Un Nerón en Miraflores 

De los cientos cincuentas emperadores que tuvo la Eterna Ciudad de Roma, hubo uno que en catorce años de gobierno se destacó por su crueldad, ambición, su megalomanía, ser un asesino sin escrúpulos, llevar un reinado de terror  y un  obsesionado con las conjuras en contra de su poder.  Me refiero con ello a  Nerón Claudio César Augusto  Germánico.

Fue el último  emperador de la dinastía Julio-Claudia, y el fruto de las relaciones entre Cneo Dominicio Ahenobarbo y Agripina la Menor. Su madre se podría decir que lo llevó de las manos para que se interesara por gobernar a Roma, y fue tal su postura en ese sentido,  que  dicen algunos historiadores  que ella (Agripina) tuvo mucho que ver con la muerte de Claudio, con quien se había casado y quien era tío del emperador Calígula al que habían asesinado y del cual él heredó el trono.

Al morir Claudio, le correspondió a Nerón Claudio César Augusto Germánico ascender al trono con apenas 16 años de edad,  y así comenzó su primera etapa de mandato, obviamente, con una influencia muy marcada de su madre Agripina y de Séneca que fungía como su tutor. En esta etapa de su gobierno en sus primeros años, fue ejemplo de buena administración gubernamental, una relación saludable entre el Senado y Nerón.  Años más tarde,  en Roma se inicia un reinado de terror sin parangón en la historia, llegando incluso a que el propio Nerón  cometiera un matricidio al asesinar  a su propia madre Agripina, al acusarla de querer sacarlo del poder.

No conforme con este horrendo crimen, Nerón comete  un acto vandálico, un crimen social, un acto atroz en contra de su propia nación y sus súbditos. Corría el año 64 d.C y en una noche se desató un feroz incendio en la ciudad, el cual fue ayudado por los fuertes vientos que soplaban en ese instante y que hizo que se esparciera por casi toda Roma, durando seis días y arrasando con todo a su paso. Ese hecho, aunado al asesinato de su propia madre, al ejercer un gobierno despótico, corrupto  y su mala relación con el  Senado Romano, hizo que su declive comenzara sin freno alguno hacia el precipicio político.

Nerón acusó del incendio a los cristianos, iniciándose contra ellos una persecución implacable. Sin embargo, todo indica que fue él que lo inició para atacar a los cristianos y expulsarlos de Roma y construir un exuberante palacio al que llamó “Domus Aurea” (Casa de Oro) cuyas dimensione y lujos fueron extravagantes.

Poco tiempo después de ese hecho, Nerón fue quedándose solo, acosado, despreciado por el pueblo romano por todos sus exabruptos, actos corruptos y crímenes y en últimas instancias, condenado a muerte por el Senado.  Nerón huyó de Roma escondiéndose en una villa y le aterraba la muerte que le esperaba si era capturado y entonces, al no tener valor para él mismo quitarse la vida,  le pidió a su liberto Epafrodito que lo hiciera, enterrándole éste una daga en su garganta dejando Nerón para la historia su última frase:  “!Júpiter, qué gran artista muere conmigo”!

El nuevo Nerón del siglo XXI

Nadie se imaginaba y mucho menos el propio Nerón si hubiera tenido la oportunidad de saberlo, que miles de años después de su gobierno y posterior muerte, su imagen grotesca, sus actos corruptos, su soberbia, su maldad  y su cobardía al gobernar con el poder de las armas para oprimir a un pueblo, iba a ser redimida a la perfección en una nación enclavada en un lugar desconocido para la Roma de entonces y en la figura del hijo político de un traidor a su patria como lo fue Hugo Rafael Chávez Frías.

Después de ver los sucesos ocurridos el pasado 23 de febrero en las zonas fronterizas de Venezuela con Colombia y con Brasil, no cabe duda alguna que el exconductor de autobús de Caracas, ha encarnado  magistralmente la figura dantesca y siniestra de uno de los emperadores más crueles de Roma: Nerón.

Resultó inconcebible y así lo percibió casi el mundo entero, que un gobernante  írrito y por demás,  ciudadano colombiano nacido en Cúcuta,  se haya valido de las fuerzas armadas venezolanas, de reclusos liberados  armados y de un grupo de asesinos civiles y a sueldo del gobierno conocidos como “Los Colectivos Motorizados”, para reprimir a puro plomo al propio pueblo que se prestó al llamado del Presidente Interino Juan Geraldo Guaidó Márquez, quien había  dispuesto el reparto de toneladas de ayuda en medicinas y alimentos para una nación  sometida al hambre y la miseria diaria por las políticas socialistas al estilo cubano del gobierno chavista.

Como consecuencia de esa embestida atroz, insensata, abusiva y demente de un gobierno intolerante, desesperado y repudiado por muchos países en el mundo  debido a  sus actos indignos, varios camiones cargados con la ayuda humanitaria que miles de venezolanos necesitaban y esperaban con ansias,  debido a la crisis provocada precisamente por ese gobierno corrupto e inmoral, fueron quemados por esos grupos de facinerosos y por las bombas lanzadas por miembros del ejército bolivariano, simbolizando con ese gesto un acto cruel, inhumano y egoísta.

Para que un gobernante actúe de esa manera, no hay argumentos ni justificaciones de ningún tipo.  Con el hambre, las necesidades y las miserias de las personas y peor aún, cuando las misma son provocadas por las políticas erráticas como ha sido el caso de Venezuela nunca se debe jugar a la política, sino enfrentarla con seriedad.

Obviamente,  los chavistas, como buenos comunistas al fin y al cabo, siempre están sujetos sus conductas al rol de la negación continua de sus errores y en consecuencia, el haber dejado entrar esa ayuda humanitaria, era reconocer que la mal llamada “revolución bolivariana” en 20 años fracasó rotunda y vergonzosamente como también lo fue la cubana.

Lo malo de todo esto, es que quienes pagan las consecuencias de estos errores políticos y estas “revoluciones” utópicas, idealistas y alejada de la realidad, es el pueblo que creyó en sus mentiras y fantasía inalcanzables y cuando vienen a reconocerlo ya es demasiado tarde. Claro, la claque que gobierna y la camarilla que les rodea,  viven en una burbuja idílica,  porque a ellos las necesidades, los alimentos, el buen vivir, los viajes por el mundo, el buen vestir y la buena vida, no se les niega para nada. Lo tienen todo: los resortes del poder, las arcas del Estado, el dinero disponible para asegurar para sí y los suyos una vida satisfactoria,  aunque la nación se esté cayendo a pedazos como ha sido el caso de Cuba y Venezuela.

Lo triste de todo esto, es el cinismo y lo cara dura de  estos líderes socialistas del desastre, que se presentan como salvadores de la humanidad y redentores de sus pueblos,  que en un momento en el  ocaso de sus miserables vidas, hay veces que tienen un dejo de remordimiento por lo que han hecho y motivados quizás por la senil de sus vidas,  se confiesan -pero sin dejar de creer en sus metodología perversas- tal y como lo hizo el sátrapa de Cuba  Fidel Alejandro Castro Ruz  en una entrevista el 8 de septiembre 2009 concedida a la revista  “The Atlantic” y al periodista Jeffrey Golberg cuando se confesó y dijo (cito) : “El modelo cubano no funciona en la propia isla”. Lo triste de este reconocimiento, es que viene a decirlo y admitirlo medio siglo después y cuando Cuba ha sido sometida a toda clase de atraso y necesidades.

Basado en lo anterior y después de ver por televisión la burla descarada e inhumana al mejor estilo de un bufón de barrio y subido en una tarima amenazando y  bailando con su mujer disfrutando las muertes de unos 15 humildes ciudadanos venezolanos, no me queda la menor dura al ver ese comportamiento  indolente y cruel, que en el mundo han existido dos Nerón: El que cantaba y tocaba la lira cuando Roma ardía y el que bailaba y se mofaba de los muertos y la quema de ayuda humanitaria en una tarima en Venezuela.

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