Mis recuerdos de Fidel
Conocí a Fidel Castro, el líder de la Revolución cubana, en noviembre de 1996, a los pocos meses de haber asumido la conducción del Estado dominicano, en ocasión de celebrarse en Chile la Sexta Cumbre Iberoamericana.
En esa oportunidad tuve el privilegio de compartir a su lado, por cerca de tres horas, en el autobús que nos trasladó desde Santiago de Chile hasta Viña del Mar, lugar donde se efectuó el cónclave de jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos.
Por supuesto, en esas casi tres horas fue mucho lo que conversamos.
Lo que más me llamó la atención, desde un primer momento, fue su curiosidad por todo. Parecía insaciable. Tenía una necesidad vital de estar informado del más mínimo detalle de cuanto acontecía.
Fidel siempre dialogaba haciendo preguntas. Años después escuché decir que era su manera de medir el nivel intelectual de sus interlocutores. En mi caso particular, recuerdo que me sometió a una embestida tan intensa que solo me le pude zafar porque o bien le evadía la pregunta o sutilmente le cambiaba el tema de conversación.
Llegó a preguntarme, por ejemplo, sobre a cuánto ascendía la producción de cerdos al año en la República Dominicana; la producción de huevos y pollos o el volumen de quintales de arroz. Le interesaba saber cuántas toneladas de ferroníquel exportábamos, así como por qué dejamos de extraer bauxita.
El examen al que me sometía era para hacer sudar las manos, sobre todo para un joven recién llegado a la máxima dirección del Estado de su país. Presumo que tomó nota de la situación, tuvo piedad de mí, y suavizó el bombardeo verbal.
Varias cumbres
En esa cumbre de Valparaíso también conversamos sobre temas personales. Me habló de su familia, de sus hijos. Me hizo referencia a uno que, según él, era muy travieso.
Me dijo que más que un revolucionario era un rebelde; a lo que añadió con cierto tono de humor: “Un rebelde con una causa dudosa”.
Luego, sonrió.
Hablamos de política dominicana, cubana y latinoamericana.
Me expresó su admiración por Juan Bosch, a quien había conocido durante los entrenamientos para la expedición de Cayo Confites en el 1947, así como de otros exiliados dominicanos de la época.
De Cuba hizo referencia al período especial por el cual había estado atravesando desde el desmembramiento de la Unión Soviética. Habló de la heroicidad, capacidad de resistencia y dignidad del pueblo cubano. Indicó que, sin embargo, a pesar de las dificultades, sobrevivirían.
En su intervención en la cumbre, explicó cómo el neoliberalismo iba a desatar varias crisis a nivel mundial, como ya había estado ocurriendo con las del peso mexicano, el rublo ruso y el real brasileño. En todo su discurso, no solo resultó brillante, sino profético.
Conservo vivamente en la memoria cómo, después del almuerzo, en una amena y simpática conversación de sobremesa, el presidente del gobierno español, José María Aznar, se quitó su corbata y se la regaló al líder cubano para que este pudiera apreciar lo que era una corbata capitalista.
Fidel aceptó con gusto el regalo.
Pero luego se quitó la suya entregándosela a Aznar para que este también pudiera valorar lo que era una corbata socialista. Todos los presentes rieron a carcajadas y gozaron de la sutil broma.
Volveríamos a encontrarnos con Fidel en la Cumbre de Isla Margarita, al año siguiente, en Venezuela; y en la de La Habana, Cuba, en el 1999. En isla Margarita recuerdo el momento en que al salir de su habitación en el hotel en el que nos encontrábamos, el doctor Abel Rodríguez del Orbe y yo advertimos que el Comandante no lucía bien. Parecía agotado, como enfermo.
Luego supimos que durante el período especial había incurrido en largas horas de trabajo. A veces amanecía completamente en medio de reuniones. Es posible que ese enorme esfuerzo en que había incurrido le resintiera la salud y fuera el origen de sus quebrantos posteriores.
En la Cumbre de La Habana se abordó el tema de la situación financiera internacional en una economía globalizada. Una vez más, el héroe de la Sierra Maestra, acaparó la atención. Sus juicios acerca de la inestabilidad en la economía mundial, resultaron novedosos, precisamente para la época en que se estaba atravesando por la tormenta de la crisis asiática.
Fue en esa cumbre iberoamericana de La Habana cuando conocí a António Guterres, recientemente electo Secretario General de las Naciones Unidas.
En ese entonces Guterres era primer ministro de Portugal, y su imagen se me quedó grabada por el respetuoso, pero audaz e inteligente diálogo que sostuvo con el Comandante de la Revolución cubana, en presencia de los demás líderes participantes.
En todos esos encuentros, Fidel siempre resultaba ser un personaje atrayente. Estaba precedido de una aureola mítica y legendaria.
Pero lo que más trascendía era la fuerza de su argumentación, la pasión que ponía en cada palabra y su inmensa capacidad persuasiva.
En Santo Domingo y La Habana
Fruto de las relaciones diplomáticas formalmente restablecidas entre Cuba y la República Dominicana, Fidel Castro realizó una visita oficial de Estado a nuestro país. Ahí recibió todas las manifestaciones de apoyo y afecto que nuestro pueblo siempre le tuvo.
Durante esa visita, Fidel fue a Baní para rendirle tributo a la figura del generalísimo Máximo Gómez, gloria de la independencia de Cuba.
Pero fue también la oportunidad para escucharle hablar directamente de todo su discurrir por la historia. En tierra dominicana, nos habló de cómo se había postulado como candidato a diputado por la provincia de La Habana en las elecciones que tendrían lugar en el 1952.
Nos manifestó que esas aspiraciones fueron frustradas por el golpe de Estado que Batista realizó.
A partir de ese momento se consagraría a la lucha revolucionaria.
De ahí nació en el 1953 el ataque al Cuartel Moncada.
Posteriormente, la expedición del Granma, que empezó como una gran tragedia, cuando 70 de los 8 2expedicionarios fueron fulminados a los pocos días del desembarco en territorio cubano.
Ha contado Raúl, en presencia nuestra, que cuando Fidel pudo constatar que habían sobrevivido 12 de sus acompañantes, pronunció estas palabras: ¨Hemos triunfado”.
Raúl, naturalmente, creyó que su hermano estaba desquiciado. Pero no era así. Se trataba, más bien, de una característica que el líder de la Revolución Cubana habría de poner a prueba en distintas oportunidades: la de convertir la adversidad en victoria.
Así se demostró en la Sierra Maestra, cuando, junto a Raúl, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, creó el Ejército Rebelde, el cual entró triunfante en La Habana el 1 de enero de 1959.
Pero, de igual manera, en la invasión de Playa Girón o Bahía de Cochinos; en la Crisis de los Misiles de 1962; en la migración del Mariel; en la salida de los balseros, o en el caso del niño Elián González.
En todos esos casos, partiendo de una situación de desventaja, Fidel siempre los supo transformar en grandes victorias. De ahí la particularidad de su liderazgo, que se fundamentó en su talento; en su condición de visionario; y en sus notables virtudes de táctico y estratega.
Pero luego de su primera visita, y después del paso del huracán Georges, en el 1998, nos hizo una llamada telefónica. Con un mapa en la mano, conversaba conmigo tratando de dar seguimiento a todo el trayecto realizado por el fenómeno atmosférico.
Era impresionante observar la forma tan meticulosa en que prestaba atención a los detalles. Quería saber lo que había acontecido en cada pueblo afectado. La reacción del Gobierno frente a eso. La forma en que Cuba podía prestar su ayuda solidaria.
Volví a encontrarme con Fidel en varias ocasiones, después de su segunda visita a nuestro país para participar en una cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), en 1999. La última vez fue en su casa en La Habana. En esa oportunidad hablamos del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, de la Revolución de Abril de 1965, y de la guerrilla de Playa Caracoles.
Era evidente que sentía profundo respeto y admiración por el Héroe de Abril. Así lo hizo notar en varios momentos de la conversación.
Desde luego, para mí fue una gran experiencia haber podido compartir con Fidel en diferentes momentos y circunstancias.
Él fue una figura descollante, en la cual pueden resumirse todas las cualidades del liderazgo. El Che le calificó como “una fuerza telúrica.” En todo caso, fue la personalidad más universal y trascendente de América Latina en el siglo XX.
Simplemente, un gigante de la historia.