Nicaragua es un sueño manchado: merece un destino mejor 

Hasta finales del año 2009 viví en Nicaragua, mientras me desempeñaba como ministro consejero de la embajada dominicana. A pesar de los sinsabores a que nos sometía la irresponsabilidad del ministerio de relaciones exteriores dominicano, con los permanentes atrasos en el pago, fueron aquellos unos tiempos hermosos, y los recuerdo, sobre todo en las tardes, cuando convierto el balcón de mi casa en una extensión de mi biblioteca y contemplo el poniente estremecido por el encanto indescriptible del rosicler que solo puede crear un ser superior.

Era aquella una Nicaragua apacible, resplandeciente la esperanza, hasta jubilosa, donde aún se vivía en armonía con la mística de la revolución y el orgullo del fénix resurgido de sus propias cenizas.

Pero esa Nicaragua, la que conocí, la de las plazas comerciales abarrotadas de gente alegre y sonriente, conversadora y entregada a la buena confianza del prójimo, ya escosa del pasado.

Según  los despachos de las grandes agencias de prensa y de los grandes medios de comunicación, se ha dado allí el caso de pirámide invertida, pues nada es como antes, ni parecido, y es muy difuso el porvenir.

Desde abril del año pasado, cuando los indignados se lanzaron a las calles en justos reclamos, la sangre ha abonado las calles adoquinadas, abarrotadas las cárceles y creciente la represión por solo disentir.

El matrimonio Ortega-Murillo se ha empecinado en manejar el país como si fuese una finca de su propiedad, una herencia, y no el resultado de centenares de héroes, hombres y mujeres, que arriesgaron vidas y bienes.

Para la pareja presidencial el sandinismo, como destino o propuesta, existe solo para invocar al héroe con la finalidad de justificar ciertas barbaridades que se están cometiendo en la patria de Rubén Darío. Asesinatos, encarcelamientos, represión por doquier. Desempleo e insalubridad, hambre, carestía de los productos alimenticios, bienes y servicios, que distan mucho de la vida holgada y ostentosa de la familia presidencial.

Los periódicos con más larga tradición de lucha ya no existen porque, tal como el mismo Maduro lo hace en Venezuela, la autoridad no permite el ingreso al país de la materia prima creando, a propósito, una falsa escasez de tinta y papel para callar las rotativas. Radioemisoras clausuradas, periodistas asesinados al mismo estilo en que la dictadura Somoza asesinara a Pedro Joaquín Chamorro.

Las desavenencias son muchas y diversas. El pleito de los Ortega-Murillo con el empresariado y con la iglesia católica, con los medios de comunicación y con los organismos internacionales, ya rebasan la fuente.

Nicaragua es un sueño manchado por los que se han traicionado a sí mismos, los que no han sido fieles ni a sus destinos ni a su país, ni a su historia ni al futuro, porque asesinan y reprimen sin compasión alguna, porque roban y empobrecen a un pueblo digno de mejor suerte.

Turbas orteguistas que asaltan centros educativos y delinquen, golpean y asesinan. Entran a las parroquias y golpean a sacerdotes y feligreses, rodean templos e impiden que a los asediados les lleguen alimentos, aguas o medicamentos. Sacerdotes golpeados y desconsiderados, iglesias violadas y encarcelamientos antojadizos forman parte del crucigrama en que el otrora glorioso comandante y su muy peculiar esposa han convertido a un país de naturaleza impresionante.

Ortega es un hombre de mentalidad atrasada que no ha podido ni le ha interesado distanciarse de sus socios naturales y parece no darse cuenta de lo que está sucediendo en varios países latinoamericanos.

Lecciones, sabias lecciones deben ser las realidades de Venezuela, lo que sucede en Chile, lo de Bolivia con un presidente huyendo de la justicia, lo que le sucedió a Rafael Correa en Ecuador, hoy prófugo de la justicia internacional, la manera en que han terminado algunos de sus socios. No le luce a él ignorar la historia de lo que sucede cuando los pueblos se levantan, los resultados de un eventual tsunami humano de irredentos y decididos. Tampoco le luce ignorar aquello de lo que él mismo fue parte importante, la caída y huida de la dinastía Somoza, dueños del país tanto como hoy se creen los Ortega-Murillo.

Me conmueve profundamente lo que está sucediendo allí, una realidad agravada desde abril del año pasado, cuando la juventud valiente deseosa de libertad e ilusiones tomó las calles en protesta contra la que ya parece ser la dictadura de  los Ortega-Murillo.

Nicaragua merece un destino mejor y no el retorno a unos métodos dictatoriales que se creían ya imposibles de aplicar. No merece la represión a que el país ha sido sometido, su juventud, bella y a veces hasta ingenua, busca un horizonte más diáfano.  Y los tiempos presentes no pueden jamás repetir tantas atrocidades.

Porque Nicaragua, con los fervores de su juventud y la palabra iluminada de sus líderes verdaderos, es también un faro y una esperanza para todos los que aman y creen en la libertad, aquéllos dispuestos a que los traidores dejen hasta la última gota de sangre con sus desmanes y despropósitos, sus felonías y sus ambiciones malsanas.

JPM

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