Onorio, Haití, el supositorio
Mi querido y viejo amigo Onorio Montás, artista del lente y de los afectos, se ha cogido para él solito el pleito con Haití… Su portal digital, “Dejando Huellas”, ha sido pródigo en la defensa de la dominicanidad, y en ocasiones me abate el temor de que en uno de esos piques por tanta iniquidad le pueda dar un yeyo. Como Onorio hay pocos comunicadores abiertamente contrarios a la menor transigencia, es el militante más activo contra cualquier fórmula que pueda cuestionar la sentencia 168 del Tribunal Constitucional y no tiene reparos al denunciar la injerencia grosera de organismos y agencias extranjeras. Vinculado desde hace medio siglo a los medios de comunicación y uno de los primeros periodistas dominicanos en romper amarras con los propietarios de periódicos y establecer su propia empresa, Onorio es querido y respetado por sus excelentes condiciones humanas, su sangre dulce para la mejor amistad y su compañerismo solidario. Su permanente buen ánimo es contagioso y su humor negro es antológico… Después del reglamento… En cuanto se conoció el decreto que reglamenta la ley 169 sobre naturalización, Onorio no ha tenido paz denunciando aquello como una iniquidad contra la soberanía nacional. Por supuesto que exagera la nota, pero su inspiración no tiene ningún otro interés que su nacionalismo, su amor al país y los temores ya casi colectivos de que se incuba una tragedia contra la dominicanidad… En medio de todos estos enojos Onorio sacó tiempo para distribuir entre sus amigos un cuento gallego con muchísima gracia que quiero compartir con los lectores iniciando una semana que lo único que promete son muchísimos ajetreos y malas rabias. ¡Por ahí mismo…! Son las 2:00 am. Venancio tiene fiebre alta y su amigo Juan le dice: —Hay que hablarle a Paco, él siempre sabe qué hacer. Marcan el número y contesta Paco, medio dormid —¿Bueno? —Paco. . . Soy Juan. Fíjate que Venancio tiene alta temperatura y no sabemos qué hacer. —Dile que se compre unos supositorios. Paco cuelga. Juan le dice a Venanci —Dice Paco que te compre unos supositorios. —¿Y dónde los vamos a comprar?, pregunta Venancio. Vuelven a llamar a Paco. —¿Bueno? —Fíjate, Paco, que no sabemos dónde comprar los supositorios. —¡Joder! ¡Pues en la farmacia! , y cuelga muy enojado. Van Juan y Venancio a la farmacia. —¿Me da unos supositorios por favor? —¿Para niño o para adulto?, pregunta el boticario. Se miran los dos amigos y dicen. Hay que hablarle a Paco. —¿Bueno? —Mira, Paco, no sabemos si comprar los supositorios para adulto o para niño. —Imbécil, ¿qué es Venancio? ¿Un adulto o un niño? —Pues un adulto. —¡Carajo, pues cómprale los de adultos! Compran los supositorios y se van a casa. Cuando ven el supositorio se empiezan a preguntar: —Bueno, ¿y esto qué? ¿se toma? ¿se unta? ¿se mastica? ¿o qué? Hay que hablarle a Paco. —¡Bueno! —Paco, es que ya compramos los supositorios pero no sabemos si se untan, se mastican o se toman… —¡Joder! dile a Venancio que se los meta por el… (Por ahí mismo), y cuelga. —Venancio, pues yo creo que mejor te lo tomas con un vaso de agua porque Paco ya se encabronó.

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