OPINION – El turismo en Haití: esperanza de renacimiento

Hace ya más de 60 años que el turismo en Haití, al igual que en Cuba de esos años, era la fuente más confiable de riquezas y prosperidad, mientras los dominicanos nos debatíamos en los estertores de nuestra anciana dictadura, que estaba cerrada a cal y canto a los visitantes que se desplazaban por las islas del Caribe en búsqueda de sol, arena y sumergirse en el pasado romántico del esoterismo caribeño. Con el paso de las décadas del siglo XX, la situación se fue modificando cuando el turismo dejó de ser en Cuba su principal fuente de divisas, la isla fue aislada, un cambio social y político emergió con fuerzas, manteniendo un control absoluto en las vertientes desarrollistas de la isla. Haití, después de su auge turístico de los 60 y principios de la década del 70, se fue sumergiendo en las atrocidades de la dictadura de los Duvalier, que ahuyentaron a miles de visitantes que eran atraídos por los misterios isleños, sus hermosas playas, la simpatías de sus gentes y el folklore de su arte de reconocida aceptación mundial. Mientras Haití se debatía en su desorden político e institucional, Dominicana emergía de su dictadura con fuerzas y nuevos bríos de superación e inició, gracias al doctor Balaguer, un proceso de desarrollo basado en el turismo que en la década del 70 comenzaba a dar sus frutos con la consolidación de Puerto Plata como el principal polo turístico, y Playa Dorada, Isabel de Torres, las casas victorianas de la ciudad y el mejoramiento del puerto, así como la atracción del ámbar, del ron, el tabaco y el impulso con la llegada en cruceros de cientos de visitantes. Fue un malogrado proyecto de trasatlánticos destruido por la ignorancia y ambiciones de muchos puertoplateños que dieron al traste con ese turismo, que ahora experimenta un renacimiento buscando consolidarse de nuevo con el traslado del puerto a Maimón. Pese a la dificultades de Haití, el turismo de cruceros se ha mantenido, y gracias al mismo, se informa la llegada de 420 mil visitantes, lo cual para los dominicanos es la cuota de un mes, mantiene su vitalidad en la costa norte con el atractivo de Cabo Haitiano y sus reliquias arquitectónicas del desquiciado rey Cristóbal, así como hermosas playas muy elogiadas por sus condiciones. En la década de los 50 y en la del 60 del siglo pasado, Puerto Príncipe contaba con más habitaciones hoteleras que la capital dominicana, en la que El Embajador, el Paz y el Comercial, por razones de la Feria de la Paz, entraron en operación para dar servicio a los visitantes que se arriesgaban llegar al país, pese a su conocimiento de la dictadura que nos subyugaba, cosa que no ocurría con tanta evidencia en Haití, primero Paul Magloire y luego los Duvalier, contaminaron el esplendor turístico de Haití, que ya para la década del 80 había mermado considerablemente, dejando vacíos los numerosos hoteles de la capital haitiana. Haití gozó siempre de su atractivo muy peculiar de sus secretos del vudú, que tanto atrae a los humanos por ese misterio que encierra y el profundo significado en la cultura y creencias de ese pueblo de tan peculiar comportamiento ante una ceremonia de ese rito mágico religioso, que prácticamente ningún sector social haitiano puede llevar a cabo ninguna labor si primero no acude a una ceremonia que lleve a ser posesionado por los espíritus de algunos de los santos del santoral cristiano. Los responsables del turismo haitiano, con su dinámica ministra al frente de la campaña, conocen lo que necesitan para impulsar de nuevo su turismo, y sus objetivos están más coherentes en cuanto a llevar a cabo una tarea mancomunada con los dominicanos, que tienen un turismo, que con más de 65 mil habitaciones hoteleras, atraen a cinco millones de visitantes, por lo cual se pudiera establecer acciones comunes principalmente en el desarrollo de la isla de la Vaca en la costa sur haitiana, tan querida en la vida de Simón Bolívar, y que empresarios dominicanos están interesados en su desarrollo para hacer realidad la cooperación isleña, dejando de lado los recelos que nos mantienen enfrentados a la espera de la próxima maldad que lleven a cabo los haitianos.

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