Llega un momento en el que todo te da igual y dejas de pelear hasta contigo mismo. Un momento en que descubres que puedes sonreír hasta de ti y de tus absurdas ambiciones.
Un momento en que entiendes que nada es verdad porque todo se acaba, todo cambia constantemente. Tu casa, tus amigos, tu espacio, tu mente… Y no sabes si al terminarse todo vuelves a «existir» en «otra» calle, barrio o dimensión. En fin, otro lugar.
Un momento en que no sabes si existes o fuiste nunca.
Donde te cansas de escuchar y que te escuchen, porque todo te parece estéril: tu voz, las palabras, los sentidos, ellos, tú…
Llega ese momento donde la nada se convierte en una obsesión igual que «lo algo», donde habitas o crees habitar. Y ya no te preguntas nada ni quieres preguntas por qué no hay respuestas ni lógicas ni maneras de explicar lo que parece inexplicable.
Porque todas las explicaciones te dejan un sabor especulativo, donde «los que afirman» se contradicen y los que se contradicen te reafirman.
Te reafirman que todos tienen «una verdad» que no han encontrado más que en sus mentes y desde allí, esta, la mente, se desvanece en una zona oscura donde las verdades se pierden ante lo limitado que somos.
Un momento de calma y angustia, de precipicios perdidos en fondos que nadie ha escuchado jamás, se alcanza «el golpe». Como si lo que por allí se tira también se convirtiera en el misterio.
Un momento donde ya nada te importa igual que las sombras y sus autores. Donde «estás» también tiene sus preguntas.
Donde aprendes a «fluir» sin llegar a ser «un gas» porque «intuyes» que eso serás cuando te mueras y que desde esa condición, también incierta, no tendrás «los pesares» ni anhelos que solemos tener aquí…
Llega ese momento en que no sabes si estás vivo o «aprendiendo a estar muerto», ya que nada te motiva o te sorprende y «los proyectos» ya no te interesan terminarlos.
Es «ese momento» en el que uno «se ilumina un poco» y logra ver la tierra y el cielo y todo el escenario que habita como algo extraordinario y no tan «cotidiano» que se nos hace invisible.
Cuando llega este momento, y uno no sabe si reír o si llorar, la vida logra alcanzarte para desnudarte en tus adentros, y una lágrima salta de nostalgia y de coraje, no tan solo por los momentos pasados, sino también por los miedos que en muchos de ellos tuvimos y hoy la cobardía nos reclama que uno se muere igual tarde o temprano. ¡Salud! Mínimo Momentero.
jpm-am