¿Para qué naciste? ¿Te has hecho alguna vez esa pregunta?

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EL AUTOR es investigador y empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo.

A veces es difícil comprender el proceder del ser humano. Los seres humanos de alguna manera han perdido el norte. No cabe duda de que la existencia del ser humano tiene un fin superior a la existencia de otros seres vivos. Es ahí la razón por la que el ser humano tiene conciencia de ser.

Por eso digo que han perdido el norte, porque teniendo conciencia de ser, actúan como si no tuvieran esa conciencia. Lo más lógico es que en un mundo finito, donde todo empieza y termina, si tienes conciencia de tu existencia, te preguntes: ¿para qué vivo?

Otra pregunta importante que debería desprenderse de esa pregunta es: ¿por qué muero? Y de ella surgen otras preguntas importantes: ¿cuándo muero? ¿Verdaderamente muero? ¿Existe alguna esencia que permanece después de morir, aunque sea en otra dimensión?

¿Es la muerte física un paso a otra forma de vida superior? Y así muchas otras preguntas existenciales deben surgir, que inquieten al ser humano y lo impulsen a buscar respuestas; pero en lugar de eso, el ser humano está centrado en vivir para morir.

Y en ese proceder de vivir para morir, nace y persiste la angustia, que para este caso se puede definir como: temor opresivo sin causa precisa (RAE), ya que la persona muchas veces no puede identificar la causa del desasosiego que le afecta.

No son felices, aunque tengan a su disposición toda la posibilidad para divertirse.  Vemos como aquella ansiedad afecta a personas que aparentemente tienen todo resuelto en este mundo y que, sin embargo, sienten un temor oculto que no les deja vivir tranquilos.

También afecta a los que con carencias de todo tipo se afanan para lograr objetivos de este mundo que no satisfacen ese vacío existencial. Pero al estar ocupados y preocupados por alcanzar objetivos propuestos y resolver urgencias cotidianas, en ellos esa angustia es menos perceptible, pero al igual, no son felices.

La dinámica de vida que ignora ese deseo interior de búsqueda de respuestas a preguntas existenciales, lleva al ser humano a seguir una vida que busca satisfacer sus deseos por encima de todo y adquirir placer se convierte en algo muy importante, un estilo de vida hedonista.

El estilo de vida hedonista es esencialmente egoísta. El egoísmo, el que está fuera del necesario y natural y que te impulsa a conservar la vida (instinto de conservación) es destructivo para el ser humano, yendo de  lo general hasta lo particular.

El egoísmo lleva al individualismo y al deseo enfermizo de acumular para asegurar un futuro que no existe. La consecuencia de ese comportamiento es un desequilibrio que daña desde el medio ambiente, hasta la organización social en la que vive la persona y termina dañando al individuo mismo.

Ese estilo de vida egoísta saca a los demás de la ecuación al servicio desinteresado. Por tanto, todo servicio debe ser pagado, e incluso pagándolo, se tiene que establecer sistema de vigilancia de los que pagan por el servicio, porque la degradación del ser humano ha llegado a tal punto que si puede no hacer el servicio, o hacerlo mal, lo hace aunque lo cobre.

Incluso personas contratadas para hacer un servicio que tiene que ver directamente con relacionarse con otras personas, lo hacen de manera apática, y lo hacen así de manera inconsciente, porque no tienen claro cuál es el sentido de sus vidas.

Así lo dijo el apóstol Pablo en su carta a los romanos capítulo 7, verso 19: «Puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.» Y luego en el siguiente verso del mismo capítulo dice: «Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.»

El pecado es negarte a escuchar la voz interna que te llama y te dice: No has nacido para eso, naciste para servir. Esa es la voz que no queremos escuchar, y al ignorarla, nos llenamos de angustias, recelos, resentimientos, odio, envidia y una serie de sentimientos que nos hacen infelices.

Y al ignorar esa voz que nos llama a servir, hemos opacado, casi borrado la ley que está escrita en nuestros corazones, la ley del amor: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…y al prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37

Es que el servicio desinteresado a nuestros semejantes es la expresión más genuina del amor y es lo que le da sentido y trascendencia a la vida, pues es ese amor el que te conecta con tu origen, al cual debes volver si le buscas y te encuentras con Él.

Y ese origen es el que es, el que lo abarca todo, de quien salió todo y quien todo ha de volver. Ese Ser que es independientemente de todo, que es verdad y realidad absoluta, fue quien grabó en el corazón del ser humano la ley del amor.

Por eso digo: nacimos para servir, porque en el servicio se hace visible y real ese amor, en el servicio el hermano puede percibir ese amor y sus bondades, y quien ofrece y hace realidad ese servicio, se siente realizado, se siente feliz y esa es la magia.

Por eso hay que cambiar el esquema. El ser humano no debe vivir para servirse, sino para servir. El ser humano debe buscar la trascendencia en el servicio, primero y sobre todo por amor. Si así lo hace, todo el entorno cambiaría en favor de sí y de los demás.

No me cabe duda de que la sociedad cambiaría radicalmente hacia mejor, con un estilo de vida de sus ciudadanos enfocados en el servicio esencialmente por amor. Esa sería una sociedad de un crecimiento espontáneo y colectivo, la seguridad sería de cien por ciento y la gente sería feliz.

c.aybar@nikaybp.com

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