OPINION: Vistazo fugaz en tiempo de pandemia

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El autor es escritor. Reside en Nueva York.

NUEVA YORK.- Hoy la vi. Mientras ella salía furtivamente del supermarket del bloque y yo penetraba a las atestadas instalaciones, sumándome al vendaval de afanosos parroquianos que se abastecen de toda clase de alimentos, vegetales y pan, para seguir capeando el temporal en la seguridad del hogar mientras dure la cuarentena. 

De soslayo y a pesar del impedimento visual de la mascarilla, bufanda engarzada al cuello  y la pañoleta que cubre el resto de su cabeza, pude fijarme en otras cosas que a manera de atributos le acompañan, todavía. 

Por la brevedad del espacio de tiempo en que nuestras miradas se entrecruzaron, y dada la presencia de los cubre-bocas cubriendo parte del rostro de ambos, sería difícil determinar si pudo reconocerme. Ninguna señal pude entrever en ella, conociendo, como conozco, sus hábitos de reina que, más que caminar, flota, muy por encima de la jauría de embelesados mortales que endosan su condición de diva y sueñan con formar parte de su cohorte de complacidos súbditos, aun sea por un instante de sus vidas. 

De mi parte, como secreto de confesión podría jurar que fue ella y no otra quien se topetó conmigo en la entrada del ‘Súper’. Cómo pasar por alto la presencia de aquella imponente diosa de curvas sensuales, caderas de infarto, pecho erguido y esbelto caminar que, como antes dije, mantiene a raya a sus  embelesados admiradores y que solo en contadas ocasiones ofrece a algún afortunado la dicha de ascender al Olimpo en donde solo ella imparte las reglas del juego? 

En honor a la verdad debo reconocer que este día, amoscado y timorato como me encuentro luego de zafármele ‘por un pelito’ a la funesta recolectora de almas, no me animan ínfulas de casanova. Más bien, salí a las calles medio de incógnito, buscando descubrir por mí mismo cómo estaba el ánimo de la gente, en el trágico maremágnum en que ha devenido Manhattan, a causa de la epidemia. 

Pero, dominado por el hechizo de la etérea figura que se alejaba parsimoniosamente, perseguí su avance a través de la vidriera del establecimiento. Y quiso el destino que, antes de que su imagen se difuminase por entero mas allá de donde permite la visibilidad de la fachada del local, su rostro diese un giro en dirección a mí, como en estudiada escena de cinematógrafo. Y con las llamaradas de su ensoñadora mirada me devolvió de vuelta a la realidad, como si quisiese enrostrarme que también ella me había reconocido. 

En efecto, es ella y nadie más quien se entrecruzó conmigo a la entrada del supermarket. La misma altiva dama que una noche y con fulminante mirada me midió de arriba abajo, antes de aceptar concederme el favor de bailar una pieza conmigo, en uno de los salones del concurrido Centro Cultural y Deportivo Dominicano y quien, al parecer, quedó tan complacida que permitió a este infeliz mortal decidir por cuenta propia el derrotero a seguir en esa y otras rumbosas noches de bachata, son y vinos, tanto en el citado lugar como en otros de igual naturaleza por donde anduvimos de cuando en cuando. 

Como antes dije, el afanoso tropel de los parroquianos alineados al igual que yo frente a los cajeros  -en estricto orden, mascarilla a la vista y seis pies de por medio-, dificultó la salida del lugar. Y ya para cuando pude desasirme de la barahúnda humana se hizo imposible avizorar algún indicio que me indicase el rumbo que había tomado la dama en cuestión. 

-Tiempo habrá para las excusas y el amistoso reencuentro,  cuando todo pase!-, pensé para mis adentros. 

Por el momento, solo me resta decir que el avistamiento furtivo con esta despampanante bailarina del ‘Deportivo’ y la certeza de que, según pude evaluar, se encuentra en pleno disfrute de su salud y a salvo de pandemias y otras calamidades, constituye una de las bendiciones de este día. Y eso, lo confieso, me llena de satisfacción. Que viva la vida y la amistad!

sergioreyes1306@gmail.com

JPM/of-am

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