No es lo mismo ollas que cacerolas

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EL AUTOR es escritor. Reside en Santo Domingo.

Quizás el instrumento domestico que define con mayor traza las garras políticas de la clase media es la cacerola. Se trata de un recipiente de acero inoxidable con una estructura cilíndrica que cuenta con asas para facilitar su manejo.  Ideales para sopas, guisos y otros platos, suelen ser de menor tamaño que otros recipientes similares, además, vienen con    su tapa para conservar el calor.

Mientras que las cacerolas son recipientes menos profundos y de menor capacidad, las ollas, en cambio, son más grandes y profundas, fabricadas   de hierro fundido, su capacidad es mayor y traen dos mangos en los bordes para un mejor agarre.

Una cacerola y una olla son dos instrumentos de cocina que usted puede utilizar en la cocción de sus alimentos sin precisar diferencias notables. Sin embargo, son dos vocablos que en la vida social y en la política adquieren connotaciones diferentes y contradictorias.

La lengua, además de ser un medio de comunicación,  es un modo de conocimiento, una manera de manifestar los contenidos o significaciones culturales, con frecuencia funge de  identidad y   categorización  de clases sociales, por eso  es entendible que las “cacerolas” sean envases de cocción alimenticia  del uso y preferencia de estratos socialmente más elevados, y las “ollas”, también llamadas marmitas cuando son confeccionadas con barro, sean trastes   del uso cotidiano de una clase más baja y menos refinada. Son utensilios de pobres.

Clase media

La clase media ha hecho de las cacerolas un arma de su afirmación y estado, un instrumento para protestar y hacer notable su insatisfacción con medidas políticas y económicas que amenazan la estabilidad y disfrute de su estatus, de su nivel de bienestar y calidad de vida.

Subir un poco mas alto es su lucha de cada día de clase media, la posibilidad de bajar, aunque sea un poco, es inaceptable, por lo que todo lo huela a miseria y carencia es activamente rechazado por este grupo que ha aprendido a vivir su dinámica y apela a todos los mecanismos para retener sus logros.

Lo esperado ante la propuesta de la reforma fiscal es que fueran las clases más deprimidas y carentes de bienes básicos las que protestaran con repiques de ollas haciéndolas resonar como expresión de sus precariedades e insatisfacciones.  Sin embargo, es la clase media la que ha venido haciéndolo cuando alguna medida estatal pone en riesgo sus logros y niveles de satisfacción y bienestar.

Las cacerolas ya no solo sirven para cocinar, se han convertido en un símbolo, en una bandera de denuncia y protesta a través de la cual la clase media pone de manifestó su rechazo y disgusto ante medidas reducen sus ingresos económicos y atentan contra sus gustos y preferencias consumistas.

La clase media ha tenido un crecimiento tan notable en las últimas décadas en la República Dominicana que ya puede cómodamente desde los balcones de sus lujosos apartamentos sacar sus cacerolas y cucharones para hacerlos retumbar ruidosamente y decirles a las autoridades está en descuerdo con sus medidas o propuestas.

La manifiesta oposición a las medidas de modernización fiscal del gobierno no está en Capotillo, Gualey  o los Guandules. Está en las exclusivas urbanizaciones de una clase media acomodada que merecidamente por su trabajo y esfuerzo disfruta de holgados consumos y refinado estilo de vida, tiene servicios públicos de mejor calidad y las familias envían sus hijos a colegios bilingües para su educación inicial con perspectivas de ingresarlos en academias de estudios superiores del más alto nivel nacional o internacional.  Es para conservar estos logros que resuenan las cacerolas antes las más recientes medidas del Estado.

Los pobres de este país no saben de cacerolas ni las usan para protestar porque como si se tratara de una ironía del lenguaje nuestro, los pobres están en “Olla”.  Lo que ellos poseen y sus comodidades son tan pocas y están tan acostumbrados que no se dan el tiempo para calcular qué pierden o qué ganan con esta reforma. “Yo no me meto en eso, como quiera estamos abajo, como quiera estamos en olla”, pudiera ser la expresión de un obrero y o de una ama de casa de uno de nuestros barrios marginados.

Pero a la clase media, a los gobernantes y   a los aristócratas de la clase alta  se les olvida que las ollas de los pobres confeccionadas con hierro fundido, con barro cocido y entiznada de humo ennegrecido tienen una limitada estridencia, no resuenan y pocos son los pobres que se atreven a sacar sus tiestos de cocina a las calles.

El silencio de las pobres no es signo de que están conformes con sus sufrimientos, con sus carencias y con el olvido de una sociedad que se jacta de su prosperidad y poder económico y social.  Desde esta reforma de modernización, ahora que todavía hay tiempo, vamos a pensar en los pobres,  no esperemos que ellos despierten o que con un discurso atractivo alguien con carisma populista venga a despertarlos.   Seria lo peor.

jpm-am

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