Pagamos por sobrestimarnos más allá de lo prudente
Escandalosa, deprimente, vergonzosa y amarga hasta las mismas entrañas ha sido la derrota de la República Dominicana en este mundial de beisbol que aún espera por un ganador definitivo. Para el pueblo dominicano ha sido una pesadilla de la cual no acabamos de sacudirnos. El poderoso equipo nuestro cayó en la primera ronda sin siquiera mostrar las habilidades deportivas que lo acreditaban como el favorito.
Ninguna explicación parece ser convincente, ninguna excusa parece ser lo suficiente razonable como para aliviar el dolor que nos ha dejado esta fulminante zurra a manos de vecinos muy queridos como Venezuela y Puerto, pero que al mismo tiempo son enconados rivales en las lides deportivas, especialmente en el beisbol.
Lo que parecía ser una celebración asegurada, se convirtió de manera inexplicable y repentina en un doloroso golpe nacional que solo iniciará su lento alivio cuando este martes 21 de marzo se conozca el país que levantará la copa de campeón en este clásico beisbolero.
Las estrellas se apagaron. Las tamboras dejaron de resonar. El chirrear de la güira enmudeció y la algarabía y el bullicio dominicano desaparecieron de las calles junto a la risa y los rítmicos movimientos de quienes daban por segura la victoria.
El diminuto esferoide blanco bordeado con tejido carmesí sobre el medio campo gris arena y la grama verde corrió a favor de los equipos de Venezuela y Puerto Rico. Nuestros bates golpearon la brisa con más frecuencia de lo esperado. Nuestros defensores fallaron jugadas rutinarias con asombrosa torpeza. La estrategia de juego no fue la mejor, y sufrimos una calamitosa y prematura eliminación de la serie.
De estelares y favoritos, casi sin darnos cuenta, pasados a ser adoloridos espectadores que se quedaron fuera de la fiesta porque no ganaron los méritos para celebrar en la misma. Nos consuela lo que dice Cristiano Ronaldo: “Después de cada partido hay que olvidar el resultado, las victorias no duran para siempre, y las derrota tan poco”.
Con esta derrota pagamos por sobrestimarnos más allá de lo prudente. Creímos que habíamos ganado antes de comenzar el juego. Nos dimos la libertad de improvisar, pensamos que los méritos y estadísticas acumuladas son formulas que pueden ganar un juego, no importa en que condiciones estén nuestros atletas.
En este clásico nos sorprendió nuestra autosuficiencia. Caímos en la trampa de subestimar a nuestros rivales. Nos dormimos en la fama y los números de jugadores élites, de nombres de primera plana y nos olvidamos del jugador oportuno y productivo que está en tiempo para rendir y ganar.
Esta desafortunada actuación deportiva puede ser un reflejo de lo que estamos haciendo como país. Es probable que estemos exaltando las élites, celebrando victorias no alcanzadas. Es probable que nos creamos que estamos jugando como nunca, pero en la realidad nuestros hombres y mujeres más productivos, honestos y capaces estén perdiendo como siempre.
jpm-am

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Ya lo comente en este diarito, no se debe celebrar hasta lo ultimo, lo hicimos y salimos apaleaos.