Mujeres envenenadoras

Los romanos utilizaban el vocablo venenum para designar las sustancias que, incorporadas al cuerpo humano, convertían la naturaleza biológica del mismo. Es considerado veneno toda sustancia que, al penetrar en el organismo por cualquier vía posible, altera y deteriora su funcionamiento pudiendo llegar a causar la muerte. Más estrictamente, se puede decir que un veneno interrumpe la secuencia natural de las cadenas de reacciones químicas que mantienen la vida celular, causando una alteración en el metabolismo del organismo contaminado, y arrojándole a una calamidad bioquímica que puede causar la muerte. Además de la sustancia especifica empleada como tóxico, otro factor importante en el envenenamiento es la dosis. Por ejemplo, la Belladona es una planta que trastorna el sistema nervioso, que ayuda las funciones automáticas como la respiración y el ritmo cardiaco. En pequeñas dosis puede eliminar las contracciones intestinales dolorosas o dilatar las pupilas para hacer posible un fondo de ojos. En porción más alta puede detener el corazón y la respiración y causar la muerte. Esa planta recibió el nombre de belladona (bella donna, bella mujer) porque en Venecia, durante el Renacimiento, surgió entre las mujeres la práctica de emplear extractos de la referida planta para dilatar la pupila. Varios estudios de Psicología han demostrado que las caras de personas con las pupilas dilatadas resultan más agradables y atractivas. Las grandes envenenadoras de la historia son mujeres. El varón utiliza la fuerza bruta y arremete contra la mujer en descabellados ataques de ira o planeadas agresiones físicas. Las mujeres, en cambio, son mucho más sutiles y se sabe de envenenadoras que han sido detenidas tras un número incierto de asesinatos y sospecha de muchas otras que han quedado en libertad al no poder demostrarse sus ilícitos. En Roma apareció la primera ley anti veneno, llamada como Lex Comelia Maestrion, porque las autoridades se sorprendieron del gran número de viudas ricas existentes. En la Edad media, en los castillos adiestraban tener uno o varios probadores oficiales de comida, en previsión de un posible envenenamiento hacia el señor feudal. En nuestro país, el dictador tenía un probador de los alimentos que ingería, cuando almorzaba fuera de su casa. En el siglo XIII, la famosa envenenadora Toffana causó más de seiscientas muertes en Nápoles preparando cosméticos que contenían arsénico y que eran vendidos posteriormente. Se dice que usaba arsénico y polvo de cantáridas, aunque algunos afirman que era una solución de trióxido de arsénico. El nombre por el que fue conocido era “Acqua Toffana” o “Acqua di Napoli”. Otro veneno muy utilizado en esta época fue la Acquetta di Perugia, que incluida diferentemente arsénico, pero en esta ocasión mezclado con vísceras de cerdo pútridas. Este veneno fue muy usado por César y Lucrecia Borgia, llamándolo “Acquetta” o “Cantarella”. En la corte de Luis XIV, también conocido como (le roi soleille), el Rey Sol, existieron tres famosas envenenadoras: Catherine Deshayes, la marquesa de Brinvilliers y la marquesa de Montespan. La primera, más conocida con el nombre de La Voisin, fue acusada de numerosos envenenamientos. Administró, al igual que Toffana, un lucrativo negocio de venta de venenos, que compraban mujeres deseosas de enviudar. También se vio envuelta en un atentado frustrado contra la vida del rey de Francia con un preparado de arsénico y acetato de plomo (este último conocido también como Azúcar de Saturno), que a posteriormente se denominó “Polvos de Sucesión”. Diferentes sustancias pueden actuar como veneno en la salud de las personas, tales com morfina, heroína, codeína. Pero cuando el veneno es suministrado por una persona para la muerte de otra, viene a constituir el elemento agravante del homicidio. Con la aparición de la toxicología se ha logrado salvar muchas vidas que en determinadas situaciones se encontraban terminadas, analizando los efectos del veneno en el cuerpo humano y desarrollando contravenenos para la neutralización de los efectos nocivos. También se ha debatido mucho sobre el envenenamiento crónico de Napoleón, no obstante, científicos franceses han publicado un estudio en el que demuestran que las altas concentraciones de arsénico detectadas en sus cabellos no se deberían a una ingesta de este mortal veneno sino, mas ciertamente, a la utilización de este elemento químico para el cuidado. Las estadísticas han puesto preferente en manos de las mujeres el uso del veneno como medio para matar. Desiguales son las razones que respaldan esta aseveración. En principio son las mujeres las que están por lo general en contacto directo con los alimentos en la cocina, dado que allí se encuentra un sitio y momento ideal para llevar adelante la empresa criminal de envenenar alimentos que otros consumirán. Por otra parte la gran mayoría de ellas desconocen el uso normal de las armas de fuego, situación también que viene a cooperar para que el sexo femenino se incline por el uso del veneno al momento de decidir el homicidio. La historia nos señala como la primera mujer envenenadora a Locusta, nacida en Galia durante el siglo I. Al vivir en el campo, desde niña aprendió a conocer las propiedades de las plantas, tanto las beneficiosas como aquellas más perjudiciales. Señala la leyenda que cada día probaba un nuevo veneno, hasta hacerse inmune a todos. Sus víctimas, en cambio, no habían tenido tal mesura. Se convirtió en esclava de Roma, pero no le fue mal. Logró hacer fortuna allí, debido a que sus conocimientos eran muy apreciados. Su especialidad eran los llamados polvos de sucesión, a base de arsénico básicamente, aunque también empleaba setas venenosas, cicuta, beleño y otras plantas. Cuando había que salir de un rival politico o se deseaba cobrar una herencia, los romanos no tenían más que dirigirse a Locusta, porque, además, su trabajo era tan bueno que se conseguía que las muertes parecieran naturales. Se rumoreaba que la propia Mesalina había acudido a ella para librarse de Tito, el amante del que ya se había cansado. Agripina, ultima esposa del emperador Claudio, decidió recurrir a Locusta para librarse de su anciano esposo. La emperatriz se reunió secretamente con ella y exteriorizó el problema como si fuera una amiga suya la que urgía de sus servicios. Locusta había sido sentenciada por envenenadora, de modo que Agripina le ofreció librarla de su condena a muerte si aceptaba el encargo. La mujer, por supuesto, accedió: nada tenía ya que perder. Al día siguiente le entregaba a Agripina una cajita llena de polvo blanco. Le indicó que bastaría con poner una pequeña cantidad en la comida de la persona que se deseara eliminar, y que haría efecto en tan sólo medio día. Al saber que a la víctima le gustaban mucho las setas (champiñones), le dio además a la emperatriz unas trufas similares en apariencia, pero mortales. De ese modo el emperador iba a ingerir veneno por partida doble. Por si aún fuera poco, Locusta le sirvió coloquíntida para acelerar los efectos del veneno, e empapó en el mismo la pluma con la que se hacía vomitar al emperador al introducirla por su garganta. El 12 de octubre del año 54, después de haberle hecho servir mucho vino a su esposo, Agripina le llevó personalmente los champiñones. Ella misma comió uno, y animó al emperador a probar el más grande. Claudio se abalanzó confiado sobre ellos. Al cabo de haberlos ingerido comenzó la terrible agonía, hasta entrar en coma por fallo hepático y fallecer poco después. Durante todo ese tiempo Agripina no había dejado de mostrarse como esposa solícita, interesándose por la causa fatal de su marido. La envenenadora aún tendría un nuevo golpe de suerte: la muerte del emperador no habría de ser el último encargo que recibiría por parte de la familia imperial. Ahora el sucesor era Nerón, el hijo de la emperatriz, y mientras Locusta se encontraba encerrada en un calabozo de palacio, Nerón deseaba eliminar a británico, el hijo de Claudio, un niño que cumplía 14 años por esa época. El nuevo emperador le ofreció la libertad a Locusta si le hacia ese pequeño servicio. La envenenadora accedió y con ello no sólo resolvía su propia situación, sino que al mismo tiempo se convertía en un personaje ponderadamente útil. Alojada espléndidamente en palacio, en los propios aposentos del emperador, hizo un primer intento de hallar el veneno adecuado al caso. Por un exceso de prudencia, para asegurarse de que no parecería un crimen, el primero no produjo los resultados deseados, y sólo tuvo como resultado una diarrea del joven. Nerón, desencadenada su furia, abofeteó a Locusta y la amenazó con la muerte si no cumplía enérgicamente sus órdenes. Para cerciorarse de no fallar la próxima vez, reparó antes el veneno con una cabra. El animal tardó 5 horas en morir, lo que pareció demasiado lento a Nerón. Por tercera vez prepara Locusta su veneno y lo ensaya en un cerdo, que por fin muere con la prontitud envidiada. Poco después le llegaba la hora a británico. Sucedió en un banquete del emperador, con un vino. Aunque fue probado primero por un catador de venenos, estaba demasiado caliente y hubo de ser refrescado con agua. El arsénico y la sardonia iban precisamente en esa agua. En pleno banquete Británico comenzó a sufrir horribles convulsiones. Nerón, impasible, le restó importancia afirmando que se trataba de uno de sus ataques epilépticos e hizo que lo sacasen del salón. Ninguno de los comensales osó expresar en voz alta las sospechas de que el hijo de Claudio había sido envenenado. Horas más tarde moría británico y era enterrado esa misma noche. Su cadáver se quemó y se enterró en el Campo de Marte sin demasiada pompa y sin disimular la hosquedad. Dion y Tácito aluden que en ese momento cayó una terrible lluvia que manifestaba la furia de los dioses. Nerón saturó de honores a Locusta, le regaló tierras de gran valor y le permitió abrir una escuela para instruir a otros en los secretos de las plantas. Los venenos se probaban allí sobre animales, y a veces sobre criminales convictos. Llegó a vivir en un barrio atractivo cerca del Palatino, y eran muchos los ciudadanos poderosos que preparaban su hogar en busca de algún remedio. Sus costumbres eran bastante rutinarias. Se acostaba temprano, “a menos que la visitara algún amante anónimo”, y paseaba a sus perros, que cambiaba con frecuencia porque apreciaba sus venenos con ellos y con los esclavos que a nadie importaban. Tácito dice que el emperador hacia tanto aprecio de ella que, por temor a perderla, tenía varios hombres destinados especialmente a vigilarla. Tras la caída de Nerón se acabó la suerte de Locusta, ya que Galba la acusó de unos 400 asesinatos en enero del año 69. El castigo fue ciertamente despiadad según Apuleyo, el nuevo emperador ordenó que fuera atada y violada públicamente por una jirafa amaestrada, para luego ser trozada por los leones. Locusta se había convertido en la primera asesina en serie documentada por la Historia.

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