedicionario de Sánchez, Geffrard veía a “los nuevos haitianos” destinados a cumplir con la misión patriótica de sacar  “las hordas invasoras” españolas de su suelo patrio, del que entendía formaba parte la RD.  Su gobierno tuvo que admitir finalmente su patrocinio a la invasión, y convino en compensar a España con 200,000 pesos fuertes por los daños de guerra causados.

La política injerencista de Geffrard y su influencia en los preludios y el curso mismo de la Guerra Restauradora, alcanzó ribetes alarmantes. Su persistente hostilidad obligó a una movilización aparatosa de fuerzas navales y terrestres desde Cuba y Puerto Rico, que perseguía frenar su  intromisión y evitar el escalamiento del conflicto.

El 12 de septiembre de 1861, solo seis meses después de la Anexión, el cónsul inglés en el país, Martin J. Hood, le informaba a su Canciller, Lord John Russell, que al parecer las autoridades españolas estaban encubriendo “serios temores de una revolución encabezada por el mismo General Santana.” Lo miraban con ojeriza, temiendo que por su inconformidad por la política practicada por la oficialidad española, contraria a lo convenido, se decidiera a revertir el proceso por él mismo patrocinado.

En su compendio sobre la Anexión y Guerra de Santo Domingo, el General José de la Gándara aseveró que lo que primordialmente  buscaban Santana y Santo Domingo con la anexión a España, era contar con “el amparo moral del pabellón español, que obligara a Haití a renunciar para siempre a toda tentativa y pretensión de reconquista.”

En efecto, así lo había afirmado mucho antes el cónsul Martin J. Hood en la carta que el 6 de junio de 1861 le dirigiera a Lord John Russell, informándole  que “el proyecto de expedición contra Haití se ha mantenido desde que lo reporté en mi despacho No. 25.”

El plan de Santana consistía en reclamarle a Haití la devolución del valle del Altibonito, incluyendo las poblaciones de Hincha, San Rafael, Bánica, Las Caobas y San Miguel de la Atalaya. En virtud de la Ley No. 40 sobre división territorial, que él, como Jefe del Ejecutivo había promulgado el 9 de junio de 1845, los territorios citados quedaron taxativamente consignados dentro de la geografía nacional, tal y como lo estipulaba el Tratado de Aranjuez de 1777.

Más adelante, siendo Capitán General de la Provincia de Santo Domingo, logró que mediante real orden dictada en Madrid el 14 de enero de 1862, la Corona española lo autorizara a reclamar los territorios citados para reincorporarlos a la geografía de la Patria.  Concibió organizar un ejército que marcharía contra Haití, de no acceder su gobierno a devolver la geografía reclamada.  Su plan se desvaneció por falta de apoyo logístico y por carecer de los recursos indispensables por él solicitados a la superioridad española. Cuatro meses después Sánchez incursionaba por la frontera.

El 16 de enero de 1844, Sánchez, Mella y Santana firmaron juntos el acto que declaró la independencia nacional.  Mediante ese testimonio documental, los tres quedaron acreditados con la misma estatura histórica de Padres Fundadores de la República.  Sánchez y Mella se convirtieron más tarde en rivales, aquel luchando junto a Báez, y Mella al lado de Santana.

En el curso de la Revolución Tabacalera de 1857, Sánchez se atrincheró con Báez durante once meses tras los muros de Santo Domingo. Sus tropas se enfrentaron varias veces a las de Santana, quien con el concurso de Mella, a cargo de diezmar la resistencia de Báez en Samaná, como lo hiciera, logró la victoria.

La determinación final de Santana se explica mejor desde una óptica moral circunscrita a una ley que habría inclinado su voluntad a decidirse por jerarquizar la Patria por encima de sus atributos y categorías subalternas. En otras palabras, el fondo habría de imponerse a la forma, lo que equivale a decir, que la Patria debía prevalecer sobre la República. ¿Patria o República? Esa era la pregunta, y al parecer esa fue su respuesta.

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