Noelia

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Noelia tiene 11 años y es una estudiante meritoria que prestigia el colegio donde estudia. Lo confirma la directora. Su papá, ebanista de oficio y artista del tallado no puede pagar este año escolar, tampoco la deuda que acumula del pasado. Mi hija Ingrid me pide que los ayude; ella recibe clases de tallado con el padre de Noelia, y la situación de esta familia la angustia. Le digo que ahora tenemos un buen sistema educativo, incluso con tanda extendida, que la solución es inscribirla en una escuela pública. El padre se niega y alega razones atendibles que aun harían más complicado el problema. Ingrid insiste: “Debes resolverlo pronto, las clases comenzaron, por favor, mami, sólo te tienen a ti”. Fiel a mi costumbre, respondo ¡lo resuelvo!, pero sin tener idea de cómo. Vamos por una beca. Noelia y su hermano la merecen, pero el Ministerio de Educación no tiene becas para nivel básico en colegios privados. Respiro tratando de aflojar la presión y pensar. La luz de la luna me sorprende; la veo salir detrás del cerro para irrumpir en la penumbra de la terraza de mi casita en la montaña, donde escribo arropada por la música. En las noches de luna me fascina ver la silueta de los cerros y esa lucecita blanca enclavada en la montaña, que quisiera tocar pero no puedo. Hay cosas imposibles de alcanzar, lo sé… Me siento tan frágil… me estremece el lenguaje de la guitarra y el acordeón, y otra vez vuelven las emociones perturbadoras. La luna me arropa, se adueña del entorno y lo ilumina tod sobresale el rojo intenso del lirio y el amarillo de los girasoles. Bajo al jardín; me sobrecoge el silencio y me cautiva esta soledad, no así la otra… Quiero apartar la incómoda tristeza que no puedo manejar. Y miro al cielo buscando lo que me está vedado, para que no lo sea, y grit ¿por qué me pasa esto, precisamente a mí y ahora? y me siento tan asustada que me echo a llorar. Sin quererlo interrumpí el canto del grillo. Oigo unos pasos por el camino que separa mi casita de la comunidad y recuerdo a Fermín, de 6 años, a Darlin, de 4, y a Ismelia, de 3, que todos los días cargan galones de agua para subir a su casa 75 metros cuesta arriba. Hace unos meses visite al ingeniero Alberto Holguín, director de INAPA, para plantearle el problema. Me trató con manifiesta distinción; él trata de cumplir lo prometido, se han hecho trabajos topográficos y estudios técnicos. Y estamos agradecidos, pero pasan los meses y todavía el agua no llega a mis vecinos. Ellos son campesinos muy pobres que me comprometen por la confianza y la devoción que les inspiro. Aliviar su precaria existencia es mi tarea y eso le da sentido a mi vida. Desde Tireo hasta Casabito me llaman “el ángel”. Y los ángeles no pueden fallar. Para conseguir la beca a Noelia y a su hermano Noel hablaré con el ministro o con el senador o el diputado, amigos y amigas que tienen poder… ¡resuelto! mi amiga Margarita, nuestra vicepresidenta, tan calurosa y afable conmigo, nos ayudará. Apago mi Ipad y noto que la luna se ha enredado en una nube. La tristeza baja la nota que ahora es agridulce. Y allá, muy lejos, en la montana, la lucecita blanca. Admito que hay cosas que jamás tendré y no me queda más que estrujarme el alma, pero no acepto que Noelia y su hermanito no vayan a la escuela y que mis vecinitos Fermín, Darlin e Ismelia lleven en sus hombros la inmerecida carga del desamparo y la desesperanza. A oscuras, me acurruco en un rincón de la terraza escuchando a Manolo Díaz y a Paco Fernández, desgarrando a The Arrival, una y otra vez, y evoco quiméricas presencias. Hace frío y es media noche. Total, ¿por qué importarme el tiempo? para mí es demasiado tarde, no así para estos niños.

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